¡Qué mundo absurdo!

Escribe Roberto Díaz.

¡Cuánta razón tenían aquellos pensadores que abogaron por una vuelta a la vida sencilla! Acaba de reeditarse, por ejemplo, “Walden” de Henry Thoreau, un libro del siglo XIX donde el autor cuenta su traslado a la orilla del lago Walden (un lago de una cadena de lagos, cerca de la ciudad estadounidense de Concord) en donde se construyó una cabaña y vivió en contacto con la naturaleza durante un par de años.

Este libro es, ya, un clásico de la literatura y un paradigma de esa vida sencilla que muchos humanos anhelan, pero que pocos practican.

Por el contrario, el mundo de relación se ha ido complicando de tal manera en que todo se ha vuelto una especie de galimatías para el hombre común. A las imágenes difundidas hasta el hartazgo del “refugio” del terrorista Bin Laden hasta una especie de “bunker” de Wikileaks, donde realiza sus actividades esa agencia de espionaje informativo, sita bajo las montañas de Suecia, todo es de apabullante estupidez.

El lugar parece imaginado por Ian Flemming, aquel escritor huraño y alcohólico que pergeñó el famoso personaje de James Bond.

Está preparado para resistir un ataque nuclear y en su interior existen todas las comodidades de un habitat preparado para que trabajen los expertos. Esto quiere decir que, aunque el espionaje tradicional (ese que practicaban yanquis y soviéticos) haya desaparecido, esta deleznable tarea sigue vigente, ahora “pinchando” los archivos secretos de las grandes potencias y divulgándolos por las redes informáticas.

El absurdo de todo esto es que la gente del común y corriente, hace abstracción de estas fantochadas y vive su vida como puede. Los grandes “secretos de Estado” son, siempre, para un pequeño grupúsculo que se tienta con estas cosas. En definitiva: el hombre del común sabe que, por más “secretos de Estado” que haya, su vida seguirá siendo rutinaria y llena de privaciones. Porque si estos bunkers sirvieran para que la gente viviera mejor, bienvenido sea. Pero no. Son reservorios de “chimentos” políticos, una serie de “canalladas” secretas que quedarán en el inconsciente colectivo como algo aleatorio y sin consistencia.

¿A quién le interesó esos papeles secretos del gobierno norteamericano que divulgaron? Bastó con una llamada telefónica y una amenaza velada para que ese “pope” de Wikileaks se llamara a silencio.

Pero, además: ¿quién financia estos recursos de esta empresa de espionaje? ¿Quiénes están detrás de estos “empresarios” del chimento informático?

pepecorner@hotmail.com

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