Cronigrafía de la ciudad: Una plaza con historia en Sarandí

Escribe Antonio J. González

Fue el resultado de un largo reclamo vecinal. Allí, en la manzana de la Av. Belgrano, Supisiche, Rivadavia y Lavarello, funcionaba durante muchos años la cristalería “La Moderna” que un día apagó sus calderas y cerró sus portones. Por esa fábrica habían desfilado muchos obreros y trabajadores vecinos del lugar. Era, por lo tanto todo un símbolo con su alta chimenea en el centro del predio. Durante mucho tiempo se mantuvo la vieja estructura de chapa y madera cubierta por el abandono, los roedores, el óxido y el silencio. Pero un buen día, uno de esos vecinos que había trabajado en la cristalería, Pascual Romano, plantea la idea de convertir ese espacio en plaza pública y así comienza, desde la Sociedad de Fomento y Cultura D. F. Sarmiento que él presidía, el clamor vecinal, cada vez con mayor ímpetu.

 

En la década de los ‘40 las botellas de vidrio se hacían artesanalmente.  “La fábrica funcionaba con tres turnos completos de operarios que llegaron a ser cuatro incluso, en “brigadas”, sin parar y las 24 horas.  Eran épocas en que “trabajaba pegado al horno” soplando con el aire de un compresor para llenar el molde de vidrio líquido, verde oscuro pero brillante, al que le pegaba la base, “el culo de la botella”, relata Roberto Bouchet, uno de esos testigos.

 

Fue largo y perseverante el reclamo vecinal, hasta que en la década del ’70 se aprobó realizarla y esperó más de diez años para su definitiva apertura.  El municipio construye la plaza dejando en su centro la vieja chimenea con la base que usaba la cristalería. Todo un símbolo. Se bautizó a la plaza con el nombre de Nicolás Avellaneda, pero también por solicitud de los propios vecinos fue cambiado después por el nombre de su promotor y luchador social, Pascual Romano.

 

Hoy es un espacio indispensable para las familias vecinas. Este cronista, como muchos de los vecinos, camina y descansa en sus espacios preparados para el disfrute vecinal, sus espacios para la mateada de la tarde, mientras los más pequeños hacen uso de los juegos, las pendientes y escalinatas. Allí también sobrevive la clásica calesita de barrio, la cancha de bochas y la mesa para el truco de los mayores nostálgicos,  y el ejemplar del “sarandí”, arbusto que dio nombre al barrio.

 

Hay también espacio para un busto de Nicolás Avellaneda, monolito con los nombres de los vecinos que murieron en las jornadas pro Malvinas y otro con aquellos que conformaron la comisión del centenario de Sarandí. Y una presencia insólita: una vieja carcasa de hierro oxidado que descansa a un costado de la plaza, sin cartel que anuncie su origen, alguna antigua freidora de grasa de la zona.

 

Se ha convertido en punto de encuentro de actividades culturales, recreativas y musicales, como también del acto anual en conmemoración de la fundación del barrio. Un punto que ahora se ha tornado inevitable, tal como lo preveía aquel luchador social que fue Pascual, con quien compartí sus tareas vecinales, sociales y municipales durante muchos años.

 

Entonces, es definitivamente una plaza con historia, típica de una ciudad y un barrio que fueron protagonistas de memorables jornadas sociales, económicas y políticas desde siempre.

 

ajgpaloma@gmail.com

 

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