La caída de Jericó

Escribe Claudio Penso, especialista en iImpulsar procesos de cambio y crecimiento.

Hay un relato bíblico estremecedor, en el que el sucesor de Moisés, Josué, recibe la orden de Dios para dirigirse a Jericó. Esa ciudad estaba a tan sólo 28 km de Jerusalén y tenía murallas infranqueables. Le pidió que llevara 7 sacerdotes con igual número de cuernos de carnero y que rodearan la ciudad, dando igual número de vueltas a su alrededor. Además, llevaban un elemento que tenía un inmenso significado: El Arca de la Alianza. En ese cofre se ocultaba la ira de la divinidad.

 
Las escrituras narran cómo el sonido de los cuernos, llamados Shofar, junto al grito de miles de hombres y el retumbar de sus pasos hizo caer los muros. Durante el siglo XX se encontraron los restos de esas murallas.  Con un ancho de 7 metros y dobles en algunas zonas, contaba además con un foso de 3 metros de profundidad por 8 de ancho para que nadie pudiera acercarse.

 
Investigaciones posteriores concluyeron que los israelitas tenían en sus cuernos un dispositivo acústico cuyas ondas sónicas podían hacer crujir esas piedras, al igual que con cierta frecuencia pueden estallar los vasos. Otros hablan de la combinación milagrosa de varios factores: el sonido de los cuernos, los gritos y la vibración de los pasos, incluso se agrega que justo en ese momento se produjo un movimiento sísmico. La discusión está abierta.

 
Hay instantes clave en la vida de un hombre. Cuando se confronta con sus Murallas de Jericó. Parecen infranqueables. La simple voluntad quizá sea insuficiente para derribarlas. Incluso, ese momento suele estar precedido de una larga travesía, como en el relato bíblico, en el que los hombres viajaron durante 40 años por el desierto. En ese instante, no tiene sentido enfocarse en la dificultad, poner atención al obstáculo, eso debilitaría aún más las fuerzas. Esos hombres se concentraron en caminar con convicción, horadar con la vibración de sus pasos, cada uno de los centímetros de marcha. Soplar con los ojos cerrados esos cuernos hasta emitir el sonido letal. Todas las murallas pueden crujir y romperse, pero es necesaria la combinación de factores, ese ritual que contiene a las grandes batallas, la persistencia que neutraliza el agotamiento, la liberación de todo el esfuerzo. Hay un segundo crucial, cuando uno se ha quedado vacío, porque lo ha dado todo de sí y sólo queda una confianza infinita en que finalmente suceda.

 

Claudo Penso
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