Educando

Escribe Claudio Penso, especialista en impulsar procesos de cambio y crecimiento.

Sócrates fue un hombre muy austero, sin embargo cobraba honorarios bastante altos por enseñar. Cierto día, recibió la petición de un comerciante para que admitiera a su hijo como alumno. El filósofo así lo hizo pero cuando comunicó el valor de su trabajo, el padre se sobresaltó. A modo de queja reflexionó que por ese precio podría comprar un asno. Téngase en cuenta que era una herramienta de trabajo muy valiosa para cualquier persona. Sócrates no se inmutó con eso y le contestó que si así procedía, tendría un beneficio secundario: Dos asnos en lugar de uno.

 
En otra ocasión, recibió a un discípulo que tenía el hábito de hablar demasiado y opinar de todo, aún sin conocimiento. El maestro le informó que los honorarios serían el doble. Lógicamente, recibió airadas protestas. Sócrates le explicó que su esfuerzo también sería inmenso ya que primero debía enseñarle a callar, luego a escuchar y por último a hablar.

 
Ciertas o no ambas historias reflejan la fina ironía que tenían esos grandes maestros que podían educar y trascender a través de su arte. Quien ha tenido la fortuna de aprender con alguien así, jamás olvidará su experiencia. Como una chispa, volverá una y otra vez, para encender el fuego.

claudio@claudiopenso.com
 

 

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