PRO-UCR: una experiencia agotada

El acuerdo político que la UCR decidió integrar en Gualeguaychú, está agotado. Por Juan Manuel Casella

El acuerdo político que la UCR decidió integrar en Gualeguaychú , está agotado. Su ciclo está cumplido, y pretender continuarlo no será otra cosa que extender su agonía. Las razones de esta afirmación –que será interpretada como polémica- son claras y pueden exponerse sintéticamente.

En principio, la coalición electoral que ganó las elecciones del 2015 nunca se convirtió en coalición de gobierno. En algunas circunstancias particulares funcionó como coalición parlamentaria, pero no pasó de allí. En concreto: sólo gobernó el PRO.

Luego, el resultado de las PASO del domingo 11 de agosto demuestra que a esta altura, tampoco es competitiva como coalición electoral. La diferencia de quince puntos sugiere su agotamiento y convierte en muy difícil el enunciado propósito de revertir ese resultado en octubre.

Por otra parte –y ésta es una razón definitiva- de hecho ha desaparecido el propósito invocado para su creación. Los voceros radicales que impulsaron de buena fe el acuerdo con el PRO, sostuvieron que era necesario para impedir el “vamos por todo” del populismo autoritario y corrupto y al mismo tiempo, para reinstalar la alternancia como rasgo característico de la democracia republicana.

Ese objetivo se cumplió con el triunfo electoral del 2015, pero luego hubo que gobernar y el desempeño del gobierno concluye hoy con la muy posible reinstalación del populismo autoritario y corrupto: así, en la práctica, los hechos concretos demolieron el propósito inicial.

Seguramente, algunos dirigentes que controlan al radicalismo dirán que la coalición debe continuar para formar el núcleo duro de una oposición que garantice la vigencia real de la democracia, pero ese argumento tampoco será válido: la coalición se sostuvo durante cuatro años simplemente porque los funcionarios que controlan a la UCR disimularon, callaron, consintieron y ocultaron la grave incompatibilidad que, en especial en los planos social y económico, separa a las dos partes del acuerdo. Un radicalismo vivo y activo ya no querrá ocultar esas diferencias ni se resignará a seguir siendo la plataforma útil para sostener mezquinas ambiciones personales.

Entendemos bien que la extinción del acuerdo sólo podrá oficializarse después de octubre. El esfuerzo preelectoral debe continuar, más que nada para disminuir la diferencia evitando que la soberbia se apodere de los ganadores, que además, podrían alcanzar el control del Congreso, con las consecuencias que ya conocimos.
Si las elecciones confirman el resultado de las PASO, el radicalismo ejercerá la oposición desde su identidad, su perfil socialdemócrata y su autonomía.

La extinción del acuerdo deberá operar como la primera etapa de la difícil tarea de reconstruir el sistema político argentino, que hoy no existe –o, en el mejor de los casos, lo hace sólo precariamente- deformado por el individualismo, el tacticaje marketinero, la mediocridad dirigencial, la falta de ideas y la inexistencia de diálogo entre los actores políticos y sociales.

Un sistema es un conjunto de elementos que funcionan articuladamente para alcanzar fines determinados. En una sociedad democrática, el sistema político y los partidos deben garantizar el respeto por los límites institucionales –es decir, defender la libertad frente al poder del Estado- facilitar la difusión y discusión de todas las ideas, impulsar formas de diálogo intersectorial- siempre público- y asegurar la decisión popular a partir de un régimen electoral confiable y transparente.- Para funcionar como debe, el sistema político tendrá que alcanzar el alto grado de legitimidad que solo existirá cuando vincule de manera sólida la libertad con la justicia social, alcance plena eficiencia operativa y establezca métodos claros que permitan verificar la honestidad de la dirigencia. Desde el punto de vista electoral, su diseño debe evitar las opciones forzadas y representar, lo más fielmente posible, las corrientes profundas de la realidad social.

La verdad pasa a ser un elemento esencial. No habrá lugar para manipulaciones deformantes, simulaciones cínicas, ni grietas instaladas a partir de la dialéctica amigo-enemigo o de la pura especulación.

Hay que desenmascarar al falso progresismo: como dijo un histórico dirigente peronista, no hay nada menos progresista que robarle al Estado. Nadie diga que este es el sueño del pibe o la mera reiteración de buenas intenciones. El atraso que agobia a la Argentina lo pagamos todos en calidad de vida, pero golpea más que nada a los pobres y marginados, situación insoportable e injustificada que afecta la convivencia. El origen de la pobreza es político, porque así lo son las cuestiones vinculadas con la distribución del ingreso. De una vez por todas, debemos entenderlo.

Juan Manuel Casella es Presidente de la Fundación Ricardo Rojas, ex ministro de Trabajo

Artículo publicado en Diario Clarín, 03/09/19.

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