Agustín Souto, toda una vida sobre ruedas

A los 83 años sigue dando clases de patin.

Mark Twain dijo alguna vez: «Si respetas la importancia de tu trabajo, éste, probablemente, te devolverá el favor».

Tal vez esa frase del escritor estadounidense resuma muy bien lo que fue la trayectoria de Agustín Souto, un entrañable vecino de Wilde que dedicó su vida al patín, sin descuidar jamás su principal actividad -la de su sustento material- en su taller mecánico.

Seguramente, el sacrificio y la profesionalidad con la que encaró su trabajo fueron los valores que sembró para cosechar tantas satisfacciones a nivel deportivo.
«Parece mentira que todavía a los 83 tenga que seguir laburando y pensando qué hacer con este taller que me cuesta tanto mantener. En épocas buenas llegué a tener 7 empleados, pero hoy no le podría pagar a nadie», rezonga Don Agustín, sobre las dificultades que debe sortear para sostener su negocio.

Los impuestos, los coches de última generación que casi no se rompen… La situación no es de las mejores. «A los autos nuevos, a lo sumo, en tres o cuatro años, tal vez haya que cambiarle las pastillas de freno, y nada más. ¿Cuántos de esos habría que agarrar por día, para salvar el día?», se pregunta Souto, dueño del primer taller que existió en Wilde, el cual funciona desde hace 66 años en la calle Raquel Español 117.

El relato del mecánico es tan gráfico que uno puede imaginar la fisonomía del barrio en aquella época. «Ahí enfrente, si había tres casas en toda la cuadra, era mucho», apuntó Souto, a través de la reja de entrada de su modesto taller.
La historia de este gran trabajador comenzó a «rodar» poco después de terminar la escuela primaria.

«Cuando terminé el sexto grado no quise estudiar más. Entonces tuve que ir a laburar. Fue así que mi papá me llevó a la escuela técnica de la General Motors, en San Martín. Mi viejo había trabajado 36 años en la empresa como capataz de pintura y tenía contactos», señaló Souto, con relación a los inicios de su oficio como mecánico especializado en tren delantero y frenos.

Don Agustín explicó que luego de 5 años, cuando accedió a la categoría de Oficial A, debió emigrar obligatoriamente. «Allá no te dejaban aprender toda la mecánica. Te especializabas en algo, al mejor estilo americano. Y una vez que aprendías, o te mandaban a la línea de montaje, donde llegaban los vehículos desarmados para ensamblar o te ibas a trabajar a la agencia Chevrolet más cercana a tu casa».
Así fue que con una carta de recomendación bajo el brazo se fue a trabajar a una agencia con Baltasar Alaimo, un reconocido corredor de Turismo Carretera de entonces. Trabajó unos meses en Avellaneda y más tarde, otro tanto en Quilmes. El contacto con el piloto y la oportunidad de correr un par de carreras como acompañante hicieron que a Agustín le picara el bichito para tener su propia cupé. El sueño se logró muchos años después (se compró una cuando tenía 65). Y la ostenta con orgullo todos los fines de semana, cuando sale a pasear. Eso sí, nunca la «levantó» a 90 km/h. La Chevrolet modelo 1941, en color rojo, original de fábrica y con dirección a la derecha es una verdadera joyita, finamente acondicionada por Agustín, como si fuera una réplica de las del TC de aquellos años. Las únicas modificaciones que le hizo fueron los guardabarros (recortados, para facilitar el acceso al tren delantero) y todo el sistema eléctrico, adaptado de 6 a 12 volts.

Pisando los 20 años, a Souto le llegó el sorteo del servicio militar y a la vuelta, ya tenía decidido emplazar su propio taller mecánico. Pero su fanatismo por los fierros no sería su única pasión.

Patinando por un sueño
De chico, Agustín descubrió el placer de andar en patines y pronto hizo del deporte sobre ruedas un estilo de vida.

«Aprendí a patinar a los 10 años, en el club Los Andes, donde empecé a jugar al hockey. Pero con el tiempo, además del hockey sobre patines, corrí carreras e hice patín artístico. Las tres disciplinas a la vez», destacó sonriente, el entrevistado.
En hockey, además jugó en Independiente, en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) y River Plate, a quien representó en una gira por Centroamérica y donde estuvo 22 años.

«En 1950, fui el primer profesor de Patín que tuvo Independiente», resaltó Souto, fanático del Rojo y socio vitalicio (Nro.07993) con más de 50 años en el club. «En la actual sede, donde hoy está la pileta, allí había una pista donde se hacían los bailes y se practicaba patín», recordó el ex – jugador, quien en su juventud repartía sus horarios entre el deporte y el taller.

Su destreza sobre los patines también le permitió competir en carreras de calle. «Aprendí a bailar a los 30 años (en los bailes) porque los sábados me acostaba a las ocho y media de la noche, para madrugar los domingos y competir en las carreras por las veredas de la antigua Costanera Sur».

Y como no podía ser de otra manera, Agustín conoció a su esposa Olga, haciendo lo que más le gustaba a ambos: patinando.

Con ella compartió uno de sus momentos de gloria, con el patín artístico. El matrimonio participó en el renombrado espectáculo Holiday On Ice, en dos oportunidades, integrando el plantel de refuerzo local a las delegaciones que venían al país. Primero lo hicieron sobre ruedas y después en hielo.

La dedicación era full time, y la pareja debió tomar una difícil decisión.
«No tuvimos hijos. Llevamos casi 60 años de casados. En ese momento estábamos en el apogeo del patín y decidimos hacer lo que nos gustaba a los dos. Me acuerdo que le había dicho a mi señora: Un hijo no es un ladrillo, es un ser humano y hay que atenderlo. Y para atenderlo hay que dejar el patín. Ella me respondió que si yo estaba conforme, me seguía. Por eso no tenemos hijos», aseguró Agustín, para nada arrepentido.

Cuando se retiró del hockey, en 1990, Agustín sintió que todavía tenía algo por hacer en materia deportiva. Fue entonces que realizó una serie de rallys en patín, recorriendo sobre ruedas las rutas de nuestro país.
Regresaba desde Mar del Plata, Tandil o Rosario, siempre con las ruedas bajo sus pies.

A los 77 años, se dio el lujo de hacer una gran vuelta por la provincia de Buenos Aires, recorriendo un total de 3500 km., partiendo desde San Clemente, pasando por Junín, de ahí hasta el límite con La Pampa. Luego por Carmen de Patagones, Bahía Blanca y Pinamar, para retornar a San Clemente.

En el camino, también ejecutó una proeza, digna de un guinnes: permaneció patinando en un gimnasio, sin parar, durante 55 horas seguidas.

«Nunca abrí el taller antes de las nueve, pero a las siete y media siempre estaba entrenando. Después me calzaba el mameluco y a laburar», destacó orgulloso el genial patinador.
Hoy, Agustín Souto sigue disfrutando del patín, dando clases de artístico en el Colón Futbol Club, de Temperley, donde da clases ad honorem desde hace 31 años y donde se exhiben en una vitrina sus más de 1000 premios (trofeos, medallas, plaquetas y copas, incluida una copa de madera, obsequio del intendente del partido de la costa cuando realizó el rally de los 3500 km.), además de los primeros patines que le compró su mamá y el primer palo de hockey.

Allí, el cariño de sus alumnos es la recompensa que le ha dado la vida. «A mi señora siempre le digo que los chicos de patín son los hijos que no tuvimos», concluyó.

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