Raúl Tosso: “La vida con la escuela”

El reconocido cineasta evoca su infancia, su vínculo con el cine y su lucha como ex Director del Instituto de Artes Cinematográficas de Avellaneda.

 

Cuando era chico, recuerdo a mi viejo volviendo del trabajo, lo llamaba silbando a mi perro Rabito, que atravesaba corriendo el potrero frente a mi casa, en Villa Domínico.

Un día, la Televisión invadió mi casa, y una desilusión se apoderó de mí. Las imágenes y el No aparecía nada de lo que me rodeaba en mi barrio. No veía el potrero donde se instalaban los circos, ni las calesitas, con su anexo, los botes voladores, ni los partidos de fútbol entre barriadas por un cajón de cerveza. Tampoco a la almacenera, ni al carnicero, ni al sodero. Y nunca vi el mágico carro del mimbrero atravesar una polvorienta calle un día de verano. Al silbido en el televisor respondía Rin Tin Tin o Lassie, en potreros ajenos, vedados a mi perro Rabito.

En el cine, en cambio, existía un amplio panorama de identificación con lo nuestro, con lo social, con lo popular, incluyendo las películas de teléfonos blancos en casas con inmensas escaleras, hombres con traje smoking y mujeres vestidas de largo, que nunca había visto en vivo, pero sí en mi cine.

El cine ya me había picado, y fuerte. Terminé el secundario, tomé un sabático de un par de años, trabajé, compré una cámara filmadora Minolta de doble 8, me fui a la costa y volví convencido que tenía que estudiar cine. Fui a La Universidad Nacional de La Plata.

Ahí se valorizaba la lógica de taller con una relación horizontal entre el profesor y el alumno, dando lugar a debates y discusiones. El estudiante debía “descolonizar” su pensamiento y “tomar conciencia de lo nacional”. Eso me gustaba. Pero el cierre de la carrera se había iniciado en 1974 y culminó el 24 de agosto de 1976, mediante la Resolución del Delegado interventor Gallo n° 2043. La comisión alega problemas
administrativos y financieros y sugiere reducir la carrera a tres años “sin afectar a la formación Técnico-profesional” (pero que no piensen), y suspender la inscripción a partir de 1976.

Me quedaba el Instituto Nacional de Cine (INCAA). Rendí el examen de ingreso, pero, por unos pocos puntos, me quedé afuera. La angustia no fue impedimento para buscar otro lugar. Un volante donde Rodolfo Hermida (quien más adelante sería el rector del IDAC) publicaba los cursos que daba en su casa, y otro del Centro Experimental Cinematográfico (CEC) en la calle México. Opté por el segundo, quizás porque caí en el día justo y oportuno: exposición de cuadros, guitarreada, empanadas, vino y proyecciones.

Durante un año tuve a Delqui Camusso como profesor de Fotografía, a Alfredo Oroz (egresado de la Plata), de realización, a María Isabel Canne, Dirección de Actores, y a Bruno Bert, Historia del cine. Un equipo de profesionales y gente muy lindos, quienes no pudieron continuar por la situación represiva del país.

Me acuerdo que un compañero del CEC, militante, había hecho un guión sobre un dirigente sindical que había sido chupado y los profes le decían: “Mirá, tratá de no andar con este guión encima, fijate que en algún control — que era moneda común en la dictadura — no te agarren con el guión. Tomá tus recaudos, no lo lleves al rodaje”. Llegó el primer día de rodaje, estábamos en un pasaje detrás de la Iglesia Sagrado Corazón en Barracas. Yo hacía Cámara. Como vehículo de filmación, mi viejo me había prestado su Falcon y el director del corto aportaba su Citroen 3CV. De utilería, teníamos pistolas de plástico. Eran unas pistolas de agua que se usaban en carnaval, pero de lejos eran creíbles.

Se larga la primera toma. Yo, con el ojo en el visor, veo avanzar detrás de nuestros autos, los que eran parte de la toma, un patrullero de la policía federal con las puertas abiertas y parapetados, detrás de las que había uniformados con armas largas apuntándonos. Y detrás de ellos, un colectivo de la línea 70. Yo, quien siempre me caractericé por mi humor, me dirijo al compañero asistente de cámara, haciendo referencia a una película que protagonizaba Olinda Bozán: “¡Che, qué producción!” Bueno, nos hacen una encerrada.

Personal de civil y algunos uniformados de verde nos piden a los gritos que nos tiremos todos al piso y al director se le caen los papeles del guión. Una ráfaga de viento los hace volar por el aire, y la gran parte de las hojas caen detrás de una valla en un baldío.

Uno de los encargados del operativo (supongo porque daba las órdenes) le pide a una compañera que vaya corriendo a juntar los papeles. Ella se para y le dice que no va a ir.

“Yo no corro”, se planta. El sujeto le dice: “Corra, ¿tiene miedo que se me escape un tiro?” Y ella le responde: “No, usted no, pero su gente que está a una cuadra no sabe que usted me dio la orden”. Del asfalto de la calle pasamos al piso del colectivo y de allí a una comisaría en la calle Iriarte (creo que ya no está) para la presentación de documentos, interrogatorios agresivos y reiterativos hasta llegar la tarde y luego el traslado a la comisaría que todavía está en Av. Vélez Sársfield. Constataron la existencia del lugar
donde estudiábamos y vino Isabel Scaparone, la profesora de dirección de actores (la que el año siguiente me llevara a la Escuela de Avellaneda) y, con las fichas de inscripción de cada uno de nosotros que trajo, logró que nos liberaran. Entrada la noche, concluyó nuestro frustrado día de rodaje. Días después, nos enteramos de que el guión que voló era el original y que nuestra compañera había sido asesorada por su padre para actuar en estos casos. Su papá pertenecía a las Fuerzas Armadas Argentinas.

Tres años atrás habíamos armado en Mar de Ajó, con el Panza, el Pancita, el Gordo José, el negro Briski y el flaco Julio, lo que se llamaba por aquellos tiempos un boliche bailable. Comenzaba la temporada 75/76 de verano y volvimos a la playa, para abrir las puertas de AJO-AJO Bailable-Mar de Ajó -Argentina. Así se leía en las tarjetas promocionales. Las razias policiales, las visitas de personajes agresivos que no cuadraban en el familiar pueblo veraniego y la prohibición de festejar carnavales, hicieron que las
puertas del boliche se cerraran definitivamente y tras ellas quedaran vivencias, sueños y el recuerdo de PIMPI, amigazo y militante de la JP, de la ciudad de la Plata, que nunca más volvimos a ver. Esta experiencia más tarde sería el largometraje TRES VERANOS, libro cinematográfico de Julio Acosta y guión y dirección míos, como modesto homenaje a nuestro amigo desaparecido.

Terminado el verano, regresé a Buenos Aires. Me encontré con Isabel, mi ex profesora de dirección de actores, quien me comentó que se había anotado para estudiar en la Escuela de Cine de Avellaneda y me invitó a hacer lo mismo. Era el mes de marzo, y, hasta abril, yo tenía armada una programación diaria de ciclos de cine gratuitos en la Ebraica, El San Martin, la Cinemateca y alguno que otro cine club. Tenía que optar entre ir todas las noches al cine o a clase. Intenté hacer las dos cosas, y siempre llegaba tarde a
clases en la Escuela de Avellaneda. Con el transcurrir de los días, decidí llegar a horario y convertirme en un alumno de tiempo completo.

En esa época, el Director era Miguel Krebs, y Susana Tozzi, la secretaria. Guión, lo dictaba un tal Leña; Visión, el gordo Fasulo (un genio); Jorge De León, Cámara y Fotografía (de diez); Espinelli, Sonido (diligente). Era algo hasta familiar. Me acuerdo que había un aula única que teníamos con dos spots de 500 watts marca Beltrame, unos minipanorámicos con trípodes caseros que había hecho el padre de Susana Tozzi, muy elementales, pero suficiente para armar un esquema básico de iluminación y detrás de un
vidrio, majestuosa, se visualizaba LA TOTA, que había armado el profesor Espinelli. La Tota era una consola de sonido muy, muy grande. En la escuela, en un momento había más ganas de hacer que equipos, pero se hacía. Y se hacía de todo para recaudar plata para equiparla y para producir.

Recuerdo al rector Miguel Krebs asando chorizos, al Gordo Fasulo tirando las cartas en una carpa armada en el patio y la búsqueda del tesoro en los túneles de la Casa de la Cultura, donde Carlos Torlaschi oficiaba de fantasma/guía. Y las proyecciones de cortos y la actuación de grupos musicales, interrumpidos por el profesor Espinelli, quien, desde la cornisa del tinglado del patio, amenazaba con tirarse si no se vendían todos los números de la rifa con premios obsequiados por los comerciantes de la Av. Mitre y conseguidos por la administrativa Alicia Rosa. Ferias, kermeses con la participación de los vecinos, alumnos y profesores. Todo en función de que la escuela creciera.

Más adelante se incorporó al plantel docente Alfredo Oroz en realización, a quien yo conocía del Centro Experimental Cinematográfico. Tiempo después, se sumó Rodolfo Hermida. Hasta ese momento la carrera avanzaba junto con los alumnos, haciendo camino al andar. Rodolfo, desde la dirección, comenzó a darle una impronta de carrera, no solo técnica, sino también humana. Inculcaba el ser solidarios y, desde la cooperadora, se arreglaban desde los techos, las paredes, los pisos y se compraban equipos. Cada
compra del mínimo elemento era una fiesta. Un vetusto baño se convirtió en un laboratorio para revelar 16mm blanco y negro. El de la idea y puesta en marcha fue Raúl Martínez, apodado Pardalito, personaje de historieta que arreglaba todo y hacía de todo.

Luego, Raúl Martínez experimentó con el GRUPO KINE en la realización de films en S8 SCOPE. La dirección de las películas estaba a cargo de Juan Jose Arhancet, quien se había incorporado al plantel docente. El primer título fue La Mujer que espera, filmada en el cementerio de Avellaneda, y el segundo Nadie detiene al sol. El Grupo Kine fue responsable de la organización y puesta en marcha, con el Apoyo de Luis Sagol, Primer intendente en democracia en Avellaneda, junto con Roberto Rulli secretario de Cultura, del PRIMER FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE EN S8 EN PANTALLA ANCHA, con la participación y asistencia de delegaciones extranjeras.

Uno de los proveedores principales de la escuela era un querido personaje que tenía una casa de foto, cine y video en la esquina de Independencia y Av. Mitre, en Sarandí. Acá va mi homenaje a Julio Kosevich, gracias a quien se empezó a practicar y a experimentar con Super 8. Y en Super 8 nacieron películas representativas de la escuela: En la Vía y Estrellas sin Cielo de Osvaldo Salguero, Agosto de 1985 de Héctor Sierra y Taco Tagliaferro, Parto sin temor de H. Sierra, Desayuno de Susana Tozzi, Guernica de Hugo Furno, Tristezas de Federico de Ricardo Artesi, El Viaje, que fue mi tesis. Todas cosecharon premios nacionales e internacionales.

Un día, Rodolfo se apareció con una cámara de video de seguridad que era muy luminosa, a tal punto que un personaje fumando un cigarrillo iluminaba su propio rostro.

Ojo, recién aparecían estos equipos. Y entra en juego el video como soporte para contar lo que queríamos contar. Yo soñaba con fabricar material fílmico para no ser dependientes.

Ese fue un sueño sin concretar. De todas maneras, el video fue el soporte que en cierta forma nos liberó.
Hicimos los primeros telecines, creo que del país, proyectando 16 mm contra una pantalla y grabando en U-matic. De esa forma hicimos el primer corte de Gerónima cuando era solo un cortometraje. Lo editamos con Juan José Arhancet en Arco Iris y después el largo, en Rosario, donde trabajaba Daniel Arceri. Siempre en horarios en los que hay que tener ganas de trabajar, de 1 a 5 de la madrugada.

Tengo muy buenos recuerdos de los maestros Alfredo Oroz, de Jorge De León. Con este visitamos el Laboratorio de Canal 13 cuando los noticieros se hacían en 16 mm. reversible. Recuerdo que cuando entramos y vimos cómo funcionaba la máquina reveladora, yo tuve la sensación de que ya la conocía por las explicaciones que nos había dado en clase de León. Otro buen recuerdo es del gordo Fasulo, casi un anti-profesor. El daba Visión. Con él, teníamos trabajos prácticos en los cuales se nos daba un rollito de 3 minutos e íbamos al zoológico de La Plata, al barrio de La Boca. Después de 15 días, tiempo que tardaba el revelado, se proyectaba en clase y Fasulo leía las imágenes, comentaba sus colores, movimientos, composición, etc. Lo interesante de sus clases era adquirir conocimiento.

Pasé a ser docente. Vienen a mi memoria los prácticos que hacíamos los sábados con Javier Miquélez. Repartir los rollitos de Super 8 por las mañanas a cada grupo y después acompañarlos, guiarlos para que resolvieran la consigna que se les había asignado, toda esa parte fue muy linda. La Plaza Alsina era un set al aire libre, con jóvenes que registraban todo, la gente, los árboles, los monumentos, los bancos, las farolas, buscando en las generalidades y en los detalles conformar una narración.

Otra cosa maravillosa fue la organización conjunta con UNCIPAR del Festival de Cine Independiente de Villa Gesell. La idea de hacer un festival con UNCIPAR nace en Avellaneda. Los ideólogos de esto fueron Rodolfo Hermida y Cenderelli. Después se empezó a generar una rispidez entre Avellaneda y UNCIPAR, porque Avellaneda se llevaba todos los premios. Sufrimos un boicot, entonces decidimos no ir más, y creo que fue un error. No hay que dejar los espacios que uno ha conseguido.

En la dictadura la escuela era un espacio de libertad, donde la gente se podía expresar libremente. Era algo que se no encontraba en otro lugar. Ejemplo de esto es el corto Agosto 1985, una película llena de simbolismos, de metáforas, un grito de libertad.

El maestro Fernando Birri dijo que fue la mejor película de ciencia ficción clamando por la libertad hecha en dictadura. La gente ahí se expresaba libremente, peronistas, comunistas, socialistas, radicales. Todos tenían como objetivo expresarse por medio del cine. Viene a mi memoria Sosa, a quien le gustaba hacer musicales. Muchos, entre los que me incluyo, teníamos algo de reparo con el género que estaba en pañales, el videoclip.

Eran tiempos difíciles. Yo vivía a muy pocas cuadras de la escuela. Me casé en el 79 con Susana Tozzi, y nos reuníamos con los compañeros de la escuela en nuestra casa a comer después de las clases. Todos hablábamos en voz baja, porque temíamos de un vecino nuevo en el departamento de al lado y no sabíamos de dónde había venido.

Después teníamos especial cuidado que cada uno, al irse, llegara a su casa. Entre los que venían a mi casa estaban Luis Pietragalla, Carlos Torlaschi, Luis Gadaleta, Oscarcito Ciocia, Mabel Maio, Carlos Paola.

Una noche salíamos de la escuela y nos encontramos entre una balacera al intentar cruzar la Av. Mitre para entrar en la vieja y querida pizzería La Real, esa en la que el gallego nos dejaba estar horas sin consumir y muchas veces nos decía mientras estudiábamos o proyectábamos nuestros sueños: “¿Quieres un café? ¿No tienes plata?

Después me lo pagas…” Volviendo a la tremenda realidad, la balacera mata a un joven que cae sobre el adoquinado en un charco de sangre. Hombres de civil y uniformados de verde oliva lo rodean, lo cargan en una ambulancia que parte a toda velocidad. De una camioneta baja un uniformado, tira un balde de agua y empuja la sangre hacia la alcantarilla. De pronto desaparecen todos. Aquí no pasó nada…

Recuerdo que un día en plena dictadura del genocida Rafael Videla, vamos con un compañero a buscar a Ricardo Artesi, quien vivía en un PH a la vuelta de la Estación Avellaneda. Golpeamos a la puerta y se abre sola. Lo llamamos reiteradamente por su nombre y no contesta nadie. Nos llama la atención. Entramos con temor, y nos encontramos con una hornalla prendida y la pava puesta sobre ella. Y nadie en la casa. Lo
rastreamos con la familia y en los alrededores. Realmente pensamos, “lo chuparon”. Por suerte, él había salido a hacer unas compras y se quedó charlando con un vecino, sin darse cuenta que había dejado la pava en el fuego. El miedo estaba en todos nosotros.

 

Tengo un cuadro muy representativo de la situación de esa época, que me trajo Silvia, la compañera de Alfredo Oroz, después de su muerte en Brasil. Tiene un valor sentimental increíble para mí. Alfredo estaba exiliado. Era un gran docente de guión y de realización. Entre su filmografía contaba con un corto sobre las torturas en la dictadura de Onganía. Y además, él había viajado, via México, a Cuba, a donde las  autoridades dictatoriales de nuestro país prohibían viajar.

Transcurría el mes de diciembre, a los docentes se les vencían los contratos porque en esa época los cargos docentes eran por contrato, de marzo a diciembre. No se les reconocía vacaciones ni continuación en el cargo. Desde la Secretaría de Gobierno se le informó al Rector Miguel Krebs que no debía renovarle en marzo el contrato a Alfredo, dado que conocían “sus antecedentes subversivos: viaje Cuba, corto sobre torturas, sus afiliaciones, etc.” Miguel se lo cuenta a Susana Tozzi, secretaria de la escuela. Susana, sin
perder tiempo, esa misma noche, ante la gravedad de la situación, se encuentra con Alfredo a tomar un café y ahí le cuenta todo. Esa noche al llegar a casa me dice que Oroz se puso blanco, le agradeció haberle contado todo. Terminó el café y se fue. Viajó a Brasil y ahí le perdimos el rastro. Tiempo después, cuando viajé a Brasil al festival Internacional de Río con Gerónima, película que Antín quería mandar a Cannes y yo como estaba con la onda latinoamericana dije: no, voy a Río. Bueno, allí, al salir de la proyección para la
prensa de Gerónima, veo que un hombre calvo de anteojos me encara al ver que me identificaba como integrante de la delegación Argentina y me pregunta si conozco a la gente que ha realizado la película Gerónima, ya que en los créditos encontró a varios alumnos suyos.. “Sí, Alfredo, yo soy uno de ellos, Tosso el que hizo El viaje como trabajo de tesis y a quien corregiste el guión. Yo dirigí esta película”. Tengo presente la luz que iluminó el rostro de Alfredo y el abrazo que me dio. “Vamos a festejar”, me dice, y
brindamos una y otra vez. Fue un encuentro increíble. Me pidió que le hiciera llegar su agradecimiento a Susana, porque ella le salvó la vida. Tiempo después, antes de morir (padecía un cáncer) le pidió a Silvia, su compañera, que me hiciera llegar su primer cuadro pintado en su exilio en Brasil. Para mí, este cuadro es el premio más valioso que recibí a lo largo de los cientos de premios que recibió Gerónima en su recorrida por los festivales del mundo.

Mientras estudiaba, había empezado a trabajar en la productora de Juan Carlos Pastine. Me había llevado Hugo Colacce, ex alumno de la escuela. Entré como asistente de producción y me mandaron al edificio Cóndor a tramitar un permiso para sobrevolar el Barrial de la provincia de San Juan para filmar un documental. Era muy difícil que me lo dieran. Era el año 1978, plena dictadura. Si conseguir una estación abandonada en Monte Chingolo para filmar mi tesis casi se tornaba imposible, ni hablar de sobrevolar en
helicóptero el Barrial en San Juan… siempre creí que me mandaron para gastarme una broma. Primero debía acreditarme en el edificio Cóndor, sede de la aeronáutica, para lo cual me pidieron llevar una foto tipo carnet, certificado de buena conducta, etc… hasta análisis de sangre y orina me pidieron… El día que estoy retirando la credencial para poder circular en el edificio, me cruzo en el hall con una señorita de uniforme, y escucho: “¿Qué hacés Tosso, aquí? Miro, se saca la gorra y descubro a una de mis compañeras. Por esa época, la mayoría en la escuela éramos varones; solo había tres mujeres. Esta chica era una de ellas. Le explico lo que voy a buscar, y me dice “Vení, vení que te doy una mano”, y me lleva de un piso para otro. Me explica: “Acá caminá con la carpeta tapando la credencial, dejá que se vea la puntita porque en este piso necesitarías otra… dame los papeles, espérame aquí”. Y a su regreso me entrega el permiso para sobrevolar y filmar el Barrial en San Juan. Los de la productora no lo podían creer! Por la noche fui a la escuela, quería agradecerle a mi compañera, pero no asistió. Al otro día volvió a faltar y nunca más volvió a la escuela. ¿Le interesaba el cine o lo que hacíamos nosotros? Fue muy raro todo.

¿Por qué se dio a conocer? ¿Habrá creído que la reconocí y no le quedaba otra? ¿Por qué no vino más? ¿Quién habrá sido su reemplazante? Se dice que el IDAC fue la escuela de la resistencia. Habría que aclarar que ese nombre se lo dio Birri, pero ¿se resistió a qué? Se resistió a que pudiera seguir existiendo algo que se llama cine. Se le daba mucha bola al documental social, y desde ese punto de muy activa. No se militaba partidariamente. Componíamos de hecho un frente multipartidario, unidos por el cine en todos sus géneros: ficción, documental, experimental y animación. Y fundamentalmente militábamos por el rescate y la preservación de la identidad. Para mí, la resistencia se da desde varios lugares, desde la investigación, el estudio, el trabajo. La denuncia para mí fue la forma en que la Escuela de Avellaneda RESISTIO.

La Escuela de Cine de Avellaneda me enseñó a analizar un film en cuanto a su factura técnica, artística, y también por su factura ideológica. Hay que rescatar el trabajo de Eduardo (el gordo) Fasulo, de Rodolfo Hermida, de Susana Tozzi, quien con el apoyo de Hermida creó el Departamento de Animación, más conocido como la escuela de Cine de Animación de Avellaneda, que tomó como ejemplo al National Film Board of Canada. Su primer profesor fue Rodolfo Sáenz Valiente.

Se filmaba en el formato en que se podía y se resistía a la idea de que el cine tenía que ser el cine industrial de la época, el único que la censura permitía hacer. En Avellaneda se hicieron películas como Camino al Estucofen de Néstor Sanz, quien es un loco lindo, y que está llena de ideología, de metáforas, surrealismo, con un contenido muy groso. Hubo una película muy buena que se llama Juan Cava de Fernando Antonieta. La hizo en plena dictadura. Cuando volvió la democracia, hicimos una muestra y asistieron
como invitados gente que volvía del exilio. Me acuerdo que en el debate plantearon la falta de denuncia directa de la película, que se esperaban otra cosa. La película te estaba diciendo metafóricamente que en la Argentina había gente desaparecida, que era enterrada, que era tirada al agua. Comprendo la angustia vivida por las personas que tuvieron que irse de su tierra. También entiendo que el realizador Fernando Antonieta hizo su corto en su exilio dentro de la Escuela de Avellaneda y esa era la forma de poder denunciar y resistir. Toda película es política. Hay que tenerle mucho miedo a las películas que se dicen apolíticas, porque esas son las que sirven para dominar las mentes en nuestro país y en el mundo. Ni hablar de los grandes tanques de Hollywood.

Todavía estaban los milicos cuando fuimos a la Patagonia con Luis Barberis por la pre producción de Gerónima, y si bien no teníamos participación como militantes políticos, nuestra ideología se reflejaba en el cine que hacíamos o intentábamos hacer, no era compatible con el pensamiento del gobierno dictatorial.

Cuando ya no estaban Hermida, Miquélez, PIetragalla, el laboratorio de revelado, los Gurkas —así llamábamos cariñosamente a los técnicos que habían venido desde la Universidad Tecnológica a ocuparse de los equipos y mantenimiento— la escuela entró en una etapa enrarecida. Se convirtió en una institución oscura, se encerró en sí misma.

Resistió durante mucho tiempo, como pudo, la Escuela de Animación a cargo de Susana Tozzi y luego de Gigio Adams. La Escuela de Cine de Avellaneda sobrevivió en constante agonía.

Desde el Auditorio Rodríguez Fauré, con extensión, yo realizaba todo tipo de tiempos con el Citroen de Barberis y con Hugo Carrera proyectábamos cine en Villa Inflamable, en la escuela de la Costa de Domínico, en Villa Azul, o Hugo y Natacha viajaban a la muestra de Cronistas Cinematográficos para proyectar los cortos de la Escuela en el Hall central del Hotel Provincial en Mar del Plata. Estas actividades fueron antecesores del Cine Vuelve a los Barrios y Cine Bajo las Estrellas, ciclos que recorrieron los espacios verdes de la ciudad de Avellaneda. Ciclos que luego a nivel nacional llamarían Cine Móvil.

Desde el Auditorio, hacíamos diferentes tipos de ciclos de cine los sábados: Tardes de Abuelos, Caramelos y Cine, donde los chicos del barrio dejaron de estar en la calle y descubrieron la magia de Carlitos Chaplin, dibujos animados, más allá de Disney. También proyectábamos estrenos nacionales infantiles. Jueves: Cine de Ayer, Clásicos de cine argentino y mundial. Por la mañana y la tarde los miércoles de cada mes se ofrecía el ciclo Cine Mundo Chico, co-organizado con Ricardo Yáñez de OCIC (Organización Católica Internacional de Cine), donde se programaban los filmes premiados en festivales internacionales, con temática adolescente, con posterior debate. Estos debates fueron coordinados por docentes del IDAC, entre los que recuerdo a Víctor Bailo y a Daniel Stefanello. Me acuerdo que en una de las funciones de la tarde debimos albergar a una multitud de manifestantes (niños, bebés, jóvenes, mujeres, ancianos) para evitar que prefectura y la policía los moliera a palos. Recuerdo: los de prefectura quieren entrar al auditorio. Detrás de los vidrios, todo el personal municipal se interpone y se exige que muestren la orden de allanamiento, con lo cual se impide su ingreso. Al lado, en la estación de Avellaneda, en ese momento asesinan a Kosteki y Santillán.

Ciclo de cine con la presencia de los directores. Me acuerdo que inauguramos el ciclo con la proyección de Comodines y la presencia de Jorge Nisco, su director y ex alumno del IDAC.

Un Día animado, un logro de Susana Tozzi, que con todo el plantel docente de la escuela de animación, hicieron que mil chicos de escuelas estatales y privadas de Cine y Fútbol fue otro ciclo de gran éxito. Yo estaba de licencia sin goce de sueldo porque me encontraba en la pre producción de mi segundo largo Tres Veranos. Se aproximaba el mundial y se me ocurrió la idea de proyectarlo en pantalla gigante en el Auditorio, conjuntamente con un ciclo de películas sobre fútbol. Se proyectaron El Crack, El centrofóbal muere al amanecer… Me fui a la oficina del Secretario de Educación y Cultura, Hugo Caruso, quien me pregunta: ¿No estás de licencia vos? Le contesto que sí, pero que tengo una idea para que metamos con la escuela “un gol de media cancha”: acercar el público al fútbol y al cine. Hugo me dice “dale para adelante”. Fue tal el éxito, que tuvimos que organizar el ingreso con vallas y doblar el personal para la organización.

La gente venía con banderas, gorros, cornetas. La salida de Argentina al campo de juego fue una fiesta.
Volviendo a la técnica y a los artistas. Recuerdo un año en el festival de La Habana en que ganó una sola película argentina, de un egresado de la Escuela de Avellaneda, hecha con muñecos de plastilina que se llamaba Devoción, de Daniel Ulises Francezón.

Fue una película metafórica, plásticamente bellísima. Dos personajes que, para apropiarse de la luz, ubicada en la cima de una montaña, pelean en el ascenso. Entienden que unidos les va a ser más fácil llegar y cuando llegan, se pelean por la posesión de la luz. El resultado es la oscuridad. El mensaje, que la unión debe hacerse para logros positivos, es una forma de resistir a tanto simpático comisario animado que pega con su macana y encierra al bueno de Larguirucho o al malandra de Serrucho, al grito de ¡¡¡Al calabozo desacatado!!! … Quizás el gran García Ferré nunca se dio cuenta de lo que transmitía con algunos de sus personajes, que apoyaba al sistema de opresión de la época, y formaba ideológicamente a las nuevas generaciones. ¡¡¡ Al calabozo desacatado!!! … decían el comisario, y el bebé Oaky, blanquito, millonario y bueno, ayudaba al comisario para que su acaudalado padre mantuviera su fortuna, la que nunca se supo cómo obtuvo.… y va mi homenaje a quien hizo que cambiara al Ratón Mickey por Anteojito.

Dirigiendo cine, yo creo que hice lo que quise, como pude y como quise. Reconozco que la escuela formó más artistas que productores. Entre sus egresados hay excepciones, como Rosalía Albistur, productora audiovisual. Y la excepción también es Horacio Maldonado, director, productor y generador de proyectos, actualmente Secretario General de DAC (Directores Argentinos Cinematográficos), entidad que nos representa a los directores, trabaja por nuestro derecho de autor y por el bienestar de sus miembros.

IDAC es una institución ejemplar en la Argentina.
Asumí la rectoría por mérito y antecedentes, y por el pedido de varios compañeros con voluntad de rescatar la escuela. Quizás a la distancia y asociando la escuela a la realidad nacional del 2019, debería haber continuado con mi cargo de Coordinador de Extensión Cultural y desde allí colaborar para unificar la conducción del IDAC con muchos integrantes docentes y no docentes que habían padecido ese período de oscuridad.

Había que empezar de cero, había que escarbar muy profundo en los cimientos, para rescatar aquella escuela. Lo primero que hicimos fue organizar la cooperadora y se hicieron elecciones libres. Abrimos las puertas de la escuela, limpiamos cada uno de los rincones y depósitos llenos de basura. Convertimos el patio en un lugar para estar y ver material. Invitamos a gente del medio audiovisual y ex alumnos a dar charlas. Sacamos la escuela afuera, hicimos muestras de los trabajos de los alumnos en la sala del Congreso
de la Nación, en la Feria del Libro. Donamos copias de una selección de materiales para su difusión en el Bibliomóvil del Congreso de la Nación. Volvimos a entregar los diplomas y distinciones en el teatro Roma en un marco apropiado y digno. Cubrimos los cargos vacantes con gente idónea. Insistí en que nos bajaran presupuesto para mejorar las condiciones edilicias y de equipamiento.

Pero no hay película sin conflicto y este comenzó con la validez oficial del título que se venía entregando. Tengo entendido que un ex alumno, al realizar un trámite personal, detectó esta anomalía. En los registros del establecimiento no figuraba nada, ni siquiera en la prodigiosa memoria de GLORIA SALVEMINI, secretaria desde hace años de la escuela.

Entonces, junto con el director de Cultura de ese momento, Osvaldo Di Pace, fuimos a averiguar a la Dirección General de Escuelas con sede en la Ciudad de la Plata y detectamos que el trámite de reconocimiento oficial del título se había iniciado, había un número otorgado (número que se citaba en los títulos y certificados), pero eso había caducado por no haberse completado el trámite.

Había que empezar todo de nuevo. Teníamos que acogernos a los programas que había presentado una desconocida escuela de cine que sí había completado el trámite. Las autoridades en la Dirección de Escuelas de La Plata reconocían el prestigio y la trayectoria de la Escuela de Cine de Avellaneda, pero legalmente debíamos cumplir con el precedente asentado. Entonces la peleamos con Di Pace para ver qué podíamos hacer. En dos oportunidades nos acompañó el secretario de Recursos Humanos. Tiempo después, llegamos a un acuerdo: se nos permitía hacer el trámite de inscripción para conseguir la
oficialización del título. Internamente, podíamos seguir funcionando con nuestro oficial. Los profesores, con justificación, estaban asustados por sus sueldos, dado que al pasar a la Dirección Provincial de Educación de Gestión Privada (DIPREGEP), esta se haría cargo de los sueldos y el Municipio solo se responsabilizaría de la diferencia porcentual.

Las presiones recibidas para que el título fuera oficial eran muy grandes, y para que todo siguiera como estaba, también.

Entonces, surge lo de la Universidad Nacional de Avellaneda. ¿Qué mejor manera de lograr que la escuela tuviera reconocimiento? En la Universidad se iba a manejar con presupuesto propio, con equipamiento de última generación, con estudios, etc. La Universidad asumiría al plantel docente capacitándolo para que sus títulos tuvieran el reconocimiento de la Universidad de Avellaneda y de cualquier otra. La escuela pasaría a ser una carrera universitaria, superando el título terciario municipal y el título oficial de la
DIPREGEP. LA ESCUELA DE CINE DE AVELLANEDA TENDRIA UN TITULO NACIONAL UNIVERSITARIO. ¿Qué más se podía pedir? Pero tampoco eso fue bien recibido. Algunos pusieron obstáculos porque estaban cómodos como estaban, otros por miedo. Todo desencadenó en una toma del edificio a cargo de un grupo minúsculo de alumnos con el aval de unos pocos profesores.

Y todo siguió como antes, actualmente en un edificio mejor, con equipos nuevos (que antes nunca se habían podido comprar). Pero sin ningún título, ni provincial, ni universitario nacional, ni siquiera aquel municipal de los comienzos de la escuela, el cual avalaba la idoneidad del egresado.

Soñé con un cine con peso, que en la balanza de la vida logre un equilibrio social.
Todavía siguen siendo los pesos pesados, las películas con protagonistas que hacen justicia por mano propia, que resaltan el individualismo, el egoísmo, la violencia.

Hay muchas escuelas de Avellaneda por el mundo, en búsqueda de un lenguaje, de una narrativa, defendiéndose del orden establecido. RESISTIENDO.

Avellaneda RT 2020

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