Mazzei y Santoro, pintores del Doque

Escribe: Antonio J. González.

El singular paisaje de nuestra ciudad ha tentado siempre al artista plástico. Desde Hoffmann y Fernández Larrain con sus dibujos, barrios, casas, espacios y lugares públicos se transfiguraban en telas, papeles y cartones. Casi ninguno de ellos resistió la tentación de trasladarlo al arte pictórico.

 

Pero también hay aquellos que nacieron y/o vivieron en las entrañas de su terruño y lo vieron con sus ojos sensibles. Entre éstos recordamos dos pintores que surgieron en el tradicional barrio del Doque.

 
Uno de ellos fue Enrique Mazzei, nacido en Dock Sud en 1917, donde vivió hasta su muerte acaecida en 1989. Aún hoy en muchas casas de familias y talleres doquenses pueden apreciarse sus obras, con paisajes argentinos. Iglesias iluminadas asomándose entre los cardos y las montañas e imágenes serranos con el característico cielo celeste de Mazzei. Tenían su sello: pintados con una pincelada atildada, pulcra de colores esfumados indefinidos para perderse en una escala de gran colorido…

 
Muchas veces la pátina del olvido pasa por algunas historias como ésta. Pero aún se lo recuerda por su humildad y su modestia que, tal vez, nos ponen al costado del camino. Pero Mazzei sobrevive todos los días en las casas familiares de muchos dockenses.

 
Otro de esos pintores destacados de este barrio, es Juan Santoro, que fuera amigo de Enrique Policastro, Raúl Castagnino y Raúl Soldi. Sin embargo es en doque donde se lo recerca siempre, «el elegido de Dios» dicen de él, «un hombre muy bueno», «era un artista, un bohemio, que además de pintar como los dioses tocaba la guitarra en sus ratos libres (si los tenía) y llegó a ser primera viola (guitarra) de Julio Sosa, Ramona Galarza, Roberto Rufino por muchos años en la Confitería Rex y tocó también con Grela. Como única guitarra hizo shows exclusivos en Radio América» dicen su gente.

 
«Santoro fue el Beethoven de la pintura…» dicen quienes lo conocieron. «Que un sordo pueda oír y crear música a través de su sordera y que esa música sea excelsa como la de Beethoven… allá en la lejana Alemania, sólo puede ser comparado con algo nuestro del Docke. Un pintor que casi no veía {tenía solo el 3% de la vista de un ser humano} no veía, pero sí percibía los colores, los degustaba en toda la gama que desparramaba en sus telas con artística factura cromática en una recreación propia de un iluminado».

 
Vivía en la calle Manuel Estévez (vecino al Club de Regatas) y después se muda a Irala. «En esa mudanza –dicen sus amigos- tuvo algunos cambios también en su pintura y por eso su arte perdurará como exponente consagrada del barrio agradecido de contarlo como uno de sus dilectos hijos».
Dos ejemplos, dos ciudadanos que con su modestia y creatividad iluminaron las calles y hogares del docque. Nada menos.

 

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