La Gran decisión: el 9 de julio como afirmación perpetua de la Patria

En el Bicentenario de la  Declaración de la Independencia argentina 1816-2016. Escribe: Irene Mercedes Aguirre.

Un escritor insigne como Jorge Luis Borges promovió mis pensamientos en este Bicentenario de la Patria. Y lo hizo a través de  una Oda escrita por él en 1966.

 

En ella  señala que nadie puede asumir la representación o el ser de la Patria. Nadie puede considerarse propietario de ella, por más esfuerzos que le haya dedicado, incluso su propia vida, y ni siquiera si el bronce o el mármol de un personaje ilustre perpetúa la memoria de  de sus hazañas.

 

Tampoco le pertenece la Patria a los justos, señala Borges,  ni a los hombres probos, incluidos los sacrificados héroes anónimos que sembraron la tierra y envejecieron  en lo que llama el escritor “el justo ejercicio de los días”.

 

¿Entonces, nos pertenece la Patria, en cambio, si sufrimos, agonizantes o desvelados hasta el alba?¿O tal vez si estamos imbuidos de ardor bélico para afianzar nuestra  libertad?

 

No, ni aún en ese caso la Patria le pertenece a alguien. Porque la Patria es un acto perpetuo, y  la ejercitación de ese concepto nos toca a todos nosotros, porque la Patria depende de nosotros. Si olvidamos el ejercicio constante de ella se produciría su desaparición, tal como ocurriría con la nuestra si Dios  nos fulminara con su olvido.

 

Así queda claro que la Patria no es de nadie, pero paradojalmente, es de todos. Por ello, debemos ser dignos “Del antiguo juramento que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban: argentinos.  De ser lo que serían, por haber jurado en esa vieja casa….”afirma.

 

Así toma sentido lo que expresa el autor, porque nos dice que somos “el porvenir de esos varones, la justificación de aquellos muertos…”. Nada menos que esa tarea tenemos: mostrar con nuestra labor y conducta que tantos esfuerzos valieron la pena.

 

Tenemos la gloriosa carga de salvar esas sombras.  Y  debe arder en nuestro pecho, incesante, ese fuego límpido y misterioso que es la Patria,  que no es de nadie pero es, al  mismo  tiempo, de todos.

 

El mundo ha cambiado desde aquel 9 de julio de 1816. Nosotros también hemos cambiado. Otras urgencias e intereses nos acucian y muchas veces parece difícil  tender nuevamente los puentes para captar el sentido, la fuerza, el coraje, de aquel puñado de hombre, en la casa pequeñita pero aquel día inmensa, que bosquejo nuestro contorno. Pero es un ejercicio indeclinable, que representa nada menos que la confirmación de la Patria entre todos.

 

Esa conciencia patriótica es la estructura sutil, profunda, delicada que da un sentido y un para qué a los pueblos.  No vaya a ser que por distraernos en la ambición, los intereses materiales  y mezquinos, nos olvidemos de su existencia y vivamos en nuestra tierra sin comprender que debe brindar una vida buena para todos  y no sólo para ciertos grupos privilegiados, ya que en ese caso, la estructura patriótica comenzaría a resquebrajarse y podría fulminarnos con su olvido.

 

Siempre es inquietante la comprobación  de que todo depende de nosotros mismos y no pueden achacarse las culpas a terceros. No hay más remedio que asumir la responsabilidad que nos cabe  y que es mayor cuanto más grande es el poder decisorio que cada uno tenga.

 

Que Dios nos ilumine en este Bicentenario único, irrepetible por los siglos de los siglos.

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