Dr. José Casanova, el hombre que venció al almanaque

Cuántos de nosotros querríamos llegar a su edad de esa manera. ¿Será una cuestión genética? ¿Existirá alguna receta mágica? ¿Habrá inventado una poción milagrosa? Seguramente él tenga alguna respuesta a estos interrogantes, que nos permitan vivir una tercera edad activa, saludable y feliz.

Lo cierto es que, como suele decirse en las charlas de amigos, él “está hecho un pibe” y “tiene cuerda para rato”.
El Dr. José Casanova nació el 4 de agosto de 1919, en la costa de Sarandí, entre quintas y viñedos.
“Fue hace unos días”, bromea sonriente el entrevistado, admitiendo que fue hace muchísimo tiempo atrás. “Por ahora tengo 93”, advierte, dispuesto a desafiar al tiempo y dejando en claro que todavía le queda mucho camino por recorrer.
“Cuando yo tenía diez… once años, falleció mi papá y mi mamá quedó sola con cinco hijos. En casa teníamos una quinta, con un viñedo y ella trabajaba y controlaba a cinco o seis peones”, recordó Casanova.
“A los dos más chicos (yo soy el cuarto), mi mamá nos puso como pupilos en el colegio Don Bosco de Ramos Mejía. Mis hermanos más grandes ya habían estado ahí, porque a mis padres les obsesionaba la instrucción de sus hijos. Eran italianos, genoveses, de muy poca instrucción pero de mucho criterio”, agregó José.
Aún con las exigencias propias de ese tipo de establecimientos, “Pepito” siempre fue un alumno excelente, con las mejores calificaciones. Cuando terminó el sexto grado, no quería ser más pupilo. Entonces se tomó un respiro y le dio una mano a su madre, en las tareas rurales. Pero ella insistía en que siguiera estudiando.
Fue así que retomó la escuela –siempre con el mismo régimen pupilo-, pero en el Colegio San Carlos, de capital. “Ahí tenían una disciplina que era mortal”, rezongó el Doctor.
Es que allí, entre otras cosas, le inculcaban “mucha devoción”. “Teníamos misa a la mañana y la bendición por la noche. Los domingos, para mejorar, había dos misas. Después, por suerte, pasé al colegio de La Plata, en el que había una mentalidad más abierta, más llevadera”, relató.
En aquel lugar hizo casi todo el bachillerato, ya que en el último año se inscribió en el Colegio Nacional de Quilmes, que por aquel tiempo era el único que había por esta zona, donde terminó la secundaria.
De aquella hermosa época, los mejores recuerdos que José atesora tienen que ver con sus compañeros. Con la mayoría de ellos se siguió viendo, hasta no hace mucho tiempo.
De hecho, junto a sus amigos más íntimos de la facultad fundó una casa (que alquilaban entre todos) en La Plata, en 5 y 79, que era su lugar de encuentro y donde rendían culto a la amistad.
“Ya quedamos pocos, porque el almanaque va barriendo. Cuando empezamos las reuniones anuales éramos como cuarenta, pero en los últimos encuentros éramos cinco o seis. Este año ya no se hizo, porque el único que estaba disponible era yo”. (Risas).
Dígame Doctor
La biología siempre le había interesado desde muchacho. Cuando estaba cursando el bachillerato, barajaba la posibilidad de ser ingeniero agrónomo.
Pero la Universidad de La Plata recibió a José Casanova con los brazos abiertos para cursar una carrera cuyo título, por entonces, según él, “era muy rimbombante”: Doctorado en Bioquímica y Farmacia.
Había que hacer farmacia primero (es decir, recibirse de farmacéutico) e inscribirse luego para cursar el doctorado en bioquímica.
Eran seis difíciles años de carrera, que “Pepe” afrontó sin inconvenientes.
De entonces, el doctor rememoró: “En la facultad éramos todos huelguistas. Yo era secretario del centro de estudiantes así que estaba muy involucrado”.
Cuando se recibió de farmacéutico, empezó a trabajar en el Policlínico de La Plata, mientras que era ayudante de alumnos y Jefe de Trabajos prácticos en la facultad.
Más tarde pasó al Hospital de Wilde, donde se convirtió en Jefe de Laboratorio y luego Jefe de Departamento. Hasta lo llegaron a nombrar Director, durante unos meses, pero a él no le simpatizaban esas designaciones “a dedo”. “Yo los cargos siempre los obtuve por concurso”, afirmó, contundente.
“Cuando me retiré, dejé un laboratorio muy equipado, tanto o más que el del Hospital Fiorito. Me acuerdo que conseguí un equipo de análisis de gas en sangre, que para la época era una novedad”, destacó.
A su vez, el Dr. Casanova tenía su propio laboratorio de análisis clínicos en su domicilio.
Por otra parte, ya como bioquímico, durante diez años estuvo a cargo del Departamento de Formación Científica de un laboratorio muy importante: OCEFA. “En la biblioteca tenía mi despacho, con calefacción, aire acondicionado y todas las comodidades. Y tenía una secretaria muy simpática, unos años menor que yo, con quien nos pusimos de novios y nos casamos”, sonrió, y luego de una pausa, agregó:
“Con mi esposa, María Carmen Blanco, tuvimos un matrimonio perfecto. Muy feliz. Betty (así la apodábamos) fue mi compañera de vida”.
Cuando su señora falleció en 2001 “fue una tragedia”. “Pero cuando uno pierde a una persona a esa edad, tiene que hacerse una filosofía de resignación, porque es lo lógico”, reflexionó.
De ese matrimonio, nació Patricia, que es médica. Vive en Ramos Mejía, pero viene tres veces por semana a la casa de su padre, porque allí tiene su consultorio. Y luego José Esteban, que vive en Villa Crespo y trabaja en la Secretaría de la Función Pública.
“Estoy en contacto permanente con ellos”, afirmó orgulloso, papá Pepe.
A la hora de hacer un balance, el Dr. Casanova no duda un instante. “Creo que es muy positivo. Tuve un buen pasar económico. Salíamos, todos los años, un mes de vacaciones. Tuve la posibilidad de comprar mi auto cero km., esta casa es suficientemente confortable… Hoy puedo darme el lujo de descansar y Dios me ha dado buena salud”, resumió.
Hablando de eso, el bioquímico comentó que, en general, en su familia fueron todos muy sanos. Su mamá llegó a los 99 años. Sus hermanos, también longevos, llegaron a rondar los 90 sin enfermedades, cirugías ni internaciones.
Sobre sus valores como persona y profesional, Casanova sostuvo que “uno tiene que hacer las cosas lo mejor que puede y dar el ejemplo”.
“Como jefe de departamento, llegué a tener bajo mi jurisdicción los servicios de rayos, farmacia, hemoterapia y laboratorio.
En el hospital se trabajaba de lunes a sábado pero, igualmente, me daba una vuelta el domingo, no para vigilar, pero sí para asegurarme de que estaba funcionado todo correctamente”.
“Me retiré de mi trabajo a los 75 años. Físicamente me sentía bien y me hubiera gustado seguir, porque había mucho compañerismo entre los profesionales”, añadió.
“Antes, había un refrán que decía que había que pasar agosto. Porque terminaba el invierno y con él, las neumonías y las pulmonías que eran mortales y dejaban el tendal”.
“¿Una buena recomendación? Siempre comí y tomé de todo, pero con moderación”, aseguró el doctor José Casanova, que ya pasó su agosto número 93, con amplio margen.
¿Será ése el secreto del hombre que venció al almanaque?

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