Grafiti: color urbano o acto invasivo

Escribe Antonio J. González.

En crónicas anteriores nos alegramos por el aporte que los artistas grafiteros aportaron a la ciudad con sus colores, sus arabescos armoniosos y sus mensajes humanísticos. Este fenómeno social, y particularmente juvenil, se ha desarrollado con intensidad creciente y, como todos los actos fervorosos, impacientes y masivos, tienen también costados incómodos e indeseables. Cualquier acción que emprendamos –especialmente en el espacio público- no sólo importa a quienes la realiza sino que afecta a todos los pobladores, directa o indirectamente.

En estos tiempos se produce –a nuestro criterio- una excesiva invasión de algunas de esas manifestaciones pictóricas. Podemos descubrirlas en cualquier propiedad privada: paredes, puertas, portones, cortinas comerciales, fachadas de casas particulares, árboles, asientos de colectivos, monumentos y esculturas públicas, y muchos otros.

No se tiene en cuenta cómo afectan, negativamente, esas inscripciones, figuras y arabescos en algunos de esos inmuebles, como un gesto de mal entendida libertad de expresión. Es un asunto que debe tener estatus municipal, así como desde la esfera pública se estimuló –sanamente- la realización de murales, grafitis y decoraciones callejeras. Creemos que toda acción pública tiene un límite: cuando se afecta el derecho del otro, sea vecino o habitante de esos edificios atacados por la furia “grafitera”.

Lo más curioso, digno de analizar social y síquicamente, es que existe una multitud de arabescos y escrituras que tienen el carácter de “firmas” con el sello de identidad del autor, multiplicada por todos los recovecos de la ciudad. Algunas de las preguntas que eso sugiere a este cronista son: ¿Es un sello de identidad personal y único para afirmar la propiedad del auor sobre esos espacios? ¿Será un rasgo más de una adolescencia cultural que necesita a cada paso decir “Aquí estoy yo”?

No lo sabemos. Lo que comprobamos es que ese dominio que ejercen sus autores sobre los bienes ajenos o, si se prefiere, municipales, no es agradable para muchos como lo son las otras expresiones muralistas que también realizan algunos grafiteros.
Sabemos que, en general, el grafiti (en castellano básico) es concebido como un arte en las virginales paredes de la ciudad, que en muchos casos alcanza un elevado grado de deconstrucción estética. Se considera que la práctica del graffiti nos revela un cosmos exquisito y complejo de significados, que trastoca no sólo a la historia colectiva de las ciudades contemporáneas, sino también ciertos ejes importantes propios de la modernidad.

También conocemos que la ciudad está provista de espacios que le permiten a los transeúntes interactuar con ella como si fuese un sujeto más provisto de diferentes cualidades, que a su vez le dan estructura y forma. Pero en estos conceptos no encajan aquellas expresiones individuales –como las señaladas en esta crónica- que no agregan valor al paisaje urbano.

ajgpaloma@gmail.com

noticias relacionadas