Avellaneda, refugio solidario

Escribe Antonio J. González

A través del tiempo muchos hogares y viviendas de nuestra ciudad se convirtieron en refugio para los castigados, perseguidos sociales y políticos, luchadores sociales de todos los matices que se encontraban en problemas por la intolerancia de los gobernantes y las contiendas bélicas en Europa. Nuestros barrios conservaron, desde los tiempos de auge del anarquismo, su carácter de techo donde cobijarse, lejos de las persecuciones y las detenciones arbitrarias. Era un acto humanista y un compromiso social.

Bajo esta inmensa ala se cobijaron artistas, gremialistas, políticos y ciudadanos del país y del mundo. La ciudad tenía el plus de constituir un multicolor colectivo de orígenes diversos, con las familias de inmigrantes europeos y latinoamericanos que huían de catástrofes, hambres y guerras. Además, al borde de la capital nacional y en el centro de la mayor concentración poblacional y productiva.

Una de esas persecuciones se centró, a fines del siglo 19 y comienzo del 20, sobre los militantes anarquistas, con la clara voz de mando de Uriburu en su asalto a la Presidencia: “He venido a limpiarlo de gallegos y anarquistas…”. Avellaneda era uno de los bastiones más importantes de la militancia libertaria por lo que cobijó durante mucho tiempo a los activistas de esa ideología. Algunos eran pobladores del lugar, respetados y apreciados por sus vínculos sociales. Fundaron e integraron bibliotecas, sindicatos, sociedades vecinales, centros sanitarios y sociales, pero muchos de sus compañeros debían estar a resguardo de la cárcel y la muerte.

Situaciones similares vivieron otros grupos de ciudadanos, como los radicales y los socialistas, y más tarde los comunistas. En esas épocas, artistas como el pintor Juan Carlos Castagnino, el músico y poeta Atahualpa Yupanqui y el cantor Horacio Guarany, entre otros, contaron con el apoyo y el amparo de los pobladores de nuestros barrios. Más tarde, a partir de 1956, pasaría similar experiencia la militancia peronista, acechada por las proscripciones y la persecución política.

En todos esos casos, nuestros vecinos inventaban fórmulas y estrategias para eludir la acción policial y estatal, dando amplia seguridad y ayuda a aquellos que eran víctimas de esa violencia política. En el caso de “Don Ata”, se organizaron “guitarreadas, charlas y encuentros de vecinos con el artista” que en esa época estaba proscripto y no podía aparecer públicamente. Eran “… veladas en modestos hogares, donde sus dueños brindaban calor fraternal…” cuenta Jesús Mira en su libro “Fervor orillero”.

Otro hecho emblemático fue la emergencia que llevó al pintor Juan Carlos Castagnino a buscar amparo y techo en sus amigos de la Biblioteca Veladas en Piñeiro, donde luego pintó un mural –que todavía existe- como gesto de reconocimiento. Y estos casos no fueron únicos sino que constituyen ejemplos de respuesta popular a la marginación social como forma de reprimir las ideas y las posiciones políticas y sociales que no eran del agrado de los gobiernos actuantes.

En todos esos actos injustos sus víctimas encontraron en los vecinos de Avellaneda, sus instituciones barriales y sociales, una solidaria actitud de protección. Valgan estos ejemplos para señalar que la intolerancia y la persecución social o política no encontraron, ni encuentran, acompañamiento en los pobladores al sur del Riachuelo.

ajgpaloma@gmail.com

noticias relacionadas