El Viaducto, Perón y Don Juan

Escribe Antonio J. González

Para fines de la década del ’40 la Av. Mitre tenía un intenso fluir de vehículos para la Capital Federal y zonas aledañas. Pero en Sarandí, ese tránsito se frenaba en la famosa barrera de Av. Mitre y Salta, por el paso de los trenes. Era una espera larga, de modo que se formaban caravanas de carruajes, tranvías, automóviles y camiones. La solución aérea arrancó en 1947 pero el Viaducto quedó habilitado recién en 1953. Para el país, para la ciudad y en especial para la barriada vecina a las vías ferroviarias era un alivio, moderno, casi único para la época, y daba satisfacción a los rcclamos vecinales que se manifestaron en los Congresos de Sociedades realizados desde 1935 en adelante.

La obra, realizada con fondos provinciales, consistió en levantar el nivel de las vías y dejar las calles libres al tránsito. A su inauguración asistieron el Presidente Juan Domingo Perón, el Gobernador Carlos Aloe, ministros, legisladores, el Intendente Municipal, José L. García, dirigentes gremiales y políticos, y una numerosa cantidad de vecinos. El tren presidencial llegó desde Constitución con el Presidente e invitados y se cumplió con la ceremonia oficial de rigor.

Estaba prevista la continuación de un ramal que llevara los trenes de carga hacia Dock Sud, pero allí está todavía la rampa suspendida en el tiempo y el espacio.
Don Juan, un italiano veterano de la primera guerra mundial, y que aquí fabricaba tanques y piletas de cemento, logró instalar en el andén de la nueva Estación una escultura con el perfil de Perón que se podía ver desde cualquier ángulo alrededor de ella. Era una invención –si podemos llamarla así- de este viejo vecino de Sarandí que solía hacer ese tipo de creaciones insólitas y muchas veces imaginativas. Lo conocí mucho a Don Juan porque durante años me trajo escritos, objetos, aparatos e ideas que este cronista, entonces empleado del Centro Comercial del barrio, escuchaba con una mezcla de curiosidad, respeto y paciencia por ese hombre algo delirante y fantasioso, pero poseedor de picardía, inteligencia y creatividad inusuales.

El pobre hombre estaba algo trastornado y me contó, mil veces, sus aventuras y desventuras en las trincheras de la Primera Guerra como soldado italiano. Uno de sus mayores desequilibrios era el considerarse con una superioridad divina sobre el resto de los mortales, pero sin embargo no pudo evitar que aquel monumento sea desmantelado y destruido por la violencia antiperonista a partir de 1955.

Don Juan se mantuvo luego imperturbable. Escribía escritos entre proféticos, laudatorios o críticos contra los gobernantes posteriores, con sus ideas y sus petitorios. Claro que nadie le contestó ni lo atendió en sus reclamos o profecías que puntualmente me seguía mostrando como un rito amistoso y fraternal. Un día se presentó en mi oficina con una pequeña caja de madera, pintada con los arabescos típicos de su autoría, y me espetó: “Si Ud. descubre cómo se abre… se la regalo”.

Me sorprendió, porque yo era entonces un joven veintiañero. Me apuró para que intentara descifrar ese misterio. “Usted seguramente lo descubra…” dijo, obligándome a intentarlo. Le di varias vueltas a la caja que no parecía tener tapa alguna en sus lados y ángulos iguales. Pero el desafío estaba lanzado y luego de varios minutos aprieto uno de sus ángulos y se descubre una tapa. Durante mucho tiempo después tuve, sin utilidad alguna, esa caja entre mis objetos curiosos. Tenía la carga de ingenio y habilidad que Don Juan siempre mostraba. Años después cambié de trabajo y perdí contacto con esta persona y su personaje.

Todo lo demás ha seguido, junto con este cronista, el curso de la historia. El Viaducto está de pie y le ha dado a Sarandí un monumental signo de identidad que ahora es aprovechado por el club Arsenal que levanta su estadio a pocos metros de la Estación. Es insustituible como imagen-símbolo del barrio.
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