Aspiraciones varias

Escribe Roberto Díaz.

Es legítimo y hasta imprescindible que nos inventemos un «lugar en el mundo» aunque ese «lugar en el mundo» tenga la humildad de nuestro pequeño jardín o un sillón de nuestra sala de estar.

Deberíamos saber vivir con nosotros mismos; de ese modo, eludiríamos mucha de nuestra vida de relación que, muchas veces, no nos sirve de mucho.

Practicar algo de la filosofía de los Eremitas que, hartos del «mundanal ruido», se refugiaban en alguna cueva (como hizo Diógenes) o se sentaban a reflexionar, como hacía Buda, debajo de algún árbol.

Lo cierto es que la gente necesita, imperiosamente, tener contacto con la Naturaleza, contacto con el reino animal a través de sus mascotas, refugiarse, de vez en cuando, en lugares recónditos, alejados de su habitat permanente o romper los lazos y el contacto con lo que los rodea, para que esa distancia se vuelva fructífera y reinicie sus actividades con más fuerza y más claridad que antes.

Hay personas que viven estresadas, por el simple expediente de abarcar más de lo que su capacidad le ofrece; gente que se carga de responsabilidades y obligaciones y lo pagan, luego, con su salud y hasta con su vida. El camino del infierno está empedrado de adictos a ese vértigo, que los hace terminar infartados o, lo que es peor, incapacitados mental y físicamente para vivir una vida plena.

Hay de todo en la Viña del Señor. Pero este ritmo, este sistema de vida, es malsano. Y son las grandes ciudades las que imponen esta velocidad, estas urgencias. Agendas recargadas que, al final, quedan abandonadas en algún lugar cuando el dueño de las mismas ha terminado su vida de mala manera.

Por eso, aparece, en algún momento de estas vidas desquiciadas, esa utópica aspiración a realizar otras actividades que no lo suman en esa trampa; sueñan con islas desiertas, con lugares paradisíacos, con retraerse y perder contacto con el mundo y un sin fin más de fantasías que, desde luego, generalmente no se cumplen porque el personaje en cuestión seguirá maniatado a su rutina, a esas responsabilidades que son sus perros cancerberos.

Estas sociedades modernas, obligan a muchos seres humanos a representar un rol para el que le pagan, generalmente, muy bien. Este sujeto podrá rodearse de confort, tener aquello material que le apetece, darse los gustos. Lo que no podrá es encontrar su verdadera felicidad, la dicha de hacer lo que le plazca, el silencio que se requiere en algún momento, la paz que se necesita para pensar y conseguir el equilibrio. Eso, no.

Como si fuera el movimiento continuo, no podrá frenar; así hasta el momento en que el Tiempo disponga de su vida. Generalmente, hay mucho de efímero en estas vidas que no saben cambiar a tiempo.

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