Piñeyrúa, hombre y poeta gaucho

Escribe Antonio J. González

Fue fundador de las dos principales entidades tradicionalistas de nuestra ciudad, “Martín Fierro” y “Leales y Pampeanos” y, por lo tanto, socio número dos de ambas, con lo que tenemos ya el perfil de “hombre gaucho” por origen y convicción. Había nacido en 1895 en el pago criollo de La Matanza, en el pueblo de San Martín, pegadito al lugar donde nació también José Hernández

Cuentan que a los veinte años nomás, don Alejandro Piñeyrúa se vino al tranquito y ató su pingo, según él mismo decía, en el palenque del antiguo Barracas al Sur, y aquí se quedó para siempre. Traía un lindo bagaje de experiencias camperas, vida de a caballo, visiones de la pampa inmensa e inabarcable. Le bullía un agitado amor por la cultura gaucha y las costumbres que él tenía en su pago. Una de ellas es esa necesidad de juntarse alrededor de un guitarrero, al lado de un costillar asado o en una ronda de mate.

Allá por el veinte, junto con Horacio Orquin y Amadeo Desiderato, hacían “patios
callejeros”, verdaderas tertulias, donde participaban figuras de los quilates de
Carlos Gardel, Agustín Magaldi, Virginia Vera, Ignacio Corsini, Tita Galatro, Mercedes Simone y otras. ¡Pavada de amigos tenía don Alejandro!

Junto a Santiago Roca y Arturo Salas Chaves se largó a los caminos de la patria, e hicieron la famosa travesía de Avellaneda a Luján. Y un detalle peculiar: recordando los primeros centros criollos de nuestra ciudad, el viaje fue a caballo, con las vestimentas de los primitivos gauchos de Barracas al Sur, como una arreada de gratitud a la Virgen de Luján.

Este viejo trabajador no descansaba. Se consideraba un decidor, un poeta gaucho, de profunda sensibilidad popular. Sus versos y sus historias fueron publicados en revistas criollas como “La Carreta”, de los Leales y la Tradicionalista de Martín Fierro, entre otras. Junto con otros vecinos, fue el gestor de la construcción de ese sencillo y hermoso monumento que se llama “el palenque del recuerdo” que en nuestra necrópolis evoca a todos los gauchos muertos en estos pagos.

También supo andar en la política, fue concejal electo durante la Intendencia del Ing. Aphalo, pero al poco tiempo dejó la banca por razones de salud. Trabajó más de cuarenta años en e1 viejo frigorífico La Negra, casi desde la época de los reseros que arriaban a su ganado al sacrificio. Por eso conocía mucho estos pueblos, porque los vio crecer desde gurí. Vivió las agitadas aguas del país desde los ranchos de adobe hasta los edificios de cemento. Era decidor obligado en las fiestas gauchas, en los fogones, en algunas pulperías y centros de reunión de los paisanos, en las carreras de sortijas, los juegos del pato y en toda tenida que reunía a sus amigos y vecinos.

Era reconocible, su figura robusta, el poncho doblado sobre un hombro, y ese aire fraternal que abría a todo el mundo las tranqueras de Martín Fierro y Leales y Pampeanos.

Dejó huellas indelebles en la memoria de muchos paisanos y compañeros, entre los que se encuentra este cronista.

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