Del Finisterre europeo a las márgenes del Riachuelo: la inmigración gallega en Avellaneda

Escribe Ruy Farias. La foto corresponde al frente del primitivo edificio del Centro Gallego de Avellaneda ubicado en Av. Mitre 780 (el más antiguo de la nación), luego modificado en el año 1925. Año 1922.

Galicia es un antiguo y pequeño país ubicado en el Noroeste de la Península Ibérica, pero con ramificaciones de sangre, identidad y cultura a miles de kilómetros de su territorio. Si este alberga en la actualidad menos de 3.000.000 de habitantes, otro millón más habita fuera de sus fronteras, principalmente en España, Europa y América. De hecho, la emigración representa el fenómeno histórico fundamental de la Historia gallega a lo largo de los siglos XIX y XX, un río caudaloso por el que más de 1.700.000 seres humanos con afán de progreso abandonaron definitivamente su tierra.
En el balance de los últimos dos siglos la Argentina fue su principal destino migratorio. Nada sintetiza tan bien este hecho como el término que en Galicia aplican a nuestro país: la «quinta provincia». Es mucho más que un tópico. Entre 1857 y 1960 llegaron a la Argentina alrededor de 1.100.000 gallegos, nada menos que el 17 % de todos los inmigrantes europeos que arribaron a nuestras costas. Su impacto demográfico y cultural es difícil de medir en toda su amplitud. Baste decir que la acusada tendencia del grupo a asentarse en las áreas urbanas de la llanura pampeana, hizo que ya en tiempos del Centenario de la Revolución de Mayo los gallegos representasen entre el 8-10 % de la población de Buenos Aires, que desde entonces y por más de medio siglo ostentó el honor de ser la urbe galaica más grande del planeta. Galicia debe mucho a la emigración en general, y a la que tomó el camino de la Argentina en particular: un legado cultural, político, social y económico sobre el que los científicos sociales han insistido e insistirán. De hecho, la evolución de aquel país a lo largo del siglo XX no se entiende sin la Argentina. Pero tampoco la Argentina de hoy es comprensible sin Galicia y sin los gallegos de aquí y de allá.
Aún siendo su colonia más pequeña que la de la ciudad vecina en valores absolutos, fue en Avellaneda donde la presencia galaica se manifestó con mayor fuerza. Puede rastreársela desde el período tardocolonial, pero su impacto masivo se produjo entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando el Partido dejó de ser un distrito esencialmente rural y despoblado, para convertirse en una gran urbe que contenía una de las mayores concentraciones industriales del país. Resulta imposible separar el desarrollo demográfico, productivo, institucional y cultural avellanense de la presencia, capacidad de trabajo, iniciativa e inteligencia de los miles y miles de inmigrantes llegados desde Galicia. Un hecho puntual, entre tantos ejemplos posibles, da cuenta de la importancia de su presencia: Manuel Estévez y Caneda, el gran dirigente comunal de la segunda mitad del siglo XIX, había nacido en la localidad pontevedresa de Bouzas. No obstante, más allá de las personalidades relevantes, es la masa anónima de inmigrantes galaicos la que, de un modo decisivo, más contribuyó a la construcción de la moderna sociedad avellanedense.
Los gallegos constituyeron a lo largo de todo el siglo XX su principal grupo étnico-regional extranjero. Entre 1890 y 1960 (año en el que el ciclo migratorio masivo a la Argentina se cerró definitivamente) fueron de manera estable en torno al 70 % de los españoles del Partido. Con todo, resulta más impactante el hecho de que 1914, cuando el Tercer Censo Nacional de población contabilizó 144.000 habitantes en el municipio, 22.000 de esas almas había nacido en Galicia (15 % de la población total). Esta importancia numérica de la colonia galaica era muy visible para los observadores contemporáneos, como lo muestra este elocuente fragmento del informe elaborado en 1908 por la Comisión de Obras Públicas del Concejo Deliberante del municipio:

La población gallega en Avellaneda es inmensa. Galicia ha demostrado su preferencia por nuestra ciudad y nos manda los valiosos contingentes de sus hijos, dándose el caso curioso de que en nuestra población haya más vecinos de ciertas aldeas galaicas que en las aldeas mismas. El pueblo [de Puerto] del Son, pintoresco puerto gallego, se ha despoblado completamente y hoy, los que fueron sus habitantes, ayudan activamente en Avellaneda a formar la patria común.1

Ese mismo año una calle del Partido fue bautizada Avenida Galicia. Fue la primera arteria en el país que llevó tal nombre.
Los gallegos se integraron plenamente en la sociedad local. Es bien sabido que en el conjunto de la Argentina, su inserción socioprofesional se dio de manera preponderante en el sector de los servicios urbanos o semi-urbanos. En Avellaneda, sin embargo, aún cuando existió un importante número de gallegos empleados en el sector terciario (así como también profesionales, funcionarios, industriales, etc.), la primacía del componente obrero de la colonia no admite dudas. Su espectro ocupacional fue sumamente diversificado: conductores de carros, coches y tranvías (y más tarde de colectivos), carpinteros, curtidores, marineros, jornaleros, peones de fábricas y frigoríficos, herreros y mecánicos, changadores y clasificadores de frutos del país en las barracas, talabarteros, cocineros y estibadores, fogoneros y maquinistas (tanto en embarcaciones como en ferrocarriles), etc., etc. Sin embargo, la presencia gallega podía alcanzar proporciones muy elevadas en ciertos rubros, ámbitos o factorías emblemáticas. Así ocurrió en el frigorífico «La Negra», en el Mercado Central de Frutos, la Compañía General de Fósforos, o en las curtiembres y lavaderos de lana de Piñeiro y Gerli, donde conformaron verdaderos racimos humanos.
Su condición mayoritariamente proletaria y elevado grado de integración los convirtió, naturalmente, en protagonistas de las luchas obreras en el Partido (como se vio, por ejemplo, en las grandes huelgas de los frigoríficos en 1917 y 1918), y también en gestores de la articulación de la sociedad civil avellanense, a través de su numerosa presencia en múltiples instituciones deportivas, culturales, de fomento, beneficencia, etc. La integración, sin embargo, no fue un obstáculo para que conservasen su identidad diferenciada. Buena prueba de ello es la densa red social secundaria que crearon, integrada por una plétora de instituciones voluntarias de corte étnico. Desde épocas muy tempranas, además de participar en el movimiento mutualista panhispánico del municipio (la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Barracas, la Asociación Española de Socorros Mutuos de Barracas al Sud / Avellaneda, etc.), generaron también todo un universo asociativo propio. En 1899 se fundó el Centro Gallego de Barracas al Sud / Avellaneda, al día de hoy la entidad galaica de alcance macroterritorial más vieja de la Argentina, cuyo edificio social aún sorprende por su privilegiada ubicación frente a la Plaza Alsina. Pero desde la primera década del siglo XX hizo también su aparición el asociacionismo de base microterritorial, formado por múltiples instituciones entre las que subsisten la Asociación Hijos del Ayuntamiento de Puerto del Son, la Asociación Finisterre en América, Residentes de El Grove y la Asociación Hijos del Ayuntamiento de Boiro. Producto de la pervivencia de este lado del mar de los lazos de paisanaje originados en Galicia, estas entidades jugaron un papel fundamental en la consolidación de los mismos vínculos que motorizaron su aparición, reuniendo a la gente, robusteciendo los lazos de solidaridad, los vínculos familiares e incluso los amorosos (pocas dudas caben de que su existencia está relacionada con la marcada tendencia a la endogamia de la primera generación de gallegos inmigrantes).
Dado su gran volumen demográfico, elevada concentración espacial en torno a algunas áreas fácilmente reconocibles (Avellaneda centro, Piñeiro, Gerli), y su presencia numéricamente relevante en determinados ramos de la economía del área, quizás fuera factible, en lugar de hablar de la integración de los gallegos en la sociedad avellanense, referirse a su importante aportación a la formación de la misma. Por eso, aunque nunca podremos saber si el Partido habría sido mejor o peor sin la inmigración galaica, lo que resulta seguro es que no se trataría del que hemos conocido a lo largo del siglo XX. Y, en cualquier caso, a comienzos de la segunda década del nuevo milenio, el vínculo estrecho entre los gallegos y Avellaneda aflora cotidianamente, en los nombres de calles y localidades, en los edificios, debajo del polvo de los archivos, y en la memoria dual de miles y miles de protagonistas cuyas historias aún están por escribirse.

* Doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela. Investigador-docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento y responsable del Área de Investigación del Museo de la Emigración Gallega en la Argentina.
1 «Amor a Galicia», en Boletín Oficial del Centro Gallego de Avellaneda, año IV, número 63, 31 – 10 – 1908, p. 15.

ruygonzalofarias@yahoo.com.ar

noticias relacionadas