Un bailarín de oro llamado Gavito

Escribe Antonio J. González

Fue maestro, bailarín de tango y coreógrafo, nacido en Avellaneda en 1942. Carlos Gavito comenzó su carrera profesional en el año 1965 en el programa “Así canta Buenos Aires”. Se destacan sus actuaciones en la década del ’90, junto al reflorecimiento del tango, época en que resaltó su estilo, su disciplina y su creatividad.

Reconocido como el “último milonguero” por su apego al estilo clásico de su danza, siempre con matices pedagógicos. Su fama paseó por todo el mundo y su espectáculo marcaba –como un sello personal- una especial atención a la posición y el paso, que según expresara “son el ánimo del tango”. Uno de sus espectáculos inolvidables fue “Forever Tango”, junto con Marsel Duran, su pareja en danza.

Es considerado un ícono en la historia del tango-baile. Gavito había dedicado más de cuarenta años a la investigación sobre su contenido y el método mejor para transmitir su experiencia y conocimiento. Presentía que ésa sería su vida: bailar.
Siempre recordaba cuando enloqueció viendo bailar en Unidos de Pompeya a “Tin”, un reo de ese barrio que bailaba el tango en alpargatas. Era una luz de rápido. También cuando una noche un amigo tanguero le tiró del saco y lo paró. “Pibe, al tango hay que esperarlo”, le dijo. Y en ese momento Gavito no entendió el mensaje. Tres años después ese amigo lo encuentra y le dice: “¿Venís a preguntarme qué hay que esperar?”. Gavito se quedó helado. “¿Qué hay que esperar? Que la música te llegue a vos, pibe. No la corras…”. Inolvidable lección que aplicó a partir de entonces, y que lo lleva a ser el maestro de los adagios, las cadencias y el silencio de la música.

Murió en su ley: bailando tango hasta el final. Se había criado en su ciudad suburbana de calles de tierras, zanjas llenas de agua estancada. Había vendido diarios, estudiado el bandoneón, trabajado en pozos de petróleo en la Patagonia y a los 17 bailaba el rock sin parar, eléctricamente.

El 1º de julio se cumplieron nueve años de su muerte. Sus éxitos, sus cadencias y su enseñanza de “bailarín milonguero” quedan en alguna página de oro de la historia del tango.

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