Baúl de libros: Sexton Blake

Escribe: Roberto Díaz

En 1893, Hal Meredith, su autor, decía: “Sexton Blake pertenecía a la nueva obra de detectives. Poseía una mente cultivada en grado sumo que le ayudaba a sostener su activo coraje. Su rostro refinado y totalmente afeitado estaba siempre listo a prestarse a cualquier disfraz, y sus rasgos móviles afianzaban cualquier ilusión que deseara producir”.

Estas son palabras de “La maravilla de medio penique”, el primer texto sobre el personaje, editado en ese año.

Sexton Blake, el detective inventado por Meredith, medía 1,80 metros de altura, tenía una figura atlética y un rostro delgado y casi ascético, aunque su seriedad queda desmentida con una sonrisa espontánea y fácil. La impresión que se tiene de él es de una aguda inteligencia unida a la bondad y una fortaleza física y una voluntad que sabe mantener bajo control, sin ninguna dificultad.

Uno de los primeros actores en llevarle al cine fue George Curzon, en una película filmada, en 1938, llamada en inglés “Sexton Blake and the hooded terror” ( “Sexton Blake y el terror encapuchado”).

Gran parte del siglo XX, estuvo ocupada con la saga de este detective apolíneo, que era médico, experto en boxeo, jiu-jitsu y tiro al blanco además de ser un sesudo investigador en huellas digitales, venenos, cabellos y otros detalles de la criminología.

También vivió en un departamento de Baker Street y hay muchas similitudes entre él y Sherlock Holmes; Blake también tuvo una casera, fumaba en pipa y hacía experimentos químicos. Salvo ese perro que se llamaba “Pedro”, un sabueso que, también, le acompañaba.

Pero a medida que fueron cambiando los tiempos, también cambió el personaje. Esa casera fue suplantada por tres blondas hembras; Blake compró un automóvil, un aeroplano y utilizaba una Luger. A finales de los ´50, Sexton comenzó a parecerse más a James Bond que a Holmes.

También, Sexton Blake tuvo su ayudante. En este caso, el muchacho era un vendedor de diarios del este de Londres, que hablaba ese lunfardo que hablan los habitantes de ese lugar y que ellos llaman “cockney”, un huérfano, Edward Carter, al que se le conocía con el seudónimo de “Tinker” (arreglador de calderas).

Como vemos, los finales del siglo XIX son aptos para que aparezcan los detectives. Detectives que, además, se disfrazan y tienen un raro arte para componer personajes distintos en un abrir y cerrar de ojos. El primero de ellos se llamó Nick Carter; también, Holmes se disfrazó en muchas oportunidades, incluso engañando al propio doctor Watson, que le conocía al dedillo. Recuerdo que, así apareció, por el departamento de Baker Street, luego de desaparecer por años y cuando se lo consideraba muerto, en aquella pelea con su archi enemigo Moriarty.
Watson se desmayó por el impacto cuando ese viejo andrajoso demostró que, tras su disfraz, era Sherlock que retornaba a su casa.

Bueno, Sexton Blake también se disfrazaba, como una manera de sortear los peligros que significaban tantos delincuentes buscando su cabeza.

Sexton Blake fue publicada en seriada en diversas revistas y magazines e ilustrada por los mejores dibujantes de la época. La única diferencia con Holmes era que, mientras éste era de vida sedentaria y no cambiaba domicilio, Blake sí lo hacía. Y son varios los cambios de lugares en donde montaba su consultorio, su gabinete químico y sus aposentos.

Sexton Blake fue un detective más popular que Holmes, porque su literatura también se caracteriza por ser menos sofisticada que la de Conan Doyle. Y fueron millones, también, los lectores que se deleitaron con este personaje aventurero, con una ética en pos de la justicia y cuyas hazañas se pueden contar por decenas.
“Investigaciones Sexton Blake” se llamaba el lugar donde recibía a sus clientes angustiados. Sus reglas de ética y sus costumbres de antaño, sin embargo, no fueron perdidas por el personaje. En “The savage squeeze” (podría traducirse como “La extorsión salvaje”), publicada en 1965, Sexton Blake sigue a un sospechoso hasta un club de strip-tease, pero lo pierde en el final del espectáculo, al producirse el éxodo general y él permanece, de pie, mientras la orquesta toca el himno nacional.

robertodiaz@uol.com.ar

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