Federico y Requeni en tiempos del soneto

“Un soneto me manda hacer Violante,/ que en mi vida me he visto en tal aprieto;/ catorce versos dicen que es soneto:/ burla burlando van los tres delante” así comienza Quevedo su ejercicio para hacer un soneto con el tono del gran poeta español. Pero este ejercicio creativo de los poetas no es un juego o un invento del ingenio humano, sino un desafío y una estética. El origen del soneto se origina en el sur de Italia, sin embargo no se volvió importante hasta el 1240 que comenzaron a utilizar este estilo como propio. Dante Alighieri y Francesco Petrarca, entre los italianos, y López de Mendoza, Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la Barca, Sor Juana de la Cruz y Cervantes le dieron su sello.

Pero el soneto fue cayendo en desuso con la llegada del neoclasisismo y en el romanticismo, sin embargo, al llegar el modernismo, en el siglo XIX, volvió a cobrar importancia este estilo, con nuevas formas, dándole un giro que lo convierte en uno de los estilos líricos más populares. Entre nosotros, Jorge L. Borges, Baldomero Fernández Moreno, Francisco L. Bernárdez, entre otros, fueron paladines de este estilo.

En nuestra ciudad podemos destacar a dos poetas muy entrañables para este cronista: Federico Fernández Larrain y Antonio Requeni. Del primero atesoro valiosos testimonios de su creatividad y su lirismo. Federico acostumbraba escribirlos en la mesa de algún café o en el escritorio de su trabajo, allí donde saltaba la chispa creadora. Tengo en mis archivos el borrador del soneto que me dedicó, cuando yo utilizaba un seudónimo: Jorge J. De Lellis, y –desafío de aquella juventud- contesté con el mío dedicado a FFL.

Antonio Requeni fue también camarada en las tareas en Gente de Arte, al igual que lo había sido Federico. De modo que también teníamos conocimiento de nuestras creaciones literarias. Transcribo uno de sus clásicos de aquella época: “La gota de agua”. “Miro esta gota de agua tan pequeña / -límpido resplandor de estrella pura¬ / y es ya sentir que mi literatura / se conmueve, se rompe, se despeña / Vanas memorias que el poeta sueña / salvar en el fervor de la escritura / porque en su anhelo estéril se figura / que un rol divino acaso desempeña. / Nada vale este oficio de canciones. / Nada es esta ambición, esta clausura / de la idea en sombrías ramazones. / Y nada este soneto que se fragua / con torpe voz y con palabra oscura / junto al soneto de la gota de agua”.

Valgan estas líneas como homenaje al “señor soneto” y los poetas que se atreven con él.

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