Solidaridad y compromiso vs. individualismo en el ámbito social

Escribe la Lic. Andrea Fabiana Varela Seivane.

Vivimos en un mundo donde abunda el contrasentido, por una parte consagramos lo individual, la competitividad, la veneración del dinero y el éxito rápido a cualquier precio, y por otra parte apostamos a la solidaridad con los más desfavorecidos del planeta, es decir a pesar de un mundo estructuralmente injusto, la solidaridad es un tema de actualidad.

Preguntarnos por este contrasentido nos lleva a pensar en primer lugar que si bien el conocimiento inmediato a través de los medios de comunicación nos proporciona estar al tanto de las grandes tragedias humanas que hacen que rápidamente se movilicen nuestras conciencias, también existen las organizaciones no gubernamentales que son las que propician la solidaridad, promoviendo campañas de intervención rápida y proyectos de desarrollo para auxiliar a los millones de afectados por desastres naturales y tantas guerras que arruinan la vida y las expectativas de millones de personas.

En segundo lugar, el contrasentido también se observa en relación con que si bien estas campañas de solidaridad son sentidas por las personas como muy importantes, tienen muy poca durabilidad en el tiempo y no son masivas, las acciones solidarias son en el ámbito de tragedias concretas, con lo cual se pone de manifiesto la inconstancia y la escasa participación, es decir que la mayoría de las personas actúan en ocasiones y en piloto automático, cuando en realidad a cada minuto somos testigos de tragedias humanas próximas o lejanas, geográficas o afectivas, y que parecen no existir a los ojos de la sociedad.

La tragedia por la que pasan muchas personas las tenemos al alcance de nuestra vista, la pobreza en las calles, son los excluidos, los carentes de oportunidades, sin expectativas de conseguir empleo, pobres, toxicómanos, gente sin techo, niños y ancianos sin recursos ni familiares que velen por ellos, y forman el grupo de los poco o nada influyentes.

Nuestra sociedad asume estas situaciones como inevitables y pasa por alto que si bien somos una sociedad supuestamente civilizada, tenemos dificultades a la hora de entender que son seres humanos que necesitan ayuda, por otra parte el egoísmo y la insensibilidad con relación a lo que no nos toca de cerca, resulta muy coherente con el mundo en que vivimos.

Cuando la ayuda no es eventual, genera hechos diarios que alivian males concretos, y por añadidura recuerdan a los que más padecen situaciones de precariedad, que su sufrimiento son en parte también de aquellos que no lo sufren.

El mensaje en nuestra sociedad actual para sobrevivir es competir, con lo cual quien no se suma a esto queda excluido, lograr el privilegio en ser uno de los pocos que lo consigan generará rivalidad sobre todo en el ámbito laboral. Si bien esta actitud individualista y solitaria marca nuestra forma de estar en el mundo, también surgen gestos de solidaridad, incluso en aquellos que compiten por el estatus social que parece proporcionar cierta categoría a algunas personas.

Quizá todos los que realizamos actos ocasionales de ayuda humanitaria lo hagamos para compensar las insatisfacciones que muestra ese individualismo tan contradictorio con nuestro más personal sistema de valores.

Sin embargo se producen contradicciones en quienes suelen no mirar la tragedia humana cotidiana y reaccionan con prontitud ante una llamada de solidaridad masiva. Algo nos impulsa a ser solidarios, el ser humano es incoherente y contradictorio, somos capaces, como grupo y como individuos, de lo mejor y de lo peor, la mayoría somos cotidianamente egoístas y ocasionalmente solidarios, es la necesidad, muchas veces insatisfechas, de dar una oportunidad a crecer en el ámbito social, y así como los desfavorecidos nos necesitan, también los necesitamos nosotros a ellos, ya que si bien les facilitamos medios materiales, ellos nos brindan la oportunidad de desarrollar nuestra dimensión social, de sentirnos humanos, y además ayudan a que nos cuestionemos esta vida sumamente individualista.

La solidaridad es una actitud a cultivar si queremos crecer en plenitud, y solamente lo conseguiremos si la solidaridad se convierte en cooperación, que es algo muy distinto de la ayuda humanitaria ocasional y de la caridad. Cooperar está en relación con que los desfavorecidos deben ser protagonistas de su propio desarrollo y por lo tanto deben participar en su proceso de independencia, cooperar es actuar organizada y permanentemente, sin esperar a las catástrofes.

Licenciada en Psicología
Andrea Fabiana Varela Seivane
MN 34156
Consultas al 4205-0549 155-143-6241

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