Carlos Alberto Rivera, un histórico de La Ciudad

Trabaja en el diario desde sus comienzos.

Para que un diario aparezca, se desarrolle y perdure en el tiempo como lo hizo La Ciudad desde el año 1959, no alcanza sólo con el esfuerzo y el trabajo de los directivos, periodistas y diseñadores que le dan contenido y forma a cada una de sus páginas. También es necesario el empuje y el empeño de aquellos que no son tan «visibles» para los lectores, pero sí determinantes para el funcionamiento y sostenimiento del medio.

Uno de esos casos sin dudas es el de Carlos Alberto Rivera, quien desde la fundación del diario La Ciudad trabaja en el área de publicidad, de manera incansable, contactando empresas y comercios anunciantes y sumando suscriptores del diario.

La relación de Rivera con los medios de comunicación, por aquellos años ’50, se limitaba a llevar al diario «La Libertad» algunas gacetillas de instituciones para que sean difundidas.

«Trabajaba en la casa de ropa ‘La Banca’, que estaba enfrente, y conocía a toda la gente de Avellaneda porque compraban ahí. En el diario me conocían porque en ese momento le llevaba notas de los clubes para publicar», relata el propio Rivera a La Ciudad, en su rol ahora de entrevistado.

«Un día Roberto Pérsico me dijo que quería irse de La Libertad, con Cuchetti y García Ibáñez y que iba a crear un nuevo diario, y me preguntó si me animaba a trabajar con ellos», evocó.

Por entonces, Rivera ya trabajaba para SEGBA (la compañía eléctrica estatal), lo que le dejaba tiempo para incursionar en su nueva actividad.

«En SEGBA no tenía problemas porque salía de trabajar a las 13, además cuando visitaba empresas aprovechaba y les ofrecía publicidad para el diario», aseguró.
Por la tarde, Rivera se subía a su bicicleta y comenzaba a recorrer Avellaneda en busca de suscriptores para que el diario comenzara a crecer. «Hacía casi 30 por mes, hasta que logré hacerme una cartera de 350 clientes», comentó.

Con respecto a los comienzos de La Ciudad, Rivera comentó que salía de lunes a sábados con 200 ejemplares y que la primera redacción estaba sobre «La Real», en la esquina de Mitre y Sarmiento.

«Después alquilamos las oficinas de Mitre 1125, donde ahora es Calzados Susy, hasta que Roberto Pérsico vendió su departamento en Barracas, donde vivía, para comprar el inmueble de la calle Lamadrid», detalló.

En cuanto al día a día de la redacción, Rivera relató que por el año ’59 el diario se imprimía en la calle Brasil, en la Capital. «Roberto Pérsico iba todas las tardes después de las 5 en el tranvía y a la noche, cuando lo terminaban de imprimir, los llevaba al correo para que lo repartieran», afirmó.

Más adelante, La Ciudad se imprimía en Lanús, en la imprenta de García Ibáñez, hasta que el diario montó sus propios talleres en el fondo de la propiedad de Lamadrid.
«Más adelante compró la casa de al lado, donde se instaló y quedó hasta hoy – aseguró Rivera – la meta de Roberto Pérsico era que el diario creciera y para eso compró también máquinas nuevas».

Sin embargo, también hubo alguna época donde las cosas se pusieron difíciles, como por ejemplo con el «Rodrigazo», «donde lo que valía diez pasó a costar treinta y con lo recaudado por el anuario no alcanzaba para cubrir los costos por ejemplo».

«En ese momento hubo gente que colaboró con nosotros y nos permitió seguir trabajando. Con ese gesto supimos también que la gente nos acompañaba y nos daba fuerza para seguir adelante», señaló Rivera.

Con respecto al contenido del diario, uno de los hombres que está desde sus inicios destacó que La Ciudad siempre estuvo orientado a lo social, resaltando los aspectos históricos y culturales. «Siempre estuvimos por los clubes, por las escuelas, hospitales, iglesias, destacando las obras de bien, era el único medio que no era netamente político, sino que se ocupaba de todos los temas de la comunidad», expresó.

«Para nosotros los cambios en la política no eran un problema, porque siempre fuimos un diario independiente volcado a lo social», remarcó.

En relación a los avances tecnológicos, Rivera destacó el espíritu de Roberto Pérsico de ir innovando y acompañando los procesos de actualización, cambiando máquinas por otras más modernas y la incorporación de computadoras en reemplazo de las viejas máquinas de escribir.

Rivera también acompañó ese espíritu renovador, de hecho fue el promotor de que los anuarios salieran con tapas a todo color, ya en la década del ’70.

La Ciudad cada vez tenía mejor imagen entre la gente. Según explicó el propio Rivera, porque se diferenciaban del resto de los medios y no solo se dedicaban a informar, sino que además servían como nexo entre las instituciones locales o bien para dar soluciones a los distintos reclamos de los vecinos.

«Siempre tratamos de solucionar los reclamos que nos hacía la gente, la idea no era publicar o criticar y desentenderse, siempre buscamos colaborar con las soluciones», sostuvo.

Finalmente, consultado sobre el futuro de la publicación frente al avance del soporte digital, Rivera afirmó que no cree que Internet reemplace al papel porque «la gente todavía quiere ver el diario, está acostumbrado a recibirlo cada mañana»

«Las versiones digitales son más para el oficinista, para el que está todo el día conectado – aclaró – pero el laburante todavía busca la edición de papel para leerlo mientras va a trabajar o en cualquier momento del día».

Un eterno «buscavidas»

Carlos Alberto Rivera es un hombre de trabajo y toda su vida, desde chico, intentó ganarse su dinero.

«Desde siempre fui un buscavidas, cuando tenía doce años, después de la escuela, manejaba el carrito de la Panificación Argentina. Iba a buscarlo a la calle Cortés, en Sarandí, y repartía el pan en la petrolera y en los alrededores», recordó Rivera
.
En verano, cuando estaba de vacaciones, trabajaba de «hielero» haciendo reparto en empresas y en casas particulares. «Me acuerdo que para las Fiestas vendía setenta barras, eran muchas para un carro».

«Vivíamos en una zona baja y los sábados a veces los vecinos me pagaban para que les entrara la tierra. Mis amigos me invitaban a jugar a la pelota pero yo prefería entrar el camión de tierra para ganarme unos pesos», comentó.

«Desgraciadamente no tuve infancia porque viví para trabajar. Nunca me faltó para comer ni el guardapolvo blanco, pero igual se necesitaba. Yo quería trabajar mucho para el día de mañana no pasar una vejez mala, quería tener una posición», remarcó Rivera.

«Algunos de los que ayer me cargaban, hoy están con un carro y un caballo. Esa era la diferencia de educación que teníamos», aseguró Rivera, quien se crió con su abuela y su tío en Dock Sud.

Después llegaron sus trabajos en La Banca, en SEGBA, como mozo en servicios de catering y en La Ciudad.

«Hoy tengo una cartera de anunciantes importante, algunos desde hace treinta años – sostuvo – y los conservo porque no solo les vendo publicidad, sino porque se crearon vínculos, los paso a saludar, trato de ayudarlos si tienen problemas y me intereso por sus cosas y por su familia».

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