El filete y su perduración
Escribe Antonio J. González
A finales del siglo 19 se incrementó la ola migratoria en el país y estos nuevos habitantes de Buenos Aires y sus suburbios, como es el caso de Avellaneda, inventaron modos de expresión que correspondieran a su nueva vida, sus alegrías o dramas en esta tierra. En ese fenómeno cultural nacieron los primeros filetes. En sus orígenes fue un arte utilizado por los transportistas de alimentos y similares.
Los investigadores dicen que nació en una carrocería del Paseo Colón y fue perfilándose como arte popular y callejero. Sus formas determinan un estilo peculiar, de colorido intenso y pintadas con intención de volumen. Flores, cintas, hojas de acanto, dragones y pájaros son elementos propios de su repertorio, que se combinan con frases e imágenes de personajes populares. Fue, en su propia dimensión, un arte que se paseaba por las calles en carros, chatas y luego en camiones, colectivos y cualquier otro vehículo.
En nuestra ciudad se extendía a los carros de los lecheros, carboneros y otros comerciantes que intentaban de ese modo llevar a los barrios, especialmente los carenciados, un poco de alegría y buen humor en sus frases e intenciones:
Si te gusta el durazno, agüantate la pelusa decía uno de ellos. Si querés la leche fresca, atá la vaca a la sombra. Vos hacés pinta con lo ajeno, yo soy croto con lo mío. Desde el sur hasta el oeste, no hay uno como este. Era un gesto de pertenencia y orgullo laburante que originaba frases como ésta: Lo mejor que hizo mi vieja, es este pibe que maneja y otras por el estilo. Los textos forman parte de la composición del fileteado, con un arsenal de frases acuñadas por la sabiduría popular, y que el poeta Jorge Luis Borges definió como “costados sentenciosos”.
Los fileteadores han hecho escuela desde entonces, también en nuestra ciudad donde los sectores barriales de familias laburantes y origen inmigrante, crearon su propia cultura entroncaba a la porteña y sus derivaciones tangueras.
La picardía, el sexo y las relaciones humanas se mezclan en los temas de aquellas inscripciones que se paseaban por todos lados: No llevo cargas grandes, chicas sí. Si su hija sufre y llora, es por este pibe, señora. En el llavero que tengo, la única que me falta es la de tu corazón. Motores y mujeres, disgustos y placeres. Si los cuernos fueran flores, mi barrio sería un jardín.
En la década del ’40 el fileteado adapta sus formas a los nuevos vehículos que reemplazan al carro: los camiones y los colectivos, fueron herederos de esta expresión colorida. La primera exposición de fileteado porteño se realiza en 1970, por la labor de Nicolás Rubió y Esther Barugel.
Pese que ya pasó la época de furor de los maestros fileteadores en Buenos Aires y Avellaneda, el fileteado porteño continúa vivo en manos de un puñado de herederos. También se lo ve en carteles comerciales o particulares, en la asociación con la cultura popular: ídolos, deportes, actividades como una supervivencia contra el olvido. Es una afirmación como arte y oficio que se esconde en la acción lúdica que encierra el ornamento.
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