Ir detrás de las tragedias

Escribe: Osmar Percudani.

Ocurrió hace algunos años en el incendio de ese galpón blindado llamado República de Cromañón, a 100 metros de la estación de Once, en la Capital Federal. Un hecho demencial, que va a doler por siempre. Más de ciento setenta jóvenes encontraron una muerte horrorosa, irracional por donde se la mire, en un recinto de descontrol peligrosísimo donde tocaba una banda de rock.

Fue recién después de esa tragedia que los mecanismos de Estado parecieron ponerse en marcha. Y la sociedad toda descubrió las condiciones alarmantes de los lugares donde se amontonan personas de a miles, sin las más mínimas condiciones de seguridad.

Ahora fue la llamada «tragedia de Once». A cien metros de Cromañón. En una de las estaciones cabecera del ex ferrocarril Sarmiento, concesionado por el Estado a la empresa TBA en la década del ‘90. Allí, un tren descontrolado chocó con los muros del final andén, desprovisto de todo sistema de contención, y provocó la muerte de 51 personas y más de 700 heridos.

Otra vez, una tragedia puso a la vista de todo el mundo las condiciones infrahumanas en las que millones de pasajeros viajan en las horas pico, todos los días de su vida, en esos trenes en estado lamentable explotados comercialmente por una empresa privada.

Cuando una situación con altísimos niveles de riesgo para tanta gente se hace permanente, cotidiana, las tragedias de este tipo no son accidentes, son consecuencias lógicas. Las probabilidades que ocurran son muchas y crecen proporcionalmente al tiempo en que se mantienen esas situaciones con elevadísimos niveles de riesgo.

Ahora otra vez interviene el Estado en forma tardía, que es mejor que nunca, pero que suma bronca e impotencia al profundo dolor por las vidas destruidas.

Es también doloroso el uso político de hechos de esta magnitud y de quienes aprovechan para cargar contra el Gobierno y echar culpas al funcionario de turno, de problemas que son estructurales desde hace décadas en la zona metropolitana de Buenos Aires, y casi nunca abordados por la dirigencia política, ni reflejados por los medios con la escabrosa intensidad con que cubren las tragedias.

La irracional distribución de la población, a partir de la desmedida concentración urbana alrededor de la Capital Federal; la inexistencia de mecanismos de control de todo tipo por parte del Estado y de la ciudadanía; la evidente deficiencia e insuficiencia de los medios de transporte; lo obsoleto de las vías de acceso vehicular ante un parque automotor que crece exponencialmente cada año; y la pésima prestación de los servicios públicos por parte de las empresas con clientes cautivos; son parte de esa agenda casi nunca abordada. O sólo a veces. Después las tragedias, por ejemplo…

noticias relacionadas