Adicción al voluntariado: El dilema de dejar la vida en el cuartel

Una problematica que afecta a los bomberos. Entrevista a Marcelo Fortunato, bombero voluntario desde hace más de 25 años y Licenciado en Higiene y Seguridad Laboral.

Los bomberos voluntarios constituyen “una raza” que, para suerte de los ciudadanos, no se extingue, sino todo lo contrario, permanece vigente en algún rincón de cada comunidad. Son héroes, aunque ellos mismos no lo sientan así.

Siempre están cuando uno los necesita. Y aunque a veces nos moleste o nos despierte en mitad de la noche su sirena chillona, estamos tranquilos, porque sabemos que ellos acudirán -sin excepciones- a socorrernos.

Nobleza, solidaridad y vocación de servicio son algunas de las características que definen a nuestros eternos protectores, quienes dejan todo de lado, cuando el deber los llama.

Pero, ¿Qué sucede cuando –literalmente- un bombero deja todo de lado por brindar su servicio? En ese caso, se está en presencia de una adicción al voluntariado.

Para comprender este concepto, La ciudad dialogó con Marcelo Fortunato, bombero voluntario desde hace más de 25 años y Licenciado en Higiene y Seguridad Laboral.

“La adicción al voluntariado, no digo que sea un invento mío, ni mucho menos. Sino que yo lo considero como una adicción más a las tantas que puede haber: al alcohol, a las drogas, al juego, a las compras compulsivas, a la limpieza. Cuando hablamos de adicción al voluntariado, esto implica que uno se la pasa todo el día en el cuartel. Que lo único en que pensás es en los bomberos. Y llegás a tener una dependencia absoluta a un handy, en una guardia permanente de 25 horas”, aseguró Fortunato, quien se inició como bombero voluntario en 1983.

“Lamentablemente incurrí en esa adicción”, continuó Marcelo. “Yo lo pasé y puedo hablar con valor de la palabra, porque lo viví y lo vivo. Y siempre que hablo de este tema, apunto a contener y mejorar la calidad de vida de los afectados, como se hacen en general con cualquier adicto.”

Fortunato explicó que por más que ha advertido a muchos colegas suyos sobre esta situación, siempre existe una natural negación a reconocer la problemática.

“El adicto no se da cuenta. Si le decís que está enfermo, mirá que yo ya la pasé, te estás enfermando, no te da bolilla y no lo va a aceptar. Y muchas veces tenés que obligarlo por la fuerza a que realice un tratamiento”.

Marcelo aclaró que “si bien aquí no hay un daño físico, como el que puede generar la drogadependencia, hay un daño silencioso y visible para el propio adicto y para su entorno. Su familia directa. Si estás casado a tu mujer, a tus hijos, puede que también a tus padres, aunque en menor medida, porque uno tiende a separarse naturalmente de sus viejos”.

Siguiendo con su caso en particular, Marcelo Fortunato se definió a sí mismo como un “adicto en recuperación” porque, según manifestó, “se trata de una enfermedad de la que uno nunca se termina de curar”.

“Esto implica que en los bomberos voluntarios –yo diría que muchos, por no decir todos- pasan por este inconveniente serio. Que algunos lo acepten y otros no, es otro tema”, reconoció enérgicamente Fortunato.

“Existe una pirámide en la estructura bomberil”, agregó Marcelo. “Arriba de todo está la familia, como algo supremo; luego vienen el trabajo y el estudio; la vida social y por último los bomberos. Pero siempre tenés esa pirámide totalmente invertida”, reconoció.

Criado en una familia de artistas, sobre todo del lado materno, Marcelo Fortunato hizo todo lo que estuvo a su alcance y más. Se recibió de Técnico Mecánico en la secundaria, tuvo algún contacto con la actuación e hizo Judo. En 1993 se metió de lleno en el estudio de Seguridad e Higiene, alcanzando primero el título de Técnico y luego el de Licenciado y actualmente conduce una consultora junto a su esposa Sonia Garófalo, también “higienista”. Dentro de su actividad como bombero, es integrante del Cuerpo Activo de la Sociedad de Bomberos Voluntarios Domínico – Wilde, que hoy lo ubica en el grado de 2º Oficial, y como encargado del Destacamento Nº 1 de Wilde. Al mismo tiempo es Jefe del Departamento de Capacitación, Director de Incendios de la Federación de Asociaciones de Bomberos Voluntarios de la Provincia de Buenos Aires e Instructor de la Academia Nacional.

La hiperactividad de Marcelo Fortunato y su gran potencial para hacer tantas cosas al mismo tiempo, se veían opacados por su adicción al voluntariado. Por suerte, tuvo una señal a tiempo para “bajar los decibeles”. Es que por estar todo el tiempo en el cuartel, se estaba perdiendo cosas muy importantes de su vida.

“Hubo un día en que mi cabeza hizo un clic. Fue en el año 94´. Un día fui al jardín de infantes con mi hijo mayor (Damián) –que hoy ya tiene 19-. Imaginate la situación, estaba en plena adicción. Yo sentado ahí con él en el jardín, con el Handy encima y con el auricular puesto –para no molestar- escaneando 10 cuarteles de la zona. Lo que menos escuchaba era lo que decían en el aula. Y pensando en que tenía que estar en el cuartel. En determinado momento, pasa mi hijo al frente y muestra las láminas que habían hecho en el año. En determinado momento muestra la hoja de la familia, y empieza a comentar el dibujo. Acá está mamá, mi hermana y la perra. Y la maestra le pregunta: ¿y papá? Y Damián respondió con naturalidad: Papá está en los bomberos. Durante mucho tiempo que conté esta anécdota, se me cayeron las lágrimas”, recordó Marcelo con nostalgia.

Casos como este, aseguró el entrevistado, hay muchísimos. Algunos testimonios de colegas bomberos, son mucho más graves. Y tuvieron desenlaces fatales. Cuando Marcelo recorre el interior de la provincia, dando capacitaciones, siempre cita algunos casos testigos de hasta dónde la adicción al voluntariado repercute seriamente en el ámbito familiar.

Por ejemplo, la historia de un bombero que en pleno trabajo de parto de su mujer, le pedía a los médicos de la clínica y a la partera, que “aguantaran” el nacimiento hasta el día siguiente (2 de junio, porque era el Día del Bombero). O que años más tarde, ese mismo bombero se perdiera el cumpleaños de quince de su hija, por ir a apagar un incendio forestal. O peor aún, el caso de otro bombero que estaba bañando a su hijo de 3 años y salió corriendo cuando sonó la sirena de alarma y al regresar lo encontró ahogado.

Las historias son muchas veces desgarradoras y Marcelo las cuenta en sus capacitaciones con el fin de concientizar a sus colegas, siempre con la autorización de sus protagonistas.

“Ya certifiqué instructores a través de un curso que se llama Seguridad en Operaciones de Bomberos, donde le doy un capítulo bastante amplio a la adicción al voluntariado. Y donde hacemos hincapié en protegernos como bomberos, a utilizar los elementos de protección personal, en la bioseguridad. Es decir vemos la seguridad ocupacional del trabajo de los bomberos. Cuando surge esto de la adicción al voluntariado, hay un choque inmediato, porque lo que yo cuento lo vivieron todos, o lo están viviendo, y en muchos casos me sorprendo al ver cómo a tipos duros, con mucha jerarquía, se les empiezan a caer las lágrimas. Porque a ellos también les pasó”, afirmó Fortunato.

Sin dudas, Marcelo Fortunato ha podido encontrar el equilibrio justo entre su actividad profesional y su vida personal, para poder seguir haciendo lo que le gusta y le apasiona, que es ser bombero, sin que ello perjudique a sus seres queridos. Y lo resume en esta última frase: “Más allá de mis ausencias reiteradas, mi familia me bancó y me apoyó. Y creo que si no sacaba el pie del acelerador, esta historia no tenía un final feliz”, concluyó.

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