Dar todo lo que un hijo pide no lo ayuda a cultivar su responsabilidad

Escribe la Lic. Andrea Fabiana Varela Seivane.

Existe un problema no menor que es la explotación que ejercen los hijos sobre los padres en nuestra sociedad occidental. No es casual que los hijos abusen de sus padres, aprenden a mandar desde la infancia. En los primeros meses el niño desde la cuna ensaya como atraer y controlar a los adultos, luego cuando ya camina y domina el espacio va estableciendo los límites de su poder hasta donde sus padres le permiten actuar. A partir de los tres o cuatro años comienzan las primeras rebeldías manifestando tensiones, rabietas, terquedad y pataleos, con el fin de poder seguir mandando y conseguir sus propósitos, y después con la llegada de la pubertad comenzará la batalla que durará hasta vaya usted a saber, porque depende sobre todo de la propia evolución de los jóvenes hijos y los padres, ya que cada vez los hijos se emancipan más tardíamente. La lucha por el poder entre padres e hijos la ganan casi siempre los hijos, probablemente este en relación con padres permisivos, temerosos de frustrar a su hijo, de crearle traumas, y además son muchos los padres con pocas ganas de complicarse la vida.

Muchas rabietas infantiles se desarrollan en espacios públicos y ante personas ajenas, el niño sabe que tiene todas las de ganar porque es consciente de que sus padres tienen miedo a pasar papelones, prefieren no ejercer su autoridad si ello implica aparentar autoritarismo o violencia, crear malestar en los niños, o la necesidad de detalladas explicaciones. Las concesiones se hacen por diversas razones, una que suele observarse con frecuencia es la aspiración a que al niño no le falte nada en relación con las insatisfacciones materiales y de afecto que dicen haber sufrido los padres. Pareciera que existe una necesidad de compensar el pasado dándole al niño todo lo que no tuvieron los padres. Hace una generación atrás los hijos únicos eran cosa rara, mientras que hoy constituyen casi la norma, con esto las atenciones exageradas que hoy reciben los hijos son mucho mayores que las que tuvieron quienes hoy son sus padres. Los niños captan perfectamente la debilidad de sus padres y se aprovechan para salirse con la suya. Los inconvenientes de esta actitud tan condescendiente son muchos y graves. En la medida en que las condiciones sociales y económicas han mejorado y aumenta el número de necesidades satisfechas, desciende el índice de motivación. Uno de los principales obstáculos a la emancipación de los hijos es la pereza, la falta de motivación y de autonomía personal en la toma de decisiones que carecen algunos jóvenes. Si se acostumbró a que le den todo hecho, a que piensen por ellos en las circunstancias problemáticas, no es razonable pedirles que maduren. El exceso de protección paternal en la infancia y en la adolescencia es uno de los motivos más frecuentes de desórdenes psicológicos. Un ejemplo, hoy resulta difícil hacer un regalo a un niño porque se comprueba que tiene de todo.

El sentido del esfuerzo, la motivación por el éxito y el espíritu de sacrificio para conseguir las metas, que son valores que tradicionalmente empujan a las sociedades o ambientes humanos con necesidades apremiantes, desaparecen cuando el consumo se convierte en simbólico, cuando lo que importa no es satisfacer necesidades, sino estar a la altura de lo que creemos que nos demanda nuestro tipo de vida y estatus social, comienzan los problemas. Los niños que han aprendido a conseguirlo casi todo sin más esfuerzo que pedirlo a sus padres, están desmotivados, y su capacidad de esfuerzo y autoestima probablemente es o será en un futuro mínima. El resultado de estas primeras confortables relaciones con los hijos, luego lo toman los adultos en circunstancias muy concretas en las que esperan los resultados del esfuerzo de su hijo, a la manera de como no va a responder después del esfuerzo que hacemos para darle todo lo que nos pide. Por ejemplo como las notas de fin de curso, los padres desean que los hijos sean más sacrificados, menos vagos, que cumplan con lo que se les exige, al menos pasar de año, que sean más adultos, más responsables. Como si el espíritu de sacrificio y la madurez fueran algo genético, o se produjera por una receta mágica. Igualmente siempre puede hacerse algo, la responsabilidad se forja en cada uno, una negativa que hoy a los padres pueda parecerle cruel y sin fundamento, ayudará a sus hijos a desenvolverse por sí mismos, y si lo reflexionamos sabremos que ese será el mejor regalo que los padres puedan hacerle a sus hijos.

Licenciada en Psicología
Andrea Fabiana Varela Seivane
MN 34156
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