Los gallegos fundadores

Escribe Antonio J. González.

La población de esta región, Avellaneda-Lanús, ha sido la consecuencia de grandes contingentes de inmigrantes argentinos y extranjeros (y de su posterior crecimiento vegetativo), que llegaron a fines del siglo XIX y en la década del ‘60 poblaron los frigoríficos, barracas, fábricas y talleres en general, así como las actividades portuarias de la zona. En esos tiempos se destacaron por su iniciativa, su historia social y cultural y su permeabilidad a una inserción poblacional diferente de sus orígenes.

En este caso debemos mencionar a tres personajes de origen galaico, entre muchos otros, que estuvieron ligados a Barracas al Sud/Avellaneda: Juan Noario Fernández, Francisco Antonio Piñeiro y Cerqueiro, y Manuel Estévez y Caneda. Más allá de esos casos, la presencia inicial de pobladores gallegos puede conocerse a partir del censo de campaña ordenado por Rosas en 1838. Entre los “vecinos principales” de los escasos 419 habitantes del pueblo de Barracas al Sud, existían algunos con apellidos habituales (o incluso típicos) en Galicia, como ser Cabo, Maciel, Paredes o Pedraza (todos ellos, además, pulperos), Sejas Tello, Orta, Piñero, Piñeiro, Pazos, Billalba, Mosqueira o Ríos, por ejemplos.

Por el segundo censo nacional de población (1895), se destaca el predominio de los gallegos, entre los inmigrantes españoles. De esta realidad, se producen hechos. En 1862 deciden fundar la Sociedad Española de Socorros Mutuos como la acción renovadora en la época. Uno de los ejes movilizadores de la comunidad gallega fue Antonio Paredes Rey, fundador luego de la Sociedad Española de SM., del Centro Gallego local. En el acto fundacional se leen algunos apellidos notorios: Meaños, Sitoula, Regueira, Romero, Vallejo, Alonso, Paylos, entre otros.

Muchos de esos inmigrantes se asentaron y crecieron en estas tierras, contribuyendo con su ingenio, su pensamiento, esperanza, energía, a identificarse con la realidad suburbana, fundamentalmente jornalera, en la mayor parte de las actividades que significaban solidaridad, ayuda mutua y educación. Se suman nombres como Humberto Correale, escritor y periodista, militante anarquista de la época, con sus luchas sociales y culturales, desde el diario La Libertad, Nueva Vida y La Calle, o en la Biblioteca Veladas y Gente de Arte. Otro gallego ilustre fue Manuel Justiniano Estevez, desde la Secretaría de la municipalidad y el periodismo con el diario El Pueblo que fundó en 1877, y luego su labor en La Opinión. Y la lista sería interminable.

Hicieron historia también las anuales “romerías” que poblaban Crucesita y el centro de la ciudad, con alegría, bailes y entroncamiento con la cultura gaucha de entonces. Nada se ha perdido de todo ello, porque quedan grandes jirones hereditarios en cada uno de nosotros: sus hijos, sus nietos y toda la descendencia de hoy.

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