Mario Roberto Álvarez: El gran arquitecto de Buenos Aires y Avellaneda

Escribe: Antonio J. González.

En estos días falleció, casi a los 98 años, una personalidad creativa y uno de los más prestigiosos arquitectos del país. Alvarez es autor de importantes edificios: el Teatro y Centro Cultural San Martín, la Bolsa de Comercio, el puente de Juan B. Justo, el Edificio IBM, la torre del Banco Galicia, la Torre Le Park, el edificio del Standard Bank en Puerto Madero y los hoteles Hilton y Continental, entre otros.

Mario Roberto Álvarez, en 1937 egresó de la Facultad de Arquitectura de la UBA con Medalla de Oro, distinción que antes había conocido al egresar del Colegio Nacional Buenos Aires. Aún joven recaló en la Municipalidad de Avellaneda después de viajar durante casi un año. En Europa había tomado contacto con la vanguardia que ya abrazaba en la facultad y se forjó el perfil de arquitecto moderno que tuvo hasta sus últimos días.

Inteligente, agudo, organizado y ameno, Alvarez convirtió a su nombre en una marca que simboliza eficiencia y austeridad. Fue un innovador en muchos sentidos. Cuando empezó su carrera profesional, la modernidad era una virtud poco valorada. Para tener una idea de las condiciones culturales de su época basta con saber que el edificio de la Fundación Eva Perón (hoy Facultad de Ingeniería, en Paseo Colón 850), se terminó de construir en 1955. Alvarez había diseñado su genial Teatro San Martín dos años antes. Mario Roberto solía decir: «Tengo pocas ideas, pero las respeto», una sentencia que intentaba ocultar su brillo como proyectista. Era un profesional a la antigua, de los que tratan de usted a los colegas.

«Allí trabajé muchos años -afirmó en un reportaje sobre su paso por nuestra ciudad- era arquitecto de la Municipalidad en la década del 40. Hice por primera vez un jardín de infantes, algo que no se había hecho nunca en el país, inspirado en lo que vi durante mi viaje de becado a Europa. Un planteo general para remodelar todo el hospital Fiorito, del cual sólo pude construir un pabellón; un corralón de basura en Lanús, que en esa época estaba unida a Avellaneda, y junté todas las oficinas dispersas de la Municipalidad que estaban en distintos locales alquilados e hice un edificio paralelo a la avenida Mitre, atrás de la vieja Intendencia, un edificio de planta baja y tres pisos. Luché, y conseguí, que no se levantara la avenida y sí, en cambio, que levantaran el ferrocarril en terraplén a la altura de Crucecita. También un asilo de ancianos donado por la familia Fiorito en el camino a La Plata; un pabellón de nichos en el cementerio, donde puse unas obras de Labourdette y Castagnino, y un osario, que no había. Hasta llegamos a desarrollar un proyecto de túnel bajo el Riachuelo que no prosperó, quizá porque, como me dijo un colega, «a los políticos les gustan las obras que se ven y no los túneles que están ocultos».

«Me retiré cuando un intendente quiso que cambiara las condiciones del pliego de licitación a posteriori de realizarse ésta. Ya había creado una oficina de arquitectura, algunas otras obras, particularmente la primera casa contemporánea, una vivienda en propiedad horizontal, en Mitre esquina Lavalle, lo que significó que no hiciera ninguna otra allí porque a la gente no le gustó».

Ídolo y genio, dicen algunos. Trabajador e innovador, otros. Pero ahora es leyenda o historia en el manual de la arquitectura de nuestro país y en las raíces que seguramente crecieron en Avellaneda.

Antonio J. González
ajgpaloma@gmail.com

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