En una nota anterior, dijimos que la Presidenta suele usar las palabras como cortina para ocultar sus intenciones. También dijimos que nunca hay que creer en su palabra, sino analizar e interpretar sus hechos concretos, que son los que revelan sus verdaderas intenciones.
El «caso Bergoglio» acredita que esas afirmaciones no están equivocadas: la Presidenta se cansó de ignorarlo cuando era arzobispo, no sólo en los actos oficiales sino en los pedidos de audiencia y su primera reacción frente a la elección como Papa seguida puntualmente por sus subordinados- fue de disgusto y rechazo.
Pero cuando los encuestólogos oficiales advirtieron la masiva aceptación popular, el cambio fue abrupto e indecoroso: el viaje a Roma y el cambio de discurso por todo el aparato de difusión kirchnerista, pusieron en evidencia la hipocresía de la especulación. Feinmann lo dijo con mucha claridad: el propósito es apoderarse de Francisco.
Por eso, otro botón de muestra: nunca hay que creer el discurso de la Presidenta: frente a Bergoglio, sus actitudes demuestran que jamás lo quiso. Su discurso encubre la intención de usarlo.
Dr. Juan Manuel Casella
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