El cara a cara versus la exposición pública

Escribe Antonio J. González

Claro que la vida cambia, junto con la sociedad humana y las relaciones entre los seres que la componen. Es el primer acertijo que hay que develar para entender hoy el significado y los contenidos de los mensajes que hemos inventado para expresar sentimientos, alegrías, saludos, abrazos, acontecimientos, y hasta develar los íntimos secretos de cada uno. Debo confesar que me confunde. Debo admitir que no estoy formado –como muchos de los lectores que leen esta crónica- para entender y comprender las nuevas actitudes que se producen entre los habitantes de este territorio.

En crónicas anteriores me he referido a lo insólito de las expresiones de algunos pasacalles que se cuelgan en las calles de nuestra ciudad y que no son exclusivos de esta región. Es cierto que se está avanzando mucho en diseñar tecnologías, canales de comunicación novedosos y formas de relacionarse que nada tienen que ver con las que existían solamente un par de decenios atrás.

No se trata de devaluar la importancia de ese avance en la disponibilidad de información, conocimientos y relaciones humanas que los nuevos dispositivos ponen al alcance de cualquiera de nosotros, en forma horizontal, abierta, y ampliamente accesible, tenga la edad, la condición social o el domicilio más o menos conveniente.

La primera certeza, relativa, pero certeza, es que algo estamos perdiendo en ese camino. Y tal vez no hemos ganado demasiado con aquella disponibilidad, sin que primero cada uno de nosotros no ha evaluado a fondo el significado de los valores, las conductas y las convicciones en un mundo cargado de conflictos.

Nos topamos, por ejemplo, con carteles que cruzan de vereda a vereda en nuestras calles que expresan, por ejemplo: “Perdoname, Inés, no lo voy a repetir. Te quiero.” Y entonces uno piensa que el acto de hacer pública de tal modo esta expresión sentimental y humana, excede los límites de nuestra intimidad. Todos nos enteramos de la sincera manifestación de arrepentimiento del autor de ese pasacalle, sin saber si lo expresó también “cara a cara”, “piel a piel”, “mirada a mirada”, como correspondería en cualquier relación humana conocida. O este otro: “Te amamos, Raúl, tu esposa, tus hijos, tus padres, el perro y tus amigos”.

A esta altura, el lector habrá esbozado una sonrisa ante la ingenuidad del cronista. ¿Qué tiene de malo manifestar esos sentimientos dignos en forma de exposición callejera? Y tiene razón, porque a lo mejor el despistado soy yo que aún tengo el pudor de gritar a los cuatro vientos lo que siento, aunque sea una alegría, o reservo expresiones personales para circunstancias privadas, en tiempo y forma, mirándole a los ojos de quien va dirigida, o tomándole un brazo o la mano como vía de comunicación más sanguínea que verbal.

Lo cierto es que, nos guste o no, allí están: pintados sobre las paredes, colgando de los postes de luz, invadiendo el paisaje urbano. Alguna vez me he preguntado qué será de la vida y los sentimientos de aquellos jóvenes que estamparon hace muchos años sus llamados de amor en paredes, puentes y espacios públicos y que aún no se han borrado.

¿Conservarán todavía esos sentimientos y fervores? ¿O se arrepintieron de conservar esa señal a la vista de todos cuando, en realidad, no hubo nada más que eso: una simple y espontánea inscripción sobre los muros de la ciudad?
Nadie lo sabe. Ni siquiera ellos, tal vez. Pero prefiero aún lo que se dice cara a cara, ojos frente a otros ojos, con leves temblores en la voz o en la mirada, sin tantos testigos anónimos, sin tanta espectacularidad…

¿De otros tiempos…? No sé, pero es intransferible. No se ha inventado nada mejor, que yo sepa…

ajgpaloma@hotmail.com

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