“Hacer ciencia desde Quilmes es una propuesta rebelde frente al estigma de los medios”

Agustín Ormazábal, doctor en Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes, fue becado para trabajar en el Instituto Europeo de Bioinformática de Cambridge durante los próximos meses.

Agustín Ormazábal es doctor en Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes. Créditos: Agencia de Noticias Científicas.

 

“Hay una representación mediática estereotipada del conurbano que no tiene nada que ver con lo que sucede realmente. Quilmes es un lugar de producción científica y es usina de artistas y deportistas. Poder hacer ciencia desde acá es una propuesta rebelde frente al estigma que plantean los medios hegemónicos”, cuenta Agustín Ormazábal, flamante doctor en Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes a la Agencia de Noticias Científicas. Por segunda vez, fue becado para trabajar en el Instituto Europeo de Bioinformática ubicado en Cambridge, Inglaterra. En esta nota con la Agencia, dialoga sobre cómo fue su experiencia anterior, su paso por la universidad pública y la situación actual del sistema científico-tecnológico nacional.

 

Ormazábal fue becado por el Programa de Becas Marie Skłodowska-Curie en el que participa la Universidad Nacional de Quilmes y es financiado por la Unión Europea. Así, en 2022 trabajó durante seis meses en Cambridge en la identificación de proteínas humanas y el análisis de su estructura y comportamiento. En ese sentido, este año el científico dedicará su tiempo a estudiar cómo optimizar esta predicción y la posibilidad de hacer una clasificación de las distintas familias de proteínas.

 

Oriundo de Quilmes, hijo de docentes y nieto de inmigrantes europeos, recalca que viajar a Europa es una forma de cerrar un ciclo que iniciaron sus abuelos con una única diferencia: él puede elegir viajar gracias a la educación pública.

 

Así lo explica: “Mi abuelo vino escapando de la Guerra Civil española y mi abuela de la posguerra tras el fascismo en Italia. Es una historia familiar atravesada por el desarraigo, la tragedia, la guerra y el hambre. En ese contexto, volver a Europa es darle un cierre a esa historia con la diferencia que yo puedo elegir ir y venir, ellos no pudieron. Y esa elección es posible gracias a las políticas de Estado que permiten que haya una universidad pública y gratuita que me formó. Algo que también es una añoranza de mis abuelos para con mis papás, docentes y militantes de la educación pública”.

 

Ormazábal señala que los prejuicios y la idealización de la vida en Europa hace que, de manera inconsciente, la vivencia esté cargada de presiones. “Uno no es ajeno a la visión estigmatizada que tienen de los latinoamericanos ni la que tenemos nosotros de ellos. Las consecuencias son que, por ejemplo, te quedas trabajando por fuera de hora para demostrar tu capacidad, mientras que ellos a la hora que se tienen que ir, se van. En esta segunda experiencia sé que hay cosas que no son tan graves como antes pensaba que sí. Por ejemplo, no pasa nada si uno no habla perfecto el idioma o si se tiene otro código cultural”, detalla.

 

¿La salida es Ezeiza?
Como en otros episodios de la historia nacional, el sistema científico-tecnológico está siendo desfinanciado, lo que provoca que una parte de los científicos y las científicas formadas en las universidades nacionales vayan a trabajar al exterior. Pero no sucede eso en todos los casos: frente al relato de “la salida es Ezeiza”, algunos eligen quedarse en su país de origen.

 

“Elijo que mi proyecto de vida sea en Argentina porque tengo una deuda con este país y con la universidad, que no la vivo como un peso sino como algo que me gusta. Hay una comunidad que me permitió ir y volver de Cambridge, no solo a través de un esquema de distribución financiero que implica pagar impuestos y que con ello se financie la universidad pública, sino porque, como se dice, se necesita una comunidad entera para criar a un niño y yo me sentí criado por la comunidad argentina, bonaerense, conurbana, quilmeña y de la UNQ”, señala el científico.

 

Y agrega: “Es una pertenencia simbólica y espiritual, y parte de mi proyecto tiene que ver con devolverle algo a esas personas desde el lugar que me toca y desde donde se considere necesario. Además de que me quedo porque disfruto habitar este lugar con la gente que me rodea. Después están quienes deciden irse porque le pesan otras cuestiones y está bien”.

 

En este deseo de devolver a la comunidad lo que esta le dio, Ormazábal trabajó durante parte de la pandemia en el centro de diagnóstico de casos que se estableció en la UNQ, a la vez que había otro sector destinado a internaciones. “Luego la Universidad funcionó como centro de vacunación. Ver que los contagios seguían pero la mortalidad descendía gracias a la inmunización de la población fue realmente un alivio”, recuerda.

 

Un futuro incierto
Recientemente, Ormazábal se recibió de doctor en Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes. Su investigación se basó en el análisis del comportamiento de proteínas presentes en la bacteria Pseudomonas protegens y su rol en la naturaleza. “Algunas proteínas del gen de esta bacteria forman un metabolito conocido como Ácido cianhídrico, este es un inhibidor que impide el crecimiento de patógenos en el suelo, beneficiando así a cultivos agrícolas. Si conocemos cómo funciona la bacteria, podemos utilizar algo que es natural para la disminución de patógenos en el suelo y evitar el uso de agroquímicos“.

 

Tras su doctorado y su beca para trabajar en Cambridge, el futuro de Ormazábal es incierto como el de muchos científicos y científicas. “El ataque al sistema de CyT no tiene que ver con una administración de recursos porque, de hecho, Argentina invierte en esto solo el 0,46 por ciento de su PBI. Invito a que la persona que no crea en el sistema de ciencia y tecnología vea lo que cualquier país del mundo invierte en este campo y va a ver que es mucho mayor a lo que se destina en Argentina. Este sector es atacado, al igual que el arte, por su capacidad de transformar la realidad“.

 

Por Luciana Mazzini Puga

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