Acerca del primer Centenario
Escribe Luis Alposta
Año 1910. Desde comienzos de enero, y hasta el 18 de mayo de ese año, un terror cósmico y lunático se abatió sobre los atribulados habitantes de Buenos Aires. Se hablaba entonces del cometa Halley y de la fin del mundo. Un terror cósmico y lunático que, sin embargo, no impidió que 1910 pasase a ser el Año del Centenario.
La Argentina celebraba los cien años del inicio de la Revolución que culminaría en la independencia y Buenos Aires, durante los actos conmemorativos, se transformó en el centro de grandes festejos. Visitantes ilustres, recepciones de gala, funciones teatrales extraordinarias, marchas civiles, desfiles militares, inauguración de monumentos y obras escultóricas obsequiadas por colectividades extranjeras para espacios públicos y un programa de actos que incluyó la realización de varios congresos internacionales. En síntesis: una celebración con bombos y platillos. Bombos y platillos que, frente al palco oficial instalado en Avenida de Mayo, aquel 25 le cedieron su lugar a las cuerdas. Fue cuando Alfredo Bevilacqua, batuta en mano y frente a su rondalla, ejecutó el tango Independencia, de su autoría. Tango que enfervorizó a la multitud y que fue elogiado por el presidente José Figueroa Alcorta y la Infanta Isabel de Borbón, a quien el autor le obsequió la partitura con una dedicatoria. Fue el año en que, también durante los festejos, se estrenó el tango La Infanta, de Vicente Greco.
El año en que Luis Sánchez de la Peña pintó su cuadro 25 de Mayo de 1810, y nos dejó la duda de si en el Buenos Aires de entonces había o no paraguas.