Payadores eran los de antes

Escribe Antonio J. González.

En el largo y rico historial de la antigua Barracas al Sud y de los primeros años de la ciudad de Avellaneda, un capítulo especial se dedica a los payadores que improvisaban sus  versos en las fiestas populares, casamientos y reuniones de paisanos en los bares, cafés y pulperías. Amaro Giura da cuenta en su libro “Mi charla de fogón” de alguno de esos cantores populares. Por ejemplo, la referencia de un casamiento gaucho (Gertugris Hernández y Pedrito Corbetto). “Hubo asado con cuero –dice Giura-, empanadas, tortas fritas, se jineteó, se guitarreó y yo le pedí a Benito Cerrudo que le cantara a los novios, cantaba lindo, era tartamudo, pero cantando no tartajeaba, era muy gracioso para decir las relaciones y contar sucedidos”. Y transcribe lo cantado por Cerrudo: “Que me perdonen los novios,/ yo no soy el cooperante / ha sido el amigo Giura / que ha pedido que le cante. / Viva la novia y el novio / que han unido sus destinos / y que tengan muchos hijos / Todos ellos argentinos,/ Del cielo bajo San Pedro / con la corte celestial / para adornar a la novia / con la corona imperial…” y así seguía su improvisación.

El Café de Mintiguiaga, una de las pulperías de esos tiempos, era un lugar de cita de los “platudos”. Allí era habitual encontrarse con los payadores de la época: Gabino Ezeiza, Pablo Vázquez, Luis García (El Negro), Cazón, Nemesio Trejo y un muchacho uruguayo –al decir de Giura- que era el crédito de Barracas. “En la mesa de los payadores –cuenta– los sombreros estaban repletos de billetes de banco, los tiradores se voleaban con desprendimiento y cuando el alcohol enturbiada los sentidos, había paisanos rumbosos que prendían los cigarros con papeles de cien pesos”.

“Pidan temas, caballeros” gritaban los payadores. Y un paisano retrucaba: “Que le cante a mi cuchillo”. Y al clavarlo en una mesa, quedaba zumbando el acero bien templado y reluciendo con más brillo que nunca su mango de plata y oro” “Adentro estaban los payadores –describe Giura- Afuera cantaban los grillos y las ranas y cantaban también las cocojas de oro, cuando los pingos bien aperados que esperaban atados en sus palenques con las cinchas flojas, mordían los frenos
de plata”.

Rememora el Café del Tropezón cerca del puente de Crucesita. “Allí se encontraban los payadores de la nueva generación, que no han sido reemplazados, entre los cuales tuve grandes amigos: Ramón Vieytes, el de la décima perfecta, Ambrosio Ríos, Generoso Damato, el del Poncho tucumano, Panchito Martino, gaucho florido de los Leales, buen bailarín y cantor y que muchos de los que me escuchan lo han de recordar a través de sus milongas: “Me piden que cante y canto veneno de mis entrañas”. O cuando cantaba aquellos versos de Florentino: “Sin ser zorzal trinador / voy a cantar, porque quiero / desañudar mi garguero / que es como el de un bebedor”. Se refiere también a Federico Curlando “más poeta que payador” y al célebre José Betinotti con su valsecito “Mi diagnóstico es sencillo: sé que no tengo remedio…” o el popular “Pobre mi madre querida, cuantos disgustos le daba…”.

También hace referencia a su primer encuentro con el joven Gardel en la confitería de Seminario. Vino de la mano del “orientalito Razzano”…era un muchacho morocho como de 17 ó 18 años, ojos negros, dientes blancos como perlas y esa sonrisa cachadora de muchacho porteño.” “Se sonrió –prosigue Giura- con esa risita que quedó dibujada para siempre en la comisura de sus labios y le dijo a Roselli: “Parece que los chochamus de Barracas se han venido preparados”. Templó y se largó. ¡Virgen Santa! ¡Jamás habíamos oído nada igual!”. Terminaba el siglo 19…

Antonio J. González

ajgpaloma@gmail.com

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