Isla Maciel: partera por $ 10 o nada

Escribe: Antonio J. González.

“Profundizar en lo humano –decía el Anuario de este diario en 1974- puesto que el hombre es el protagonista vital de la creación, resaltando su función de realizador de obra junto a nuestro Riachuelo… Quisimos entonces hallar la historia viva de la Isla Maciel –continúa- en las palabras de un testigo de viejas épocas. La investigación tuvo el feliz corolario al saber sobre una anciana de 90 años, vividos totalmente allí, que podía contar mucho de lo que nos interesaba dar a conocer, precisamente por haber sido partera en más de 40 años de ininterrumpida actividad… Se llama Carolina Gerónima Risso Vda. de Parodi; habita en la casa donde nació, situada a pocos metros de la cancha de San Telmo”.

 

 

La nota es una pintura de época y humana a la vez. “Doña Carolina es una anciana dulce, lúcida, de mirada bondadosa. Se pone contenta cuando se entera de nuestro propósito… “Sí, yo era partera a domicilio. Me pagaban 10 pesos por cada parto… cuando me pagaban”. La invitamos a que nos hable sobre su arraigo en la zona y el cariño que indudablemente lograra despertar.”Sí, me querían mucho. ¿Sabe por qué, señor? Yo las atendía antes y después del parto. Lavaba a las parturientas. Les hacía la cama; a veces la comida. Las ayudaba en todo… Sí, señor…”

 

 

Y cuando se jubiló… ”muchas lloraban, señor. Sí, lloraban porque todas querían que yo las atendiera. No querían ir al hospital. Decían que allí había parteras que eran unas “chapuceras”… Cuando me jubilé la sociedad San Martín, que era una mutual y también daba baile, me hizo un agasajo… Sí, señor, y me regalaron un pergamino con las firmas de todos”. Calla. Sus ojos parecen avizorar la línea de un fugaz horizonte poblado por gratos acontecimientos en los que ella era la más importante protagonista. Luego de un corto silencio prosigue “Yo iba a las casas… Sí, señor. Muchas veces tuve que meterme con agua más arriba de la cintura por la inundación. Hasta se dio el caso de tener que entrar por la ventana, porque por la puerta resultaba imposible. Otra vez tuvieron que hacer “la sillita de oro” con las manos para alzarme y así poder entrar”.

 

 

“¿Cómo era la isla? -pregunta el cronista- Un descampado señor… Apenas unas pocas casas de madera hechas por los mismos dueños. ¿El puente? No… Todavía no estaba. ¡Claro que había boteros!… Cobraban dos centavos por el cruce del Riachuelo. Después cinco y de noche diez”.

 

Y la señora continúa con el recuerdo de las viejas épocas que quedó estampado en las inmortales páginas de nuestro anuario y que ahora evocamos.

 

 

ajgpaloma@gmail.com

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