Roncayoli y los payadores de su tiempo

Escribe Antonio J. González.

El periodista Roberto Roncayoli fue colaborador de diarios y publicaciones de la región, además de presidente del Círculo Tradicionalista Leales y Pampeanos. Es decir que conoció directamente el auge del tradicionalismo y la música de raigambre folclórica. Fue testigo y protagonista de los años de oro de la música nacional y sus poesías integraron zambas y valses de la época. En estas páginas se publicó, hace ya varios decenios, una nota suya sobre “Apogeo y eclipse del payador” en la que relata sus experiencias y conocimientos sobre esos cantores populares de una época no tan lejana de nuestra ciudad.

 

“En los atardeceres el acordeón de algunos tripulantes, ofrecía la serpentina de su música fácil y pegadiza, la que penetraba en el zócalo del río –cuenta Roncayoli- música sencilla ofrecida por un compositor que se dirigía a sí mismo, con nostalgias de lejanos países y amagos de cosas criollas. Era la época, de1 “Imperio del Payador”, periódico viviente escrito en versos improvisados que ofrecían sucesos y renovaba leyendas, en el escenario del boliche, teatro de pueblo que se abría en las noches trenzando en las guitarras la cifra, la milonga o el estilo, donde el payador ponía sus inspirados relatos o interpretaba el “tema” pedido por los asistentes”.

 

“La figura de Gabino Ezeiza, –dice- moreno señorial, de prodigiosa inspiración, respetado y querido por el pueblo, era un presente que atraía y deleitaba. Barracas al Sur se volcaba en el comité Nº 1 de Domingo Paramidani, para escucharlo y premiaba sus metáforas con cálidos aplausos. Surgían vates de quilates como Higinio Cazón, Ramón Vieytes, Ignacio Aguiar, Luis García -el moreno genial-, el Talla Galindez, Juan Calvi, el Inglesito, Luis Acosta García, el eterno rebelde. Generoso Damato, José Betinotti, de atrayente voz y buen guitarrero, mejor poeta que payador. Ambrosio Ríos, compañero inseparable de Betinotti; Francisco N. Bianco, de voz hermosa y recia, a veces inspirado; Juan Echeverría, muy nuestro y vinculado a los trabajadores; Tomás Davantés, vecino de Piñeyro, siempre suave y muy localista, en el espíritu y la temática”

 

“Cantores de la calidad de Ignacio Riverol; El Gaitero, y luego Carlos Gardel, que formó el dúo Gardel-Razzano; Agustín Magaldi; Ignacio Corsini, y otros para no hacer más nombres, reclamaron la atención de los escuchas y poco a poco, con la aparición del tango cantado y los hermosos estilos, casi totalmente olvidados hoy, fueron desplazando al payador, hasta que la invasión de la música foránea casi le impuso silencio a los mismos” decía.

 

“Avellaneda, por iniciativa de nuestro querido Amaro Giura, puso al cantor en el proscenio del hoy Centro Gallego. Lo mismo hizo con la orquesta típica, porque entendió que lo nuestro no debía circunscribirse al boliche de la esquina, y tenía sobrados derechos, por jerarquía rítmica y vibración argentina, a penetrar en los ámbitos familiares de una ciudad culta, de prosapia histórica y vocación de trabajo que, con el andar del tiempo, ha alcanzado el rango de valuarte tradicional de la provincia gaucha” concluía Roncayoli.

 

Y de esos tiempos venimos. No estamos muy lejos, don Roberto.

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