1932: leche al pie de la vaca

Escribe Antonio J. González

¡La casualidad es asombrosa! En estos días recibo un corto documental de la Metro Goldwyn Mayer denominado “Argentina Romántica”, con imágenes vivas de Buenos Aires en el año 1932. Es decir, el año en que este cronista nació en la calle Jaramillo, ahora Begueristain, a media cuadra de la Avenida Mitre. Hagan la cuenta y verán los años que han pasado desde entonces. Esta coincidencia es “cosa d’mandinga”, digo, justo a un par de meses de cumplir un nuevo decenio.

Pero la sorpresa es mayor cuando de esas imágenes surgen los recuerdos personales, las experiencias vividas y las fotos amarillentas que conservamos en algún lugar de nuestro lado izquierdo. Casi todas ellas fueron la acumuladas en mi niñez, aún viva y coleando, como un barrilete loco en la memoria. Una de ellas corrobora aquel recuerdo: en la época en que las calles aún eran de tierra en Sarandi, un paisano paseaba su vaca oronda por el barrio ofreciendo leche, caliente y natural, al pie del animal y en la puerta de nuestra casa. Mis escasos diez años no se han borrado de la memoria, porque me he alimentado con esa leche. Y esta escena se repite en el documental mencionado, pero por las calles de aquel Buenos Aires.

También se ven en el filme los momentos en los que los porteños disfrutaban de las aguas del río, supuestamente en verano, a la vera del Balneario porteño, cuando aún las aguas no habían sido saturadas de contenidos peligrosos. Y así de seguido con algunas estampas que pintan una realidad vivida en 1932, en la película donde desencaja el fondo musical con mezcla de rumba, aires españoles y un poquito de tango, muy escaso. Nada de Gardel, ídolo en esa época. Nada de otras realidades de los porteños de entonces. Apenas la Plaza de Mayo, Florida, el centro de Buenos Aires, las palomas y un paseo por el Tigre y Palermo. En resumen, típica visión de los turistas y muy poco documento periodístico.

En ese entonces se vivían en nuestro país, y especialmente en la zona aledaña al puerto de Buenos Aires, horas difíciles y hasta dolorosas. En años anteriores el conservadurismo de Uriburu derrocaba al Presidente Hipólito Yrigoyen, proscribía al radicalismo en ascenso, ponía en la Casa Rosada a la crema liberal de entonces y corría a firmar un acuerdo en Londres. Había hambruna, pobreza y desocupación, pero nada de eso era materia turística.

En nuestra ciudad se repetía el ejemplo nacional de la mano de Alberto Barceló y el acompañamiento de Ruggerito. Un año antes se inauguró la Destilería Dock Sud, ahora DARSA, como el signo de otro país y otra política: la estatización de la producción petrolera, por impulso de Enrique Mosconi, presidente de la primera YPF. Contracaras que aún siguen sacando chispas en la realidad argentina. La organización social de las poblaciones de Avellaneda se iba consolidando en escuelas, centros barriales, deportivos y culturales, organizaciones políticas, sindicales y fomentistas. En 1932, justamente, la novela de Joaquín Gomez Bas, “Barrio gris”, comienza a tener notoriedad con su pintura de un sector popular de Sarandí.

Claro que ya no hay nada igual ni parecido. Nosotros tampoco. Por suerte.

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