Los ilustres del tango: Carlos Gardel

Escribe Roberto Díaz.

El “Mito Viviente”; el “Zorzal Criollo”; “El Mudo”; el que “cada día canta mejor” y un sin fin de denominaciones más para evocar al mayor cantor popular que el Tango ha producido, sin duda alguna.

En este caso, hay que decir que el pueblo no se ha equivocado en sus apreciaciones. Lo eligió y punto. Y hace más de 75 años, desde aquella nefasta muerte en la ciudad de Medellín, Colombia, que Carlos Gardel tiene la vigencia que merece.

Un día, sentado en la cocina de una casita de la calle Amenábar, mi querido Maestro y amigo, el poeta Raúl González Tuñón, me contó cómo había conocido a Gardel.

Con sus maneras elegantes, con su media voz inconfundible, Raúl hacía cómplice a su interlocutor de sus anécdotas de vida. En este caso, él trabajaba, como periodista, en el diario “Crítica” y debía cubrir la marcha del legendario dirigente comunista Carlos Prestes por todo el Brasil. Y junto a un fotógrafo, embarcó en el célebre “Conte Rosso”, barco de bandera italiana que hacía la travesía a los Estados Unidos.

Gardel también embarcó en la misma nave; iba a su gira de la muerte, esa gira que abarcaba el País del Norte y otras naciones del Caribe hasta recalar en ese infausto Medellín, suelo colombiano donde encontró el accidente.

Contaba Tuñón cómo, por las noches, Gardel, en el camarote del capitán, cantaba romanzas y canciones napolitanas en homenaje a este hombre que era italiano. En esas tenidas, Raúl González Tuñón logró confraternizar con el artista inmortal. Y decía Tuñón, para ilustrar sobre el don de gente de Gardel, que la madrugada en él con su fotógrafo descendieron en el puerto brasileño, allí estaba Gardel, enfundado en su bata de seda, para darle un abrazo y desearle suerte.

Hace muy pocos días, Plácido Domingo llegó en gira a nuestro país y cantó cuatro temas de Tango: tres eran de Gardel con letra de Alfredo Le Pera. Todos temas que este dúo realizara para la Paramount neoyorquina; es la etapa de Gardel más refinada como artista.

Sus melodías eran incomparables y supo encontrar al poeta que las insufló de imágenes bellas. El dúo Gardel-Le Pera fue único.

Carlos Gardel supo, también, inyectar a su vida el indispensable misterio. Cuando a un ídolo rodea el enigma, es más ídolo, queda mucho más reverenciable a la hora de medirle atributos y excelencias.

Era muy pícaro Gardel. ¿Era francés, había nacido en Toulouse, como se dice? ¿O era uruguayo, con toda esa historia funambulesca de ese Coronel Escayola, supuesto padre del niño “mal habido”?

¡A quién le importa ya eso! A quien le importa de dónde era ese morocho de sonrisa ancha, simpático y entrador que, además, cantaba como los dioses.

El mito se volvió idolatría. El ídolo se hizo eterno. Pasan las generaciones, pasan los gustos estéticos y Carlos Gardel sigue tan intocable como siempre, aún para aquellos que profesan cierto desapego al Tango.

Esa vivienda de Jean Jaurés, donde vivió con su madre Berta, la compró, dicen, viajando en barco y sin verla. Un amigo ofició de intermediario. Su obsesión: darle a su madre el confort y la seguridad de un techo. Y así lo cristalizó.

Gardel ganó mucho dinero, pero también lo derrochó. Era generoso, era muy leal con sus amigos. Y no todos los amigos de Gardel eran de cuna. Había muchos que galgueaban como el que más. Y después estaban los caballos, por los que sentía verdadera pasión. Gardel era un turfman que se preciaba de serlo.

Pero el mérito mayor de este artista fue inaugurar el Tango-Canción, un género dentro del género, pero que le dio la relevancia que requería el Tango. Su extrema visión para cantar los textos de los poetas jóvenes de la época. Su renovación, su inquieta lucidez para comprender el futuro de ese Arte.

Por eso, llegó a ser un artista internacional y por eso llegó a cimentar la fama que tuvo en vida y que incrementó después de muerto.

Uno de los grandes del Tango. ¡Qué digo! ¡El más grande!

pepecorner@hotmail.com

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