El adiós a un poeta

Escribe Horacio Ramos

La poesía es un desafío a la razón, tiene una entidad vital orgánica. Es como respirar en paz, un tumulto de hogazas de pan recién horneado, un cesto de mimbre, similar al que solía alumbrar nuestra infancia, protegiéndonos desde el clavo en que se hallaba colgado en la cocina de mi vieja. Al respecto, dijo René Char «que el poeta no deja pruebas sino huellas de su existencia.» Es decir, que al dar muestras de que uno se siente poeta, exhibe oficio, destreza, algunos malabarismos. Pero dejar huella de poeta, es porque uno ha vivido una vida de poeta. Por eso, recordando a Tristán Tzara, podemos considerar que «la poesía es una manera de vivir.»

De ahí que Roberto Díaz, de él se trata este rescate salpicado por el dolor de su partida, viajó siempre con densa luminosidad por el mundo de la literatura, ese refugio de nobles imágenes que le era tan caro, y desde donde emergió para sumergirse en la jungla de lo desconocido en su persistente búsqueda de la belleza, porque fue allí donde su poesía obtuvo sus más cálidos resplandores. «El poeta que va a hacer un poema –puntualizó García Lorca-, tiene la sensación vaga de que va a una cacería nocturna en un bosque lejanísimo.»

El papel en blanco, diría yo, ese lobo en celo que acosa al escritor y al que debe derrotar para evitar que lo invada, es lo que Alejandro Korn llamaba «la angustia del rumbo.» En consecuencia, y Roberto supo hacerlo como el que más, hay que serenarse para evitar caer en la tentación fácil de la cotidianidad: las bellezas o las fealdades disfrazadas de bellezas, y taparse los oídos, como Ulises frente a las sirenas. Como resultado, la poesía de Roberto, supo conjugar lo subjetivo con la expresión vital, estableciendo una atrapante sintonía con las mejores obras de las últimas décadas.

No fue nada fácil borronear estas líneas. Es que al hilvanar este rosario de palabras, los «tigres de la memoria» acudieron de pronto sin pedir permiso, y comenzaron a deambular por la entraña de Crucecita, un «cacho» de Avellaneda, desde donde regresaban los olores de la infancia, los amores inesperados, las broncas «futboleras» en el callejón de Dorrego. Y allí estaba, también, Ramón Díaz, el padre de Roberto, de cuya mano me asomé, por primera vez, a un escenario para descubrir con asombro adolescente, los excitantes senderos del Arte.

Tiempo arriba, ya navegando en el mar tormentoso y a veces calmo de la poesía, volví a encontrarme con Roberto y otros compañeros, en la estimulante aventura que significó la revista «Suburbio», donde él colaboró en los primeros «palotes». Por supuesto, jamás tuvimos un distanciamiento, más allá de algunos criterios ideológicos disímiles al abordar aspectos agudos de la vida política. Pero, siempre, pusimos el acento en la multitud de acordes afectivos que permanentemente nos unieron, y no en las mezquinas disonancias que pudieran separarnos. Porque prevaleció, sobre todo, el torrente de cariño que nos ligó desde pibes, en aquellos días en los que aprendimos que la amistad no puede darse, nunca, en cuentagotas.

Por último, permítanme un recuerdo personal más cercano, y que resume los lazos entrañables que nos unían a Sarita, mi mujer, y a mí, con Roberto. El 23 de octubre de 2009, el H.C.D. de Avellaneda, me otorgó una distinción que honró mi vida, en el marco de una sesión de notable calidez. Roberto, por razones de salud de su esposa, no pudo acompañarme. Pero, unos días después, me envió un correo de cuyas palabras extraigo un fragmento que lo «pinta de cuerpo entero» y que aún me sigue emocionando por su franqueza y el humor que lo caracterizaba, y con el que finalizo esta nota:

«No estuve presente en el acto, te fallé por las causas que te cuento. Pero sé que mi afecto hacia vos y a tu familia, estará siempre presente hasta el último instante de nuestras vidas. No importa si estamos en la misma vereda, esto es «para los giles». Seguiremos siendo tangueros, soñando con un mundo mejor y recordando a nuestro barrio, a nuestro origen, que es una de las cosas que siempre nos unirán. Cuidala a Sarita que es un baluarte. Decile que largue los «sanguches» de miga. Te abrazo desde el cariño.» Roberto Díaz

noticias relacionadas