Osvaldo Suárez, un grande entre los grandes

Una de las máximas figuras del atletismo argentino. En 2001, un grupo de atletas que se reúne en el Parque Domínico ha conformado la Agrupación Atlética «Osvaldo Suárez», en homenaje a este «hombre de bien, oriundo de nuestra ciudad, Avellaneda, caballero en el deporte y en la vida misma». Y porque «representa la esencia misma del deporte». Actualmente dicta clases de atletismo en el CENARD, sobre una pista que no casualmente también lleva su nombre.

Campeón Panamericano de 5.000 y 10.000m en (México 1955); Campeón Sudamericano de 5.000, 10.000m y Medio Maratón (Santiago de Chile 1956); Campeón Sudamericano de 5.000, 10.000m y Medio Maratón (Montevideo 1958); Campeón Panamericano de 10.000m (Chicago 1959); Campeón Sudamericano de 5.000 y 10.000m (Lima 1960); Campeón Iberoamericano de 5.000, 10.000m, y Maratón (Santiago de Chile 1960); Representante Olímpico de Maratón (Roma 1960 y Tokio 1964); Campeón Sudamericano de 5.000 y 10.000m (Cali 1960); Campeón Iberoamericano de 5.000 y 10.000m (Madrid 1962); Campeón Panamericano de 5.000m (San Pablo 1963); Campeón Sudamericano de 10.000m (Buenos Aires 1967) y ganador de tres ediciones consecutivas de la prestigiosa Carrera de San Silvestre (1958,1959 y1960). Sin dudas, el palmarés cosechado por Osvaldo Suárez lo convierte en uno de los mejores atletas –si no, el mejor- de la historia argentina de todos los tiempos.

Las anécdotas de este ilustre fondista nos hacen viajar en el espacio y en el tiempo, hacia diferentes puntos del planeta, donde Suárez conquistó ese inigualable historial de hazañas deportivas. Y al transitar su historia de vida entendemos que, sencillamente, nació para correr.

En su adolescencia, Osvaldo trabajaba con el padre en su lavadero de trapos para limpieza de máquinas. En ese momento, no disponían de una máquina centrífuga para poder secarlos, así que había tenderlos dentro del taller. «Los trapos mojados pesaban tanto como yo y había que subirlos a roldana», recuerda Suárez, que podía cargar 80 kg. de peso en sus hombros, gracias a su gran fortaleza física.

Como a todos los pibes de la época, le gustaba jugar al fútbol y se destacaba por su energía y velocidad. En la cancha del Indio Football Club, los más grandes se sorprendían porque el joven Suárez (que tenía 14, pero parecía de 17 o 18 años) «subía y bajaba» constantemente y no se cansaba nunca.

Fue entonces que sus allegados lo arengaron para que corriera una carrera en el barrio. Eran 8 km, en dos vueltas que recorrían Av. Belgrano, Boulevard de los Italianos, Agüero y Cadorna.

Salió segundo, a pocos metros del corredor «candidato» y por su buena performance, se acordó un duelo mano a mano con éste, para el mes siguiente.

Con un poco más de audacia, Osvaldo se llevó la revancha con amplio margen. «Esta vez fue a 3 vueltas. ¡12 km era una locura! Eran muchos kilómetros para un chico de 14 años», rememoró el corredor, al que, poco tiempo después lo vinieron a buscar del club Independiente, donde empezó a entrenarse bajo la tutela de Gumersindo González.

Tiempo después, tomó la posta el coach Alejandro Stirling, entrenador de otros gloriosos maratonistas argentinos (Juan Carlos Zabala –Oro en Londres 1932- y Reinaldo Gorno –Plata en Helsinki 1952-). «Stirling me vio correr y me dijo que si me iba a entrenar con él, en un año me llevaría a Europa», comentó Suárez, quien, desde entonces, empezaría a brillar como figura del pedestrismo mundial.

San Osvaldo
Osvaldo Suárez fue un verdadero fuera de serie, que se codeaba con los más grandes maratonistas de su época. Contemporáneos al fondista de Wilde se destacaban, a nivel mundial, el checoslovaco Emil Zatopek, imparable «locomotora humana» y el imbatible soviético Vladimir Kuts, 4 veces record mundial en 5.000m. Pero el duelo especial era con su compatriota Walter Lemos, con quien entrenaba en la pista de Villa Domínico.

En sus 25 años de carrera, se estima que Osvaldo corrió más de 40.000 km, entre todas las competencias en las que participó.
Con una rigurosa memoria, Suárez describió los momentos más importantes.

En 1955, en la Maratón de Enschede, Rotterdam, salió segundo, detrás de Gorno. (Tiempo después, Osvaldo confesó que lo dejó ganar, por indicación del entrenador).

«En 1960, el Chile, fui triple Campeón Iberoamericano y me declararon el mejor deportista del torneo. ¡Y eso que no iba preparado para correr la maratón!

Antes del triplete en la San Silvestre (58, 59 y60), estuvo a punto de ganar la carrera anterior (1957), pero terminó segundo, luego de quemar todas sus energías frente a Kuts. «Me la agarré con el ruso, que venía de hacer el record del mundo en 5 y 10 mil metros. A mí me gustaba correr en punta y en una subida de 800 m, por exigirme en pasarlo, me cansé. Y estaba tan agotado que me pasó un portugués (Manuel Farías) y ganó la carrera», señaló Suárez, al tiempo que agregó: «mi fuerte eran los últimos 400 m, porque si llegábamos juntos, nadie me ganaba».

Cronistas de esa época decían que Osvaldo sacaba ventaja sobre los europeos porque el clima cálido de San Pablo contrastaba con los fríos inviernos del viejo continente.

Al año siguiente, Osvaldo ya había aprendido la lección, y no haría un cambio de ritmo en esa fatídica subida. Y regulando su esfuerzo, llegó holgado a la meta, haciéndose dueño de la competencia por tres años consecutivos.

Suárez contó que en el 61 «fue el año que mejor andaba», pero algo no estuvo en los planes. Osvaldo todavía se lamenta, porque en un apronte de 5.000 m, que hacía como entrenamiento antes de viajar, había logrado -en forma privada- bajar el record sudamericano. Pero finalizó ese entrenamiento con una molestia en la ingle. El médico observó que tenía un forúnculo, que debió operar una semana antes de la competencia. Y el dolor de la herida reciente, lo dejó fuera de carrera a mitad de camino.

Con seguridad, la autocrítica más dura de Osvaldo tiene que ver con su desempeño en los Juegos Olímpicos de Roma 1960. Le tocó correr en una jornada muy calurosa, por arriba de los 37 grados. Para esa prueba, Suárez era favorito porque era el único de los fondistas que había bajado los 30 minutos en 10 mil metros. (29´26´´)

Pero Osvaldo no estaba seguro de tomar agua y los médicos tampoco lo aconsejaron correctamente. Lo cierto fue que alrededor del km 38, yendo en segunda posición, y desesperado de sed, tomó demasiado líquido y sintió una puntada que le impidió seguir la marcha. Casi entregado, y habiendo resignado más de 20 puestos, recuperó el ritmo y finalizó en un digno –pero frustrante- noveno lugar. «Cometí esa macana. Si hubiese tomado un poco agua antes, habría peleado la carrera», aseguró con un dejo de bronca.

Para los juegos de Melbourne, en el 56, también era candidato. De hecho su record superaba la marca del atleta que finalmente fue campeón en esa edición, el francés Alain Mimoun. Pero los militares, que para entonces también habían intervenido el Comité Olímpico, le truncaron las ilusiones, por sus inclinaciones «peronachas».

En el 67 disfrutó de su último logro relevante, al consagrarse campeón Sudamericano en 10.000m, aquí en Buenos Aires.

Corrió hasta 1973, cuando su entrañable amigo Amílcar Brusa (entrenador de Carlos Monzón) le aconsejó que no «vendiera su gloria a desconocidos».

Desde entonces, continuó su carrera como profesor de educación física y entrenador nacional de atletismo, además de ocupar distintos cargos como promotor del deporte.

Los reconocimientos a su trayectoria no tardaron en llegar. Ya había sido Olimpia de Oro en 1958. Recibió el premio Konex, por atletismo, en 1980. Fue reconocido por la Secretaría de Deportes de la Nación con el Premio a la Trayectoria Deportiva y también ha sido declarado Atleta del Bicentenario, junto a deportistas de la talla de Maradona, Fangio y Monzón, entre otros.

En 2001, un grupo de atletas que se reúne en el Parque Domínico ha conformado la Agrupación Atlética «Osvaldo Suárez», en homenaje a este «hombre de bien, oriundo de nuestra ciudad, Avellaneda, caballero en el deporte y en la vida misma». Y porque «representa la esencia misma del deporte».

En la actualidad, Osvaldo Suárez continúa haciendo lo que le gusta, dando clases de atletismo en el CENARD, sobre una pista que no casualmente también lleva su nombre.
«Hago lo que hice siempre: entrenar gente. A mí me gusta estar con el cronómetro en la mano, alentando a los pibes y sacando a alguno que ande bien», concluyó Don Osvaldo Suárez, un grande entre los grandes.

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