Acerca del elefante

Escribe Luis Alposta

Un elefantólogo amigo solía decir que cada elefante tiene su frase según el color o el lugar en que se encuentra. Y tenía razón.

La expresión “elefante blanco” alude a cosa muy cara, a cosa que cuesta mucho mantener; a posesiones que tienen un costo de manutención mayor que los beneficios que aportan.

En cambio, recurrir a la imagen de “un elefante en un bazar” es hacer referencia a un botarate; a la manifiesta torpeza de alguien que puede ser lesivo en determinado lugar o circunstancia. Y cosa muy distinta es hablar de “pata de elefante”, que es como popularmente se llamaban a los pantalones Oxford, aquellos que estuvieron de moda en los años 60.

En cuanto al elefante como amuleto, recordemos que tiene una procedencia hindú que surge de la leyenda de Ganesha, el dios con cabeza de elefante, hijo del dios Siva y la diosa Parvati. Un dios al que solían invocar no sólo mercaderes y comerciantes sino, también, literatos y poetas en busca de inspiración.

Durante la primera mitad del siglo XX el elefante “de la buena suerte” adquirió fama en el mundo occidental, representándoselo en posición de marcha y con la trompa levantada y doblada hacia atrás, como impidiendo que la buena suerte se escapara.

Y tener “memoria de elefante” es recordar, entre otras muchas cosas, los versos de El elefante Trompita, la popular canción infantil de Tito Alberti compuesta en 1947. Y es, también, recordar aquellos versos del tango “En un corsito de barrio, de Yiso y Aznar, que dicen:

Cuando la vi peligrosa
le dije en tono galante:
-Mañana, mi sol brillante,
¿dónde la puedo encontrar?
-¿Mañana? En el Shangri-La.
¡Soy la mujer elefante!

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