Cultura que une, arte que excluye

A lo largo de la historia la palabra arte y la palabra cultura han sido dotadas de un mismo significado, o de varios. Mientras que la primera estuvo mayormente reservada a las clases altas, a los intelectuales y a los artistas, la segunda mantuvo categorías ambiguas, acepciones intencionadas, disputas deconstructivas.

 
Tuvo que intervenir la antropología, disciplina relativamente nueva en la historia de la humanidad, para que pensemos la cultura, no como aquella manifestación de un hecho artístico, sino como todo lo que hacen los hombres y las mujeres cuando actúan, reflexionan y se comunican. Esta definición conceptual ha ido cambiando con el tiempo. Si bien sus orígenes estuvieron ligados al expansionismo occidental de matriz etnocentrista, la cultura pronto fue asimilada, no como un fin en sí mismo sino como un medio para adaptarse y superar las problemáticas del entorno.

 
Sin embargo, es muy común que todavía se piense la cultura desde la imagen propia del Occidente burgués, que busca ligarla, inexorablemente, a las disciplinas estéticas, a las prácticas eruditas y al virtuosismo del arte. Visto de este modo, la cultura sólo podría pertenecer a determinados sectores ligados con las capas medias y altas de la sociedad. Por su parte, los sectores populares serían «los sin cultura».

 
Esta lectura intencionada va de la mano de un pensamiento conservador que ha necesitado quitarles reconocimiento a las manifestaciones populares para poder excluirlas de «lo social», controlarlas o reprimirlas.

 
Jesús Martin Barbero lo explica de esta manera: «la negación de lo popular no es sólo temática, no se limita a desconocer o negar un determinado tipo de temas o problemas, sino que pone al descubierto la dificultad profunda para pensar la cuestión de la pluralidad, de los matices culturales, de la alteridad cultural».

 
El arte de los sectores populares es y ha sido históricamente estigmatizado. Las capas dominantes piensan el arte popular como una etapa previa, un paso inicial cuya superación, por medio del adoctrinamiento de la cultura dominante, permitiría acercarse al «verdadero arte». Este pensamiento evolucionista plantea una visión primitiva de los modos de vida de los sectores populares.

 
Retomando a Martin Barbero, el comunicólogo plantea que tanto el pensamiento de derecha como el pensamiento de izquierda «conservan fuertes lazos de parentesco, a veces vergonzante, con aquella inteligentsia para la que lo popular se homologa siempre secretamente con lo infantil, con lo ingenuo, con lo cultural y políticamente inmaduro»

 
Resulta, asimismo, un maniqueísmo recurrente, identificar a lo popular inminentemente con lo subalterno que opondría a lo hegemónico.

 
Lo cierto es que tanto las manifestaciones artísticas populares como su cultura política, constituyen herramientas que refuerzan los lazos sociales y permiten construir una identidad propia que no aspira a reproducir los patrones dominantes de las clases medias y altas; que pretende superar las lecturas que la identifican con la privación y la carencia; que puja por romper con la homogeneización estigmatizadora que reproducen los medios de comunicación. Por el contrario, reafirma sus orígenes y se instala en el lugar de la propia valoración y proyección de sus matices, de sus complejidades y de sus ideales.

 
Siguiendo esta línea, resulta significativo mencionar lo que Néstor García Canclini llama arte post-autónomo, refiriéndose al proceso que en las últimas décadas da cuenta de los desplazamientos de las prácticas artísticas basadas en objetos a prácticas basadas en contextos hasta llegar a insertar las diferentes producciones ligadas al arte en los medios de comunicación, espacios urbanos, redes sociales y formas de participación social donde parece diluirse la diferencia estética.

 
Se vuelve evidente que no es necesario ir a buscar el arte en los museos. Esos otrora reductos de las elites, hoy ven sus contenidos expuestos en pantallas que transcienden el tiempo y el espacio y permiten la democratización de un capital simbólico antes inaccesible para las mayorías.

 
Con la misma lógica rupturista con la que fue concebido el movimiento muralista latinoamericano, las configuraciones culturales de los grupos populares, adquieren otra visibilidad que les permiten adquirir una significancia particular dentro de la sociedad actual. La trama cultural logra unir y dar pertenencia a aquello que antes permanecía excluido.

 
Florencia Podestá
Estudiante de la Licenciatura en Periodismo de la UNDAV, en prácticapreprofesional en Diario La Ciudad

mflorenciapodesta@gmail.com