Falta de identidad

Escribe Roberto Díaz.

Podemos buscar tres millones de explicaciones, pero lo cierto es que nuestro país ha perdido su identidad desde hace muchos años. Políticas de espaldas a nuestros reales intereses y a nuestra auténtica idiosincrasia, nos ha llevado a esta chirle combinación donde el ser argentino ha quedado sepultado ante múltiples acciones que nada tienen que ver con nosotros.

Cuando revisamos la historia patria, nos encontramos con una serie de personajes nefastos, que trabajaron para el enemigo. Tipos que fueron a Europa a negociar la soberanía, tipos que fueron a buscar a un monarca cuando los orígenes de 1810 fueron netamente republicanos. Tipos que se vendieron al mejor postor y tipos (esto es lo lamentable) que estuvieron en todos los cargos públicos habidos y por haber.

En realidad, como debe suceder, tal vez, en la historia de todas las demás naciones, hubo personajes deleznables que, hoy, tienen nombres de calles y se los valora como si hubiesen sido maravillosos patriotas.

En realidad, nuestro país nació mal, con todas las formas espúreas que queramos ver; y siguió mal, a pesar de épocas de esplendor, de lucidez política y administraciones más o menos racionales.

Pero esta falta de identidad que notamos, proviene de las últimas décadas. Hemos perdido la cultura nacional, hemos perdido los valores que nos identificaban, hemos perdido protagonismo en las demás naciones y hemos bastardeado la educación hasta límites insólitos.

Se vio, por ejemplo, en los festejos del Bicentenario. La Secretaría de Cultura de la Nación programa los recitales y se olvida (¿olvida?) del Tango, cuando es éste el que nos representa en todo el mundo. Tuvieron que salir, de apuro, ante reclamos como los que hizo Leopoldo Federico, a armar algo de Tango con algunos artistas. ¡Un verdadero bochorno que debería costarle la cabeza al funcionario!
Pero esto está armado así. Hay artistas acomodados, indudablemente; son esos que, cuando hay un festival de rock, se ponen la campera con tachas y son roqueros; luego, viene Cosquín y son folkloristas y hacen algún festival de Tango ¡y cantan ellos!

Lamentablemente, tenemos funcionarios que dan vergüenza ajena.

Pero esto no sería tan grave si esa falta de identidad no se extendiera a todos los ámbitos. Por eso, le ponemos a las cosas nombres en inglés; por eso, nos hincamos, estúpidamente, ante cualquier espectáculo banal, siempre y cuando sea extranjero y obviamos a nuestros artistas locales, a jóvenes con auténtico talento que deben ir a ganarse la vida al exterior.

Esta es la Argentina de hoy: un reservorio de décadas donde la decadencia y la imbecilidad han hecho estragos. Tenemos generaciones desentendidas de los problemas del país, que no les importa nada, que desconocen los acontecimientos elementales de nuestra historia, totales ineptos que, además, hacen alarde de su ineptitud.
Así nos va. Y nos seguirá yendo peor si no levantamos la puntería y nos ponemos a trabajar en serio por un país con mayor nivel educativo.

Estamos festejando el Bicentenario. Una fecha, nada más. Que no nos servirá de nada si seguimos cometiendo los errores de siempre, si somos incapaces de reunirnos y lanzar, aunque sea, una idea a la mesa y no esta estúpida manera de gobernar que consiste en pelearse por mezquindades y convertir todo en una disputa de conventillo.

robert_diaz38@yahoo.com.ar

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