Aquellos gallegos fundadores
Escribe Antonio J. González.
La historia de los gallegos en nuestra tierra es la narración de una lucha constante para incorporar en nuestra realidad los tributos, los conocimientos y los desafíos necesarios en una nación que estaba construyéndose todos los días. Ellos traían sus experiencias, sus culturas y sus sueños para sembrar aquí aquello que como hombres y mujeres trabajadores debieron abandonar en su propio terruño.
Aquella ciudad recostada sobre esta margen del Riachuelo, humeante por la manufactura primaria y las chimeneas de las nuevas industrias, los recibió con los surcos abiertos para que germinaran aquellas semillas del progreso. Sus familias enseguida se afincaron, poblaron conventillos y caseríos. Algunos pudieron enseguida dedicarse al comercio o la industria, al arte y a la educación popular.
No fue obstáculo, algunas veces, la escasa instrucción que tenían, algunos también eran analfabetos. Sin embargo se apasionaban por la educación popular, el avance y desarrollo en la organización social, el cuidado de la salud y el mejoramiento constante del modo de vida de aquellas poblaciones.
No era una condición exclusiva de los inmigrantes provenientes de Galicia. Similares expectativas plantearon los de otras nacionalidades de aquella Europa con guerra, hambruna y muerte.
En 1856 había aquí alrededor de 500 españoles, pero a fines del siglo diecinueve ya se registraban más de 10.000, y muchos de ellos eran gallegos, y en crecimiento constante. En 1862 fundaron la Sociedad Española de Socorros Mutuos, una iniciativa novedosa y progresista para la época. El espíritu de solidaridad iba dando estos frutos, porque 37 años después se funda el Centro Gallego de Barracas al Sud como asociación en la cual se recreaban las costumbres de su pueblo de origen, se preservaba la galleguidad, sin dejar de afincarse en la nueva tierra. Este Centro fue uno de los primeros en el país, donde revivía la cultura de la región galáica.
Su primer presidente y entusiasta constructor de redes culturales y sociales, fue Antonio Paredes Rey. Él y un grupo de connacionales se reunieron en una casa de la Avenida Belgrano 279, con apellidos que luego repercutirían en este territorio y en el país: Paredes, Meaños, Sitoula, Sampayo
No fueron los únicos. Crearon bibliotecas populares, escuelas, sociedades de asistencia pública, clubes deportivos y todo tipo de asociación para el bien público en los barrios. Uno de ellos fue Manuel Sinde, dueño del bazar La República, nombre que lo identificaba por sus ideas democráticas. Fue presidente de aquel Centro Gallego y de la Asociación Española de Socorros Mutuos, fundador del Centro Comercial e Industrial, y activo simpatizante del Racing Club. Allí organizó una muestra de pintura, pero además hizo construir el Teatro Colonial con reminiscencias arquitectónicas de España.
Sería larga la lista de personajes que se esforzaron por ayudar a levantar los cimientos de nuestra ciudad, diseñar un camino de cooperación y ayuda mutua. Muchos de ellos se mantienen en el anonimato de la historia, en el ancho sendero de la construcción social. Todavía hoy están de pie aquellas columnas que su lucidez y trabajo construyeron. Lo sabemos bien quienes, como este cronista, descendemos de padres o abuelos gallegos. Sea este un homenaje a ellos, inclusive a mi padre y mi abuela que un día se embarcaron con sus sueños y carencias en la aventura de plantar árboles y vida en esta tierra. Ellos son parte de nuestras raíces. Hola, abu Hola, viejo
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