Mumita, el que le cantó al barrio

Escribe Antonio J. González.

Su esposa, Celina, lo describe con su pasión y su emblema -al muchacho con el que convivió 40 años- en el prólogo de su libro “Canto a mi barrio desde esta esquina” con poesías y textos de aquel “a quien vi, en actitud solidaria, estrechar la mano de los seres más humildes, más insólitos; al que vi luchar con todas sus fuerzas por una causa justa, por la concreción de un anhelo comunitario; al que percibí en su total capacidad emotiva, entregarse de lleno a sus amigos: los niños, a los más desamparados; en fin son tantas las entregas, que no alcanzarían mi devoción y reconocimiento para enumerarlas y calificarlas”. Edmundo “Mumita” Fernández fue un trabajador en lo social, en la política y en la cultura, pero su barrio (Piñeiro) los representaba a todos. Y allí estaba y está.

“Nadie como yo – dice Celina- palpó de cerca el sentir de esa mente ansiosa y bullanguera que retrocede en el tiempo para reencontrarse con sus amigos, sus compañeros de escuela, sus maestros, sus viejos vecinos. Con cada lugar, con cada casa de su viejo barrio tan añorado…”

Ese libro fue editado por la Editorial Suburbio en octubre del 2000, luego de su muerte, y resumió el sentimiento de sus amigos y sus vecinos, que se demostró luego en la presentación realizada en una sociedad de “su barrio” con la presencia de familiares, vecinos y amigos, y el aporte de su compañero Oscar Alende. No podía ser más elocuente toda esta presencia como homenaje a quien fuera vecino progresista, lúcido y sentimental, además de ocupar –durante un tiempo- una banca en el Concejo Deliberante local.

Quienes compartimos con él las alternativas de períodos turbulentos en el país y la sociedad, nos juntábamos codo a codo en los actos culturales, sociales y políticos, reconocimos en Mumita al ciudadano fiel y trabajador, solidario y esclarecido.

Pero el barrio (ah, el barrio…) estaba metido hasta los huesos y la carnadura más sensible de este hombre: “Con alma de gorrión nació mi barrio / y corazón de alondra. / Tuvo su esquina, su farol, su muerto / y un suspiro en la sombra, / una espalda de rudo proletario / y un grito de protesta / un romance en el cruce de una puerta / y una madre que espera…”

“Nadie como yo –continúa Celina- palpó de cerca el sentir de esa mente ansiosa y bullanguera que retrocede en el tiempo para reencontrarse con sus amigos, sus compañeros de escuela, sus maestros, sus viejos vecinos. Con cada lugar, con cada casa de su viejo barrio tan añorado…” En “su barrio” hoy lo recuerda una calle como un modo de decir aquí estoy, caminando…

Ya es una liturgia esta adoración por una pequeña geografía de su ciudad, el barrio. Ese rincón donde muchos crecimos, vivimos y trabajamos. Renace en Mumita por su trayectoria y su trabajo, por su historia y sus sentimientos, por sus versos y textos, así también por los libros apilados en los estantes de su biblioteca, por las pinturas que convivían en las paredes de su vivienda frente a la Estación Avellaneda del Ferrocarril, y sobre todo por el sentimiento solidario que siempre unía lo diferente, hacía posible el futuro.

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