Primera huelga de inquilinos en Avellaneda

Escribe Mariano Fain.

 

 

 

 

 

 

fain web   Mariano Fain
Corría el año 1907, en aquella Argentina “próspera” aún no se habían resuelto ni se habían intentado resolver algunos problemas, entre ellos, el habitacional.

 

En un país que había recibido millones de personas provenientes de Europa, ninguna política estatal sobre viviendas se había aplicado, los gobiernos del período ostentaban bajo las banderas del liberalismo un desinterés casi absoluto sobre el tema, su única intervención había sido el establecer reglamentos para casas de alquiler que rara vez fueron cumplidos.
La llamada huelga de inquilinos tiene su origen en el aumento del impuesto inmobiliario y el traslado de esta alza por parte de los propietarios a los locatarios. En respuesta los habitantes de un conventillo del barrio de La Boca se negaron a pagar los alquileres y se declararon en huelga, reclamando además, mejoras edilicias, la eliminación de los meses de depósito y contratos de alquiler en castellano. La medida rápidamente se extendió a Mar del Plata, Córdoba, Bahía Blanca y a varios barrios de Buenos Aires, entre ellos Avellaneda.
En Avellaneda, el crecimiento poblacional se había dado en proporciones mayores a los que señalaban los índices nacionales: Casi 4 millones y medio de extranjeros llegaron al país entre 1881 y 1920. Según reflejan los censos nacionales realizados Argentina pasó de 4.044.911 en el año 1895 a 7.903.662 en el año 1914 o sea un aumento de un 95 por ciento. (Muy lejos del 1.877.490 de personas censadas en 1869)

Paralelamente Avellaneda (entonces Barracas al Sud) registra para el año 1895 18.574 habitantes y en 1914 la población asciende a 144.739, lo que significa un crecimiento de un 680 %. (Avellaneda multiplicó casi por ocho su población). Un crecimiento aún mayor que la Capital Federal que quintuplica su población entre 1869 y 1904 ( de 177.787 habitantes a 950.581).

Esta población que constituyó un joven proletariado urbano habitaba los conventillos, casas generalmente de chapa y madera de muchas habitaciones y con un baño exterior a compartir por todos los residentes. Particularmente prolífera en este tipo de estructuras era el barrio de Dock Sud.

 

Muy bien describe ese ambiente el poeta y amigo Horacio Ramos en su Milonga del Centenario (1)

 

En el patio ´el conventillo

gritos, mugre y piletón,

donde a los parias del mundo

les crece la indignación

Porque al pisar estas playas

la tierra de promisión,

el paisaje se desangra

de angustia y desolación
Nuestra ciudad, sus inquilinos, adhirieron a este movimiento de protesta sin antecedentes en el mundo, llegó a constituirse un sub comité pro huelga de inquilinos de Avellaneda.
Uno de sus miembros expresó oportunamente: Como inquilino, es decir, como explotado, hago un llamado a los compañeros que sienten el peso de la explotación, para que aunemos nuestros esfuerzos y llevar hacia adelante el movimiento de inquilinos en ésta (…) Por eso es necesario que los conscientes, que los hombres fuertes, vengan a reemplazar a los débiles. Y que al mismo tiempo que se den nuevos alientos a los inquilinos en huelga. Así que si hay hombres conscientes, íntegros, si hay anarquistas en Avellaneda, es el momento de hacer algo en pro del ideal, y despertar del letargo en que se hallan sumidos. Domingo Marenco. (2)

 

Las condiciones de vida de estos conventillos en la mayoría de los casos eran infrahumanas, según los registros del recientemente creado Departamento nacional del Trabajo, (3) sobre un universo parcial de 23 conventillos, pudieron contabilizarse 708 habitaciones, ocupadas por 3146 personas, o sea aproximadamente 5 personas por pieza… (4)

 

Cabe aclarar que en la mayoría de los casos esas piezas también eran improvisados talleres en los que costureras, planchadoras y sastres lograban contribuir con su esfuerzo a la economía familiar, la cual en la mayoría de los casos veía afectado un 25% de los ingresos totales en el costo del alquiler.

 

Mas allá de las cantidades muy bien graficado queda en el siguiente informe de la época:

lmaginaos un terreno de 10 a 15 metros de frente por 50 a 60 de fondo; algo que se asemeja a un edificio, por aspecto exterior, o casa de miserable aspecto: generalmente un zaguán cuyas paredes no pueden ser más mugrientas, al final del cual una pared de dos metros de altura impide que el transeúnte se aperciba de las delicias del interior. Franquead el zaguán y veréis dos largas filas de habitaciones, en el centro de aquel patio cruzado por sogas en todas las direcciones, una mugrienta escalera de madera pone en comunicación con la parte alta del edificio. El conjunto de piezas, más que asemejarse a habitaciones, cualquiera diría que son palomares; al lado de la puerta de cada cuarto, amontonados en completo desorden cajones que hacen las veces de cocina, tinas de lavar, receptáculos de una familia, que por lo reducido de la habitación forzosamente tienen que quedar a la intemperie. Las habitaciones son generalmente de 3 x 4 metros (…) estas celdas son ocupadas por familias obreras, la mayoría con 3, 4, 5 y hasta 6 hijos. Adornan estas habitaciones dos o tres camas de hierro o simples catres, una mesa de pino, algunas sillas de paja, un baúl medio carcomido, un cajón que hace las veces de aparador, una máquina de coser, todo hacinado para dejar un pequeño espacio para poder pasar; las paredes piden a gritos una mano de blanqueo, tales son, en cuatro pinceladas, los tugurios que habitan las familias obreras. Pocos son los conventillos donde se albergan menos de ciento cincuenta personas. Todos son, a su vez, focos de infección, verdaderos infiernos, pues el ejército de chiquillos en eterna algarabía no cesan en su gritería, mientras los más pequeño semidesnudos y mugrientos, cruzan gateando por el patio recogiendo y llevando a sus bocas cuanto residuo hallan a mano (…) (5)

 

Las habitaciones, que es lo más antihigiénico e inhumano que conocemos, son de madera, con grandes rendijas por las cuales si no entra el sol en verano penetra fácilmente el frío en invierno, constituyendo esos cuartos magníficas salas de espera para pulmonías y otras enfermedades. La casa encierra unos 300 habitantes, para todos hay seis picos de agua, y como el caño es uno solo se da el caso que los habitantes del piso alto pagan en agua lo que gozan de luz, pues muy poco es el líquido que arriba llega. Dos cuartos de baño hay para 300 personas, es decir, para menos, porque a las criaturas de 10 a 14 años, el cancerbero no les permite el uso del baño bajo el pretexto de un excesivo gasto de agua.

Esta opinión es permanente durante todo el año; como consecuencia, en verano nadie puede bañar a las criaturas a pesar de la ley que establece el uso de los baños en las casas de inquilinato.

Aquí no ha venido nunca un solo inspector municipal porque la propietaria es familia conocida, gente bien.

Sabiendo que no hay ley que obligue a los propietarios a no explotar al inquilino hacemos silencio al respecto: denunciamos, empero, a quien corresponda, la falta de higiene, de agua, de aire y de luz. (6)

 

Bastante lejos del carácter de denuncia de los textos anteriores, y haciéndose eco de una interpretación social de la realidad bastante cercana al liberalismo estatal decía la revista Caras y Caretas:

 

Las leyes de la oferta y la demanda que rigen todos los fenómenos económicos han puesto de relieve en estos últimos días uno de los síntomas del malestar social reinante en Buenos Aires y con caracteres de contagio a los demás puntos de la República: se trata de la huelga de inquilinos que tanto está dando que hacer a patrones, diarios y autoridades. El fenómeno se repetirá infaliblemente cada vez que la demanda de habitaciones sea superior a la cantidad de área edificada. (7)

 

Como era de esperar, aquel Estado que se había mantenido al margen ante los problemas, si plantea “soluciones”, la represión policial no se hace esperar y comienzan los desalojos.

 

Muy claras fueron las palabras de un inquilino: Ya lo sabéis camaradas, con un poco de calma, kerosén y fósforos, la victoria será con nosotros. (8)

1. Ramos Horacio. La sal de mi tierra. Ediciones del Rhaj. Bs. As. 2008.

Pág 34/35.

2. Fuente: La Protesta, Noviembre 24 de 1907, N0 1198, pág. 2.

3. El Departamento Nacional del Trabajo fue creado el 14 de marzo de

1907.

4. Fuente Boletín del Departamento Nacional del Trabajo, Diciembre

1907, N° 3 pág 479.

5. Patroni Adrián. Los trabajadores en la Argentina. En: Panettieri José.

Los trabajadores. Ed Ceal. Buenos Aires 1982.

6. La Protesta, 30 de mayo de 1905.

7. Caras y Caretas n° 471 12/10/1907.

8. La protesta 31 de octubre de 1907.

 

 

Mariano Fain

mariano.fain@elhistoriador.com.ar

noticias relacionadas