La casa

Escribe Roberto Díaz

Dicen que, una vez, un señor que quería vender una casa, le pidió al poeta brasileño Olavo Bilac le redactara un aviso publicitario.

El poeta escribió algo parecido a esto: “vendo propiedad desde donde se puede ver un arroyo de agua fresca y una serie de árboles que entregan una sombra frondosa. Por donde el sol ilumina cada mañana un salón donde se puede sentar uno a leer y las flores crecen en primavera hasta formar un sendero perfumado alrededor de la vivienda.”

Pasó el tiempo y, un día, el poeta encontró, otra vez, al hombre que quería vender su casa. Le preguntó cómo le había ido y el hombre le dijo: “no, en verdad no la vendí porque usted me hizo reconocer todas las cosas bellas que la vivienda tenía.”

Así es. Muchas veces, no tenemos idea de lo que atesoramos. Y necesitamos que otro nos haga ver la belleza que nosotros no vemos. Pasa con la casa y pasa con otros aspectos de nuestra vida. Lo único insalvable que empaña la existencia, es la presencia de la Muerte. Nada más.

Vivimos inmersos en una sociedad plagada de defectos. El principal vicio de esta sociedad es su estupidez. Se corre vertiginosamente persiguiendo cosas que, en definitiva, son banales. El dinero en demasía, por ejemplo. No el dinero para comprar el alimento y aquellas cosas necesarias al diario vivir. Los rencores, por ejemplo. Establecer áreas de conflictos ya sea con amigos, con vecinos, con extraños. El prójimo, muchas veces, en esta sociedad de hartazgos y competencias, se vuelve nuestro enemigo. Alguien al que hay que pisotear para ocupar su espacio. Y el tiempo no nos alcanza y el fastidio nos ataca varias veces al día y desechamos los afectos más íntimos, abandonamos toda relación de amistad, nos sumergimos en un trabajo agotador para evadirnos de la realidad.

Estos síntomas no son buenos para nadie. Por eso, esta sociedad está tan atacada por las enfermedades coronarias, por todo aquello que tiene que ver con el stress y la angustia.

Sin caer en la reclusión ni en convertirse en un eremita, hay formas de vida que son más saludables, más higiénicas y benévolas. Contemplar la naturaleza, sumergirse en una buena lectura, jugar con nuestras mascotas. No darle a las cosas más importancia de la que tienen; no tener ansiedades por conseguir abultar el patrimonio o extenderse en las actividades. Practicar algún tipo de gimnasia, tener un pasatiempo que nos dé placer, hacerse tiempo para tomar un café con los amigos, todas estas cosas revelan que estamos en el buen camino.

Que las enfermedades o los contratiempos serios nos sorprendan por una circunstancia natural de la vida y no porque nosotros hicimos todo lo impensado para acelerar la llegada de los problemas.

¿Esto se llama autoayuda? No lo sabemos. Pero sí sabemos que si observamos nuestra casa (o nuestro cuerpo) como lo observó el poeta brasileño Olavo Bilac, vamos a disfrutar mucho más de aquello que, hasta ayer, no veíamos.

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