“Maravilla” Martínez, campeón con sello de rioba

Escribe Antonio J. González

Sergio Martínez nació en nuestra ciudad y luego se radicó en Quilmes. Un periodista y jurado de boxeo lo llamó “Maravilla”, adjetivo sustantivo que ya es una de las figuras en nuestro país y en el exterior, campeón ahora y candidato a disputar otros títulos internacionales. Pero Sergio “Maravilla” es mucho más que esa figura estelar del deporte, es un hombre marcado por las cicatrices crueles y dolorosas de una vida errante. Lo hemos visto en estos últimos días lucir su inteligencia y sentido común como no es característico en sus colegas profesionales.

Deambuló por España, Estados Unidos y otros países de ambos continentes, con suerte variada, Perdió peleas, ganó peleas, pero el mayor triunfo no es deportivo porque presenta una estampa serena y febril a la vez. Serena para pensar cuáles pasos dar hacia adelante, con la ansiedad que tiene un acicate artístico, de expresión. Algo muy distinto a las dificultades de vida, trabajo y sostenimiento humano que sufrió en la etapa de crecimiento y confirmación.

En el país había obtenido el título FAB (Federación Argentina de Boxeo) ante Javier Alejandro Blanco que lo defendió dos veces, siendo su última presentación en cuadriláteros argentinos el 2 de febrero de 2002. Hacía muy poco tiempo habían ocurrido los estallidos sociales y el país atravesaba la peor crisis económica de
su historia. En ese momento, tomó la decisión más trascendental de su vida y viajó a España, donde tampoco eran fáciles las cosas. El 16 de abril del 2010 Martínez se convirtió en Campeón Mundial del Consejo Mundial de Boxeo y de la Organización Mundial de Boxeo en división media al vencer al ex-campeón Kelly Pavlik en 12 asaltos por decisión unánime.

El boxeador argentino Sergio “Maravilla” Martínez relató en estas últimas semanas, en varios reportajes televisivos, su vida de carencias y necesidades hasta poder llegar a convertirse ahora en uno de los tres mejores pugilistas del mundo. Habló sobre sus carencias de la niñez, cuando recién a los catorce años pudo “cenar” y los tres trabajos que tuvo en España para alcanzar pagar el alquiler.

Contó, con la sencillez y contundencia que da una experiencia dura de vida, cómo no llegaba a juntar dinero para comer debía pedir comida en la puerta de una iglesia, y que, por estar indocumentado, le pagaban muy mal en España.”La vida de campeón es unos minutos” expresó, y tiene “una vida sencilla en su casa”. “La vida está para pelearla no son solo dos días, son muchos más. Todo comienza con un sueño, por eso tienen que soñar en grande…Las cosas se pueden conseguir, la vida no es liviana ni fácil. Hay que luchar hasta la muerte, hasta el final”, dijo como un gran hombre devenido a boxeador. Un ciudadano de barrio, bien de “rioba”.

ajgpaloma@gmail.com

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