El privilegio de ayudar al prójimo

José Miguel Puzio es un agradecido de la vida. A los 76 años, siente que es útil, que sigue activo. Y como buen avellanedense, desde hace varios años trabaja en forma desinteresada, para la ciudad que lo vio nacer.

Hijo de inmigrantes polacos, José nació el 9 de febrero de 1935 y una de las imágenes más impactantes de su infancia remite a la gran inundación del 40, cuando su padre, que se encontraba trabajando, se vino caminando desde el Frigorífico Anglo por arriba del terraplén de las vías, hasta Estanislao del Campo y Sarmiento, donde vivían por entonces.

Para no perder detalle de todo lo que vino después, José trae consigo un «ayuda memoria», en el que apuntó los momentos más importantes de su vida. Como un cuadro sinóptico, Puzio repasa cada ítem con estricta cronología y se explaya, en cada uno, con anécdotas y gratos recuerdos.

Las primeras referencias espacio-temporales surgen de los distintos domicilios en los que vivió: Madrid y Nicolás Avellaneda, después en Mazzini y Debenedetti. Más tarde en la calle Irala 1845, donde transcurrió la mayor parte de la vida de su familia y, por último, el lote ubicado en Ingeniero Huergo 1046, donde se instaló definitivamente.

«Por aquella época la gente se iba de un lado a otro, porque vivía de alquiler. No se podía comprar. El que compraba, era porque tenía un gran poder adquisitivo», recuerda José, dejando en claro que por aquella época, todo se conseguía con gran sacrificio y esfuerzo.

José Miguel hizo su jardín de infantes en el Instituto Cristo Rey y recorrió toda la primaria en el Colegio Nro. 9. Pronto, las urgencias económicas hicieron que, con sólo 13 años, empezara a trabajar en una tienda. Dos años más tarde, se inició como cadete para la empresa Febo -una Compañía de Seguros de la colectividad judía, relacionada con el Banco Mercantil-, cuando uno de los clientes, viendo sus actitudes y aptitudes para el trabajo, se lo llevó a pintar un edificio en pleno centro porteño.

Mientras tanto, José iniciaba el ciclo básico de sus estudios en mecánica del automotor, en la por entonces Universidad Obrera Nacional, (años más tarde, U.T.N.), en su sede ubicada a pasos de la Estación Avellaneda.

En ese ínterin, le llegó la edad de la colimba, que hizo en el Servicio de Comando de la Segunda Región Militar, en la calle 12 de Octubre 234, donde hoy se encuentra Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) de la Policía.

«Pero yo quería ser empresario. Después de siete meses de servicio militar y, creo que por el hecho de estar siempre rodeado de gente «grande», emprendí mi carrera. Mientras uno de mis hermanos jugaba al fútbol, yo me compré un camión tanque de 16 mil litros, por consejo de un conocido», explicó Puzio, sobre sus inicios como transportista.

Así fue que empezó a recorrer distintas usinas, repartiendo petróleo y diesel y luego kerosén. Al poco tiempo, y siempre con la idea de progresar, tuvo la suerte de ser contactado por un chofer que era transportista de Shell, para trabajar en forma directa con la empresa. «Este chofer me veía cómo me manejaba, siempre bien vestido, respetuoso, con el camión siempre limpio y en condiciones; y me ofreció esa oportunidad. Yo agradezco al Señor porque siempre me ha ayudado y me ha puesto las cosas en el camino», dijo José, al tiempo que aclaró que lo suyo -la prolijidad, el buen vestir, sus buenos modales- era una cuestión estrictamente «de conducta» y no por «aparentar».

Entonces ahí tuvo que modificar el tanque -porque había que empezar a distribuir nafta- y terminó armando otro camión para ampliar los servicios que ofrecía con su socio. Más tarde, fue miembro de la Comisión de Transportistas, tanto en el orden local como nacional.

Cuando en la Shell instrumentaron el premio al mejor transportista (el más eficiente), el premio lo ganó la firma «Puzio y Rizzo», sociedad que José había formado con su socio Hernando. Esta dupla se destacaba porque nunca se quedaba. José comentó que «la clave era tener repuestos a mano (neumáticos en stock, un burro de arranque, un alternador) y los vehículos siempre en condiciones».

Hacia 1977, por esas cosas de la economía cíclica del país y otras cuestiones políticas de por medio, tras una huelga que, según contó Puzio, «se perdió», José quedó desvinculado de la empresa Shell y se quedó con el camión parado -literalmente- en la puerta de su casa.

Entonces, José se fue a trabajar con otro de sus hermanos en un taller de reparación de maquinaria vial, en Dock Sud, para continuar desarrollando una actividad netamente administrativa, más acorde con su formación y experiencia.

Allí compró el 10 % de la empresa, que años más tarde se dividió, para transformarse en Kadima S.R.L., de la cual actualmente subsiste un galpón dado en alquiler, sobre la calle Vicente López.

Trabajar para los demás.
De nada sirve tener un buen pasar económico, si no se tiene salud. De eso empezó a tomar conciencia José Miguel Puzio, cuando su esposa Rosa sufrió un infarto en 1988.

Luego de permanecer 28 días internada en el Hospital Fiorito y otro tanto en el Argerich, finalmente, Rosa fue derivada, por cercanía a su domicilio, al Hospital Interzonal General de Agudos Presidente Perón, donde fue operada con éxito. «El tema era que, hasta el momento, no existía en nuestro país la cirugía cardíaca», resaltó José, quien vio a su compañera recuperarse notablemente de un cuadro clínico «muy complicado».

Ese había sido su primer contacto -pero no el último- con el Hospital Presidente Perón. Es que, dos años después, más precisamente el 12 de abril de 1990, José también fue intervenido quirúrgicamente con un triple by-pass.

«Al tiempo, lo fui a ver al Doctor Jorge Trainini y le pregunté: A usted, ¿Alguien le da una mano? Y él me respondió: A mí si me pueden matar, me matan. ¿Usted sabe lo que es hacer cirugía cardíaca en un hospital público?, le había repreguntado el Doc. Y José no dudó un instante: «Cuente conmigo», sentenció.

Desde entonces, la labor de José Puzio giró en torno al Hospital, acompañando al Dr. Trainini en el desarrollo incesante del servicio de Cardiocirugía.

«Mi ayuda se basó, principalmente, en la creación de la Fundación Cardiovascular Integral (FUCAI), de la cual soy Vicepresidente. Desde entonces, he dedicado tiempo y trabajo a la causa del progreso del servicio de cardiocirugía. Yendo a ver a funcionarios, asistiendo a congresos médicos… Siempre, a Dios gracias, trabajando en el hospital, sin horarios, pero ad-honorem.

El Doctor Trainini tiene una conducta intachable y, dentro de la medicina, tiene un prestigio internacional. Y para mí es un gran honor trabajar a su lado», resumió Puzio, un gran ser humano, que quiso ser empresario y consiguió todo trabajando «para él». Pero que sin dudas, ha conseguido una gratificación mayor, teniendo el privilegio de ayudar al prójimo.

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