La atracción del miedo

 Escribe Claudio Penso,  especialista en impulsar procesos de cambio y crecimiento.

El emperador romano Domiciano se llamaba a sí mismo domine et deus, señor y dios.

 

El miedo a que pudieran matarlo lo persiguió durante toda su vida. Hizo colocar placas de mármol lustroso en las paredes del palacio para ver lo que ocurría a sus espaldas. Además, ordenó instalar espejos en cada rincón para controlar los movimientos de todos los que estuvieran cerca de él. Interrogaba a los prisioneros solo y en secreto, sujetando en las manos el extremo de sus cadenas.

 
Un astrólogo predijo su muerte al mediodía, a la quinta hora. Fue llamado por el emperador y el hombre ratificó su predicción. Al preguntarle cómo sería  su propia muerte, el astrólogo dijo que muy pronto lo devorarían los perros. Para demostrar su autoridad Domiciano lo mandó degollar y quemar el cuerpo de inmediato. Pero cuando había comenzado a arder se desató una lluvia que apagó las llamas. Poco después, aparecieron unos perros que lo devoraron.

 
A partir de ese día Domiciano no tuvo paz, lo escoltaban soldados pretorianos hasta que pasaba la hora quinta y un esclavo le avisaba. El día 18 de septiembre del año 96 fue avisado que era la hora sexta, Domiciano mostró una gran alegría y se dirigió a su habitación. Allí varios gladiadores le dieron muerte de siete puñaladas.

 
El miedo tiene magnetismo porque produce atracción sobre aquello que rechaza. Esa escena temida casi construye la realidad muchas veces. Es difícil escindir o neutralizar los pensamientos que enhebra el miedo, son incansables como las sombras que se propagan en la noche. Resistirlos es una batalla perdida porque el NO QUIERO no se fatiga jamás. En cambio hay un antídoto valioso contra el miedo: imaginar con intensidad lo que sí quisiéramos. Esa forma de pensar también construye la realidad.

claudio@claudiopenso.com

 

 

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