Vivir con el viento

Escribe Claudio Penso, especialista en impulsar procesos de cambio y crecimiento.

El viento tiene ambigüedad, incluso a veces nos engaña. Cuando estamos quietos y nos agita los párpados y el pelo, ese es el que los navegantes llaman viento real.

 
A medida que el barco se desplaza, genera su propio flujo de aire con el movimiento y la velocidad. Este se suma o se resta al viento real y la resultante es lo que se llama viento aparente.

 
Un navío a medida que aumenta su velocidad genera un mayor viento aparente, éste combinado con el viento real, hace que vuelva a aumentar su velocidad y así sucesivamente hasta alcanzar el límite de  velocidad del barco por su resistencia aerodinámica e hidrodinámica.
Un avión para mantenerse en el aire debe alcanzar una velocidad mínima que se determina por sus características aerodinámicas. Para lograrla en el despegue, los pilotos y controladores aéreos intentan, en la medida de lo posible, posicionar la aeronave contra el viento. El viento aparente percibido por el aparato, es decir su velocidad en el aire, será determinado entonces por la suma de la velocidad del aparato con respecto al suelo (viento generado frontal), más el viento verdadero. El aterrizaje contra el viento permite aumentar el aguante cuando la velocidad respecto al suelo disminuye.

 
Nuestra vida es una navegación, en ocasiones con viento real, otras con viento aparente. La velocidad con la que atravesaremos los mares que estamos surcando, estará dada por nuestras propias características, además del viento. Esa resistencia aerodinámica está conformada por nuestra historia, creencias, prejuicios.

 
La travesía tiene momentos culminantes, en los que debemos dejar las velas y volar. Ese instante crucial, estará signado por el viento en contra. Quizá parezca que nos detiene, pero en realidad nos impulsa.
No importa tanto la dirección del viento, sino el modo en que lo usemos para llegar a destino.

 

claudio@claudiopenso.com

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