Mujer
Escribe el Dr. Rubén Sosa.
A propósito del día de la mujer, hace un tiempo escribí esto y al releerlo veo que aún tiene vigencia . Está lleno de detalles, tal vez mujer, en alguno de ellos te veas reflejada.
Desde la muchacha que escribe en la compu o aquella abuela analfabeta que empieza a deletrear en casa.
Desde las de extrema derecha hasta las «zurdas» descontroladas y también a aquellas a las que la política no les interesa ni quieren saber nada.
Desde aquellas prostitutas de la calle Bacacay, allá en Flores, hasta las tan inmaculadas como arremangadas monjas del Cotolengo de Don Orione…
Desde esa que con rabia se quita con un algodoncito mojado frente al espejo el rimel que hizo correr – desaprensivo- un hombre tan insensible como inservible, hasta aquella que se delinea, arquea las pestañas y simula seductores besos carmesí, afilando la seducción hasta hacerla una sevillana implacable…
Desde la que busca en la cartera hasta esa otra que encuentra en los bolsillos de algún pantalón. Desde la que se acuesta con todos pero duerme sola, hasta la virgen que llena su cama de fantasías. Desde la amenorreica (*) niña hasta esa especie de niñas que son las ancianas.
Desde la enamorada hasta la desilusionada, desde la «jugada» hasta la despechada.
A la que abandona y a la abandonada.
A la de pollera corta y a la de pollera larga. A la de moquini y a la recatada.
A las «Adelaidas» y a las siliconadas.
Desde las estériles hasta las embarazadas, de las ninfómanas a las lesbianas.
En las cárceles, en las playas, en las cunas, en las tumbas, desde la cocina hasta la pasarela; planchando océanos de ropa o haciendo la plancha en el mar Caribe. A las hippies y a las afganas. A las religiosas y a las paganas…
Detrás del escritorio o abrazadas a la almohada.
A las malparidas y a las maltratadas. A las que gritan en las calles y aquellas que por las tardes, telenoveleras, frente al televisor, conviven con su galán, calladas.
Alimento del hombre en todo sentido de la palabra, vía láctea de nuestra especie que a través de ellas se perpetúa, refugio hecho abrazo en la desesperanza.
A las que esconden y las que muestran, a las que enseñan en el pizarrón y a las que enseñan en la cama. A ésa…, «la loca de enfrente»; a ésa…, «la descocada», y también a la de enfrente, ésa…, «la chusma que mira por la ventana».
A la imposible y a la que se regala. A la que ostenta a la que pide.
Desde la niña que a menos de un metro del suelo sus ojos me piden una moneda desde mi ventanilla cerrada hasta la de trenzas, pulcra colegio privado y abanderada…
A la del Ministerio y a la de la pancarta, a la de la cacerola humeante sobre la hornalla y a la de aquella cacerola del 2001 sonora y abollada.
A la que levanta el diploma en primavera y a la abuela demente en invierno y sin frazada.
A la que ensucia y a la que lava. A la que cobra y la que paga; a la que ríe y a la que llora; a la que llega para quedarse siempre y a la que pasa y siempre se marcha.
A la que al pasar te corta el aliento y a la que pasa y no pasa nada.
Desde las Barbies hasta las punk, desde las gritonas hasta las calladas.
A las que empujan la vida en un cochecito y a las que la llevan en la espalda.
A las que creen que están de vuelta y a las que están dadas vuelta por «la pala» (**).
A la de ruleros en el patio con la escoba y las amazonas calvas por la quimioterapia.
Desde las que miran de reojo por debajo de la cintura hasta las que se persignan rápido y varias veces tan sólo por una mala palabra…
A las santas novias y a las suegras endemoniadas.
A la joven que atraviesa la calle volando, perfumada, y a la abuela postrada del geriátrico que en sábanas mojadas, tal vez en sueños, cruza la calle volando, perfumada…, y que soñando es como aquella muchacha.
A todas, todas
Feliz Día de la Mujer.
(*) Amenorreica: sin menstruación.
(**) «La pala»: drogarse. En la jerga, «darse mucha pala» es sinónimo de aspirar cocaína.
Nos estamos viendo, pero cordialmente del Latín cordio = corazón, solo se ve con él.
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